La especialista norteamericana Joan Ifland, en guerra contra los alimentos ultraprocesados, es terminante sobre su toxicidad y asegura que tienen efectos negativos asociados a más de 100 enfermedades
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Esta aventura comienza hace casi 30 años cuando Joan Ifland empezó a sospechar que algo no estaba bien en las recomendaciones de alimentos saludables que armó para sus amigos. “Me di cuenta de que la información no era suficiente para cambiar los hábitos. Había algo más”, explica en charla exclusiva con LA NACION la especialista en nutrición adictiva. El primer paso lo dio a comienzos de este siglo cuando publicó su libro Azúcares y harinas: cómo nos vuelven locos, enfermos y gordos. La obra se ha mantenido en el 3% de los más vendidos de Amazon durante más de 10 años. “Pero seguía sintiendo que no implicaba una revolución en los estilos de alimentación –sigue la experta–. Un libro no era suficiente”.
Durante su doctorado recopiló una vasta cantidad de literatura sobre la obesidad que describe los síntomas de la adicción a la comida. Su tesis validó los criterios de diagnóstico del alcoholismo para la sobrealimentación. Así fue como se transformó en médica experta en la adicción a la comida. Con la publicación de su libro Processed food addiction (Adicción a los alimentos procesados) se convirtió en la principal especialista del mundo en esta disciplina. Ha desarrollado una mirada nueva sobre este hecho y ha diseñado alternativas exitosas para poder superar ese trastorno. “Lamento que el sistema sanitario se centre en tratar los síntomas en lugar de abordar las causas de la mala salud –afirma–. Los médicos pasan la mitad del día recetando medicamentos para enfermedades relacionadas con la dieta, pero que no logran devolverle la salud.”
–¿Cómo entramos en ese laberinto?
–Esta dependencia se esparció utilizando técnicas similares a las tácticas del negocio del tabaco que dieron origen al tabaquismo. Esto puede considerarse como las cinco claves del modelo de negocio de la adicción: publicidad, disponibilidad, asequibilidad, edad de inicio y sustancias adictivas ocultas en productos aparentemente inocentes. El tabaquismo afectaba a 2 de cada 3 adultos estadounidenses cuando comenzó a tratarse como problema. Comparativamente, hoy el 83% tiene sobrepeso o es obeso. La adicción a los alimentos procesados es muy parecida a la que producen el tabaco o la cocaína.
–¿Qué paralelos encontró entre estas variables?
–Entre las investigaciones científicas que hemos publicado, dimos cuenta de un documento que revela que las ratas prefieren el azúcar y la sacarina a la cocaína y la heroína. La morfina del gluten se adhiere a los mismos receptores que el opio. El síndrome de abstinencia por exceso de sal es el mismo que el de las drogas. Los productos lácteos contienen cuatro tipos diferentes de morfina natural. Las grasas procesadas activan la misma parte del cerebro que la marihuana. Los efectos negativos asociados con los alimentos procesados incluyen más de 100 enfermedades y dolencias. Entre ellas, el deterioro cognitivo, la alteración del estado de ánimo y diversos aspectos de las enfermedades mentales, como la ansiedad y la depresión, más allá de todas las afecciones físicas.
–¿Cómo funciona el proceso que nos vuelve adictos?
–Las adicciones se desarrollan cuando sustancias que generan dependencia se esconden en productos aparentemente inocuos. Los cigarrillos se comercializaban como seductores y relajantes, pero se les añadía nicotina adicional. Las bebidas azucaradas se promocionaban entre los niños como divertidas y frescas, pero el azúcar es más destructiva y adictiva que la cocaína. El consumidor utiliza los productos confiando en su seguridad, pero las sustancias, a través de su ingestión repetida, están entrenando los centros de recompensa del cerebro para liberar inundaciones de químicos que producen ansiedad. Se utilizaron ingredientes adictivos ocultos en los alimentos procesados a partir de mediados de la década de los 80. Luego, los ejecutivos de empresas líderes contrataron consultores para ocultar la cantidad máxima de azúcar, grasa y sal en los alimentos procesados antes de que los consumidores pudieran detectar esa cantidad. Así es como se desarrolla de forma generalizada la adicción a los alimentos procesados. No es culpa del consumidor.
–Sugiere que el ambiente puede afectar la adicción. ¿Cómo es eso?
–Una vez que los centros de recompensa en el cerebro se vuelven adictos a las sustancias ocultas, son más sensibles a los recordatorios de alimentos procesados. Esto significa que liberan avalanchas de antojos cuando se exponen a una señal o desencadenante. Tanto los alimentos procesados como el estrés pueden provocar esta liberación de deseos abrumadores e irrefrenables.
El peligro del exceso
La Organización Mundial de la Salud, OMS, informó en su último informe sobre obesidad mundial que una de cada ocho personas en el mundo vive con ella y que esta condición se ha duplicado en adultos desde 1990, mientras que entre los adolescentes se ha cuadriplicado. Mientras que en 1990 solo el 2% de los niños y adolescentes de 5 a 19 años eran obesos (31 millones de jóvenes), hoy el 8% lo son (160 millones de jóvenes). “En un momento en que las enfermedades metabólicas y la obesidad alcanzan proporciones epidémicas, los profesionales médicos deben enfrentarse a una dura realidad: o se supera este problema o se acaba la carrera. No abordarlo puede arruinar la vida de las personas y no creo que esté exagerando”.
–Quienes comen algunos de estos productos a la semana, ¿corren peligro?
–Sí. Es como consumir cocaína una vez por semana. El potencial para que la adicción crezca siempre está ahí. Estamos abrumados por la disponibilidad de alimentos adictivos. Están por todas partes. El desencadenamiento de la dependencia es constante. Mantenerse alejado de los alimentos procesados es la mejor manera, pero se necesita mucho entrenamiento para vencer a los científicos de la adicción en su juego.
–¿Qué prácticas propone a la hora de realizar pequeños cambios en nuestro comportamiento para no desembocar en adicción?
–El primer paso es hacer un análisis de las personas que vemos con más frecuencia, aquellos que integran nuestro círculo cercano. Los humanos tenemos la particularidad de imitar. Si nuestro entorno es un potencial desencadenante, es probable que la reacción natural sea copiar sus conductas. Solemos contagiarnos de los hábitos de quienes nos rodean. Entonces, si estamos inmersos en un ámbito de personas que comen alimentos procesados y están enfermas por ellos, nuestra tendencia natural será imitar esa actitud comiendo lo mismo que ellos.
–¿Qué comportamientos debemos tener con los niños?
–Los alimentos procesados son tan tóxicos que dañan cada célula de nuestro cuerpo. Sería esencial que empecemos a proteger a nuestros hijos desde pequeños, porque la conciencia y la práctica desde la infancia ayudan a desarrollar hábitos que se prolongan en el tiempo. Cuando los niños comen alimentos procesados fuera de casa y regresan con dolor de estómago, dolor de cabeza o irritabilidad, sería apropiado, con delicadeza, hacer explícita la conexión con esos consumos para que puedan comenzar a relacionarlos con sus consecuencias y aprendan a evitarlos.
–¿Cómo nos hacemos amigos de la comida?
–Los procesados crean compulsión, antojos y decepción con las recaídas. Sin embargo, para deshacernos de los alimentos adictivos y su malestar, nos beneficia reconocer que nos estamos recuperando de una adicción grave. Este proceso lleva tiempo. Es bueno ser paciente y compasivo con uno mismo en el camino.
–¿Es peor comer pocos alimentos ultraprocesados que comer más productos sin procesar?
–Todos los niveles de alimentos procesados provocan antojos. Existe un mito común que indica que el desencadenante de comer en exceso son los alimentos en sí mismos. Varios programas de nutrición se posicionan como la mejor manera de evitar el hambre y eliminar los antojos de procesados al reducir o eliminar macronutrientes o grupos enteros de alimentos. El enfoque miope de centrarse únicamente en la comida conduce a la falsa creencia de que si se siente deseo de comer procesados mientras se sigue un plan de alimentación limpia, uno debe estar haciendo algo mal.
–En sus investigaciones han surgido seis factores desencadenantes de la dependencia. Uno es la comida en sí misma, ¿cuáles son los otros?
–Uno de ellos son las emociones que provocan una reacción de antojo y estos cierran el lóbulo frontal del cerebro, lo que dificulta enormemente la toma de buenas decisiones. Otro, como mencionamos ya, son los vínculos. El siguiente es el entorno que provoca deseo. El cuerpo es otra variable que ya sea por su imagen o forma genera ansiedad que abona el círculo vicioso. El último es la soledad: un disparador sorprendente.
–Comemos para sobrevivir, ¿está bien que comer también sea un placer?
–Comer alimentos limpios siempre es realmente un placer.
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