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Parece lejano ya. Pero el corazón céntrico de la Avenida Corrientes y sus alrededores irrigaba clientes a los enormes salones de los locales gastronómicos, que en muchos casos tienen más de 100 años, a través de cuatro vías fundamentales: los trabajadores de la zona de Tribunales, los oficinistas del centro, los turistas y las funciones nocturnas de los teatros.
Ahora, ese flujo de personas se vio, en buena parte, interrumpido por la pandemia de coronavirus. Los dueños y encargados de los locales gastronómicos pasaron a depender de los viejos clientes del barrio o de algún otro comensal que se detiene de manera circunstancial. Todos son muy bien recibidos, pero no representan un ingreso suficiente como para que estos clásicos porteños puedan pensar en prolongar su historia.
En la Avenida Corrientes al 1369 está la pizzería Los Inmortales. Desde 1951 que hacen honor a su nombre y se sobrepusieron a las crisis cíclicas de la Argentina, pero, esta vez, dicen que podrían cerrar la sucursal si la sequía de clientes se mantiene.
Antonio Segovia trabaja en la pizzería hace 40 años. Empezó como mozo y ahora es encargado de la sucursal. El local que dirige es angosto pero tiene varios metros desde la calle hasta la cocina. Ahí caben unas 20 mesas. Si se lo mira desde la vereda, se ve a lo lejos a Segovia apoyado en la barra, junto a la caja. Está serio, preocupado. Detrás suyo, los cocineros también miran el salón esperando que un pedido los vuelva a poner en acción. Pero solo hay cuatro mesas ocupadas. Antes se hacían 90 o 100 cubiertos por mediodía, y anteayer se hicieron solo siete.
“No hay nadie. Tribunales está vacío, no hay oficinistas, no hay turistas, pocos teatros. No hay movimiento, esto al mediodía estaba lleno. El microcentro está muy apagado. Esto levanta un poco el fin de semana cuando se hace peatonal la avenida. En diciembre se terminó la Asistencia de Emergencia al Trabajo (ATP), y ahora la situación se complicó. No perdemos la fe, pero necesitamos algo de ayuda para seguir. Tenemos 24 empleados acá”, se lamenta Segovia.
La poca gente que hay en el salón llevó a Patricia García, de 66 años, a sentarse y almorzar, como para “hacerle el aguante” al lugar. “Escuché que podía cerrar, por eso vine. Esto antes estaba lleno, pero ahora está casi vacío. Es una lástima, yo vivo en el barrio hace 60 años y este es un clásico de la avenida”.
En un radio de pocas cuadras desde Los Inmortales, hay muchos bares y restaurantes que no pudieron sostenerse y sus ventanas están tapadas con cartón corrugado. Esa imagen asusta a los comerciantes que aún se mantienen a flote.
El café La Paz, que abrió sus puertas en 1944 y albergó a buena parte de la intelectualidad porteña durante décadas, ahora tiene las puertas tapadas con tiras de papel blanco y al nombre, que está grabado en el vidrio, le falta una letra. Cerró en marzo y aún no volvió a abrir. Estiman desde la Asociación de Amigos de la Avenida Corrientes, que el bar volverá a funcionar, pero no pudieron precisar cuándo.
A pocas cuadras de ahí, la sucursal del restaurante Pippo, ubicada en Montevideo 341, que iba a cumplir 83 años, dejó de funcionar en septiembre del año pasado. Aún permanece abierto el local de la calle Paraná 356, que fue inaugurado en 1967.
Otro que debió colgar el cartel de “se alquila” en la ventana del local, fue Sorrento City, que cerró en junio del año pasado, aunque aún mantiene abiertas sus otras sucursales en la ciudad. Y la lista de locales con graves problemas o que bajaron las persianas continúa.
“No volvieron las oficinas, vienen a trabajar el 10% de los que venían, tampoco hay turismo. No hay consumo, si vas por las transversales vas a ver que todos los que atendían a la gente al mediodía cerraron, los únicos que se mantienen son los que tienen un poco de espalda. No es solo un problema de los gastronómicos, los teatros también, las librerías, todos. Estamos esperando que el Gobierno porteño nos condone el ABL, ingresos brutos. Por ejemplo, los estacionamientos pagan una fortuna de impuestos y no tienen autos, así van al muere, de verdad”, asegura Liliana Munini, gerenta de la Asociación de Amigos de la Calle Corrientes.
Por su parte, Lorena Fernández, presidenta de la Asociación de Propietarios de Pizzerías y Casas de Empanadas (APPYCE), señala que la situación en general del sector es crítica. “Durante la pandemia la facturación fue realmente baja, pero la ayuda del Gobierno con el ATP fue un salvavidas importante. Hoy sin esa ayuda del Gobierno la situación se agravó, ya que seguimos con poca capacidad en los salones, la gente tiene miedo al rebrote y no sale a comer, hay poco dinero para gastar y, si le sumamos los alquileres (en donde los propietarios ya no son tan flexibles como al principio de la pandemia) y el aumento de la materia prima, la situación se oscurece. En nuestro sector peligran muchos negocios”, advierte Fernández.
Fernández asegura que han mantenido muy buenas reuniones con funcionarios del Gobierno nacional y porteño para extender distintos beneficios, como el ATP, pero ahora necesitan seguir recibiéndolos para poder sostenerse. “Podría ser inminente el cierre de las tradicionales pizzerías de la calle Corrientes porque no llegan a cubrir los costos”, agrega Fernández.
Y esos locales históricos que luchan por sobrevivir son los que vieron nacer a la ciudad tal la conocemos hoy. Por ejemplo, Edelweiss, sobre Libertad al 431, según cuenta Santiago Masciarelli, el dueño del lugar hace la década del 80, el restaurante abrió en 1908 frente al Teatro Colón y en 1930 se mudaron a la sucursal donde aún atienden al público.
“Ahora hacemos 40 cubiertos al mediodía y antes hacíamos el triple. Tenemos 25 empleados y muchos tienen más de 20 años de antigüedad. Aguantaremos hasta donde se pueda. Pero nos pone contentos aún estar con las puertas abiertas en medio de una situación tan difícil”, dice Masciarelli.
Otro caso es el del histórico Gato Negro. El bar, que también se especializa en especias y variedades de café y té desde 1928, aún padece los embates de esta crisis inédita: “Dependemos mucho de Tribunales, de las oficinas, los teatros, los turistas. No hay gente. Pero bueno, de a poco fuimos ampliando los horarios, y ahí vamos. Esperemos que vuelva el movimiento a la avenida”, desea Juan Rodríguez, encargado del local, que hace cuatro décadas trabaja en el Gato Negro.
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