Fue creada por un psicólogo chileno en los ‘60 y cada vez se expande a más partes del mundo por los beneficios que brinda
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Ya en el siglo XIII el célebre poeta y pensador Jala-od- Din Rumi escribía sobre la conexión con el cosmos que tiene la danza. Y ese vínculo se siguió profundizando y estudiando a lo largo de los siglos.
Así surgió la biodanza, entendida como un sistema de integración humana, renovación orgánica, reeducación afectiva y reaprendizaje de las funciones originarias de vida. Según señala la International Biodanza Federation, la metodología de la disciplina consiste en motivar vivencias integradoras por medio de la música, el canto, el movimiento y situaciones de encuentro en grupo.
Esta práctica fue creada en los años 60 por el antropólogo y psicólogo chileno, Rolando Toro, quien en base a experiencias con diversos tipos de terapia decidió investigar cómo podía encontrar una que fuera efectiva mediante un lenguaje universal transformador. Hasta que le dio vida a un sistema de ejercicios acompañado de música. Al inicio lo llamó psicodanza, pero tiempo después decidió que el nombre apropiado era biodanza, cuya finalidad era mejorar la calidad de vida de las personas y humanizar los vínculos entre ellas.
Fue al tiempo de la puesta en práctica de esta terapia que Toro se arriesgó y decidió ver cuán efectivo era su sistema al aplicarlo en pacientes con enfermedades mentales en el hospital psiquiátrico en el que trabajaba. Al notar mejorías en los individuos, fue ampliando el campo de prueba y enseñanza. Entre ellas: la educación, la ejercitación física, la meditación activa y grupal, la relajación total contra el estrés y el control de las emociones.
Una sesión de esta disciplina invita a participar de una danza cósmica con el universo y la vida. En medio de una clase una persona deja de lado su individualidad para unirse junto a otros en esta práctica alegre y divertida en la que el tiempo parecería pausarse. Por otro lado, en las clases el movimiento es libre por lo que se puede optar por hacer exactamente lo que indica el instructor y tomar la explicación del ejercicio o realizarlo dependiendo de cómo lo sienta.
¿Cómo es una clase? Según relata Raúl Terrén, director de la Escuela de Biodanza de Buenos Aires, sede Dique Luján, una clase dura entre hora y media y dos horas en las que el facilitador/instructor va mostrando y explicando los movimientos que se van haciendo. “Antes de comenzar hablamos un poco entre todos y cuando termina ese momento no se habla más. Así se logra ir pasando de una ‘vivencia’ (estado de presencia total) a la otra mientras que de a poco la mente se va silenciando y uno puede conectarse mejor con su cuerpo”, cuenta.
El instructor explica que en una clase se realiza una serie de 12 a 15 ejercicios que se hacen en grupo y que se van encadenando entre sí, con la finalidad de que la persona se despoje de sus inseguridades y se anime a seguir el flujo de actividad indicado por el instructor. “La biodanza genera vivencias que potencian nuestra salud, tanto psíquica como física y existencialmente”, destaca.
También detalla Terrén que el encuentro y el acercamiento con los demás mejora la virtud de aprender a escuchar a otro. “Mediante los ejercicios se entrenan los vínculos –continúa– para que después, en el día a día, se transformen y mejoren”.
Para el médico deportólogo, Patricio M. Izal, la biodanza es un ejercicio físico asociado con la meditación, tanto individual como grupal. “Además, como todo tipo de ejercicio físico, presenta beneficios como la mejora del sistema inmune, la disminución de la grasa corporal, el aumento de la masa muscular y, principalmente, una mejora de la movilidad y flexibilidad”, desarrolla.
Entre las ventajas de realizar esta práctica, el Centro Argentino de Educación Psicofísica enumera: la amplitud de la conciencia; el descubrimiento de estrategias de mejor vinculación con uno mismo y con los demás; una nueva manera de observar la vida desde otro lugar; un cese al sufrimiento gracias a la creación de nuevos comportamientos y hábitos.
Raúl Terrén es uno de los primeros facilitadores argentinos certificados en biodanza. Cuenta que décadas atrás cuando decidió instruirse en la práctica solamente había una academia para formarse en San Pablo. A medida que se especializó conoció a su esposa Verónica Toro, hija del creador de la biodanza, y juntos exportaron esta terapia a otros continentes en los que –según dice– varios adeptos les han dicho que sus enseñanzas les cambiaron la perspectiva de vida. “La biodanza tiene mucho de la cultura latina, quizá por el caos en el que nos acostumbramos a vivir en esta región, que aprendimos a darle importancia al sentir, a mejorar los vínculos y a rescatar que el cuerpo es más importante que la mente”, añade.
Terrén sostiene que la biodanza puede ser practicada por personas con Parkinson, con problemas de salud mental y discapacidad, entre otras afecciones. Y finaliza: “Esta danza trabaja neurofisiológicamente y, precisamente, estas enfermedades se vinculan con el mal funcionamiento de ciertos compuestos químicos en el organismo. Es mediante los ejercicios que vamos haciendo que se estimula la producción de estos químicos”.
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