Phyllis Zee, experta en sueño y directora de la primera clínica del mundo especializada en el ciclo cicardiano asegura que el antifaz puede ser un buen aliado
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Para Jorge Luis Borges dormir es “distraerse del mundo”, pero no todos lo hacemos del mismo modo ni al mismo tiempo. Aunque existen patrones comunes, la ciencia detectó los ciclos biológicos internos en el 2016, de la mano de Jeffrey C. Hall y Michael Rosbash, de Brandeis University en Boston, y Michael Young de la Universidad Rockefeller University of New York, quienes recibieron el premio Nobel un año después. Lo llamaron ciclo cicardiano, “resume vaivenes internos que se suceden cada aproximadamente 24 horas –explica la especialista Phyllis Zee–.
Uno de los más importantes es el ciclo sueño-vigilia”. Vanguardista en el estudio del sueño, particularmente en el área de la medicina del ritmo circadiano, Zee es directora del Centro de Medicina Circadiana y del Sueño, Jefa de Medicina del Sueño en el Departamento de Neurología y profesora de Neurología en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern en Chicago, Illinois.
Fundó la primera clínica de medicina circadiana del mundo. Allí brinda enfoques innovadores para diagnosticar y tratar a las personas con trastornos del ritmo circadiano del sueño y la vigilia. “Desde muy joven en mis estudios médicos me vi atraída por ese devenir prolijo que tiene el cuerpo para desarrollar sus actividades –relata en entrevista exclusiva con LA NACION–. Apenas egresada de la Universidad me decidí por adentrarme en la neurobiología para despejar los circuitos cerebrales que interactúan en el buen dormir”.
Es una de las muy pocas especialistas del mundo que trabaja sobre los efectos de la edad sobre el sueño y los ritmos circadianos, la regulación genética de los trastornos del sueño y las intervenciones conductuales para mejorar el descanso y el rendimiento. Actualmente, su laboratorio está estudiando los efectos de las intervenciones basadas en el sueño circadiano, como el ejercicio, la luz brillante y los horarios de ingesta de alimentos, sobre las funciones cognitivas, cardiovasculares y metabólicas y su potencial para retrasar el envejecimiento cardiometabólico y la neurodegeneración.
Más del 20% de la población adulta ha informado haber experimentado insomnio, según la última encuesta internacional de la Sleep Research Society. El 62% de los mayores de todo el mundo dicen que no duermen tan bien como les gustaría y el 67% reporta alteraciones del sueño al menos una vez cada noche, de acuerdo a los datos de Philips Global Sleep Survey.
Según la misma investigación, 8 de cada 10 adultos desea mejorar la calidad de su sueño pero el 60% no ha buscado ayuda de un profesional médico. En tanto el 44% de los adultos afirma que la calidad de su sueño ha empeorado en los últimos cinco años.
Por su parte, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, en un informe presentado este año han indicado que 70 millones de estadounidenses tienen problemas crónicos de sueño; 1 de cada 3 adultos no duerme lo suficiente con regularidad.
“La problemática del sueño nos ataca a todos en algún momento de nuestra vida de modo inexorable –continúa la especialista–. En muchos casos naturalizamos el mal dormir, pero deberíamos comprender que no descansar lo suficiente en cantidad, calidad, profundidad y reparación debido a un trastorno del sueño puede afectar negativamente la salud, el rendimiento, la felicidad, la sociabilización y la longevidad”.
– ¿Por qué asegura que los trastornos del ritmo circadiano del sueño deben considerarse en el diagnóstico diferencial del insomnio?
–Pienso que están mal diagnosticados o no diagnosticados. Alguien con síndrome de retraso del sueño, que es un trastorno del ritmo circadiano, puede presentar dificultad para conciliar el sueño hasta las 2 o 3 de la mañana, y eso puede fácilmente diagnosticarse erróneamente como insomnio de inicio del sueño. Así que creo que habrá mucha más necesidad de educación sobre diagnóstico diferencial. Los estudios sobre los ritmos circadianos y cómo se regulan genética y fisiológicamente tendrán un impacto en el tratamiento del insomnio. Es la comprensión básica de cómo se regulan el sueño y la vigilia lo que eventualmente conducirá a nuevas terapias dirigidas.
–Es allí donde se ha especializado, en el balance entre el sueño y la vigilia…
–Así es, porque ambos están regulados por interacciones complejas entre el reloj circadiano y los procesos homeostáticos relacionados con el sueño. La mayoría de los medicamentos disponibles actualmente se dirigen únicamente a regular el equilibrio de los sistemas del cuerpo, pero no al sueño en sí. Obvia el reloj circadiano. Si nos centráramos en el ciclo nos adentraríamos en una forma innovadora de mejorar el sueño.
–La luz azul de las pantallas es una preocupación generalizada. ¿Es real?
–Definitivamente. Los controles automáticos de apagado han avalado a una generación que se queda dormida con la televisión encendida. Hemos descubierto que incluso el leve resplandor de una luz intrusiva que se cuela por la persiana puede ser nefasta para descansar. Consideramos la luz azul porque las pantallas están de moda, pero en general la contaminación lumínica de cualquier color puede ser registrada por el cerebro, aún cuando no tengamos percepción consciente de ella, y altera significativamente el circuito cicardiano, perjudicando, en definitiva, nuestra salud metabólica.
–Entonces, utilizar antifaz para dormir sería valioso…
–Sí, porque según nuestros estudios más recientes un destello relativamente pequeño de luz es suficiente para suprimir la hormona melatonina, fundamental para dormir. Apenas esa luminosidad activa el sistema nervioso de un modo tan fuerte que es como estar despierto. Incluso la exposición a una luz relativamente tenue en el entorno doméstico puede alterar el ciclo de sueño y vigilia. Una lámpara de noche, una de seguridad o las marquesinas que se cuelan por las ventanas. Con eso basta.
–Creemos que si estamos dormidos, todo está bien, pero eso no es cierto, según sus conclusiones.
–De ningún modo. Si esa luminosidad leve se experimenta de manera crónica, se incrementa el riesgo de contraer diabetes y resistencia a la insulina. Un seguimiento que realizamos entre 40 mil mujeres por cinco años reveló que si dormían con una pantalla encendida tenía propensión a aumentar hasta 4,5 kilogramos en ese tiempo, además de que elevaron su frecuencia cardíaca, experimentaron mayor resistencia a la insulina y registraron un desequilibrio en su sistema nervioso. Sin embargo ninguna declaró tener problemas de sueño.
–En este sentido, la higiene del sueño implica, entonces, apagar todas las luces.
–A las condiciones que ya conocemos de temperatura, rutina, comer temprano, sitio acogedor, no hacer actividad física ni beber café o derivados desde unas horas antes de dormir, deberíamos sumar el apagar todas las luces antes de dormir, cerrar cortinas y persianas. Ninguna pantalla debe ir al dormitorio. Y, si se puede, copiar a Audrey Herpurn en Desayuno en Tiffanys: antifaz para dormir.
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