Pasó de quedarse sin trabajo en 2020 a saldar todas sus deudas, comprar equipos para su emprendimiento y poder ahorrar gracias a la idea de su novia que lo alentó a cambiar de rumbo
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Una de las preguntas que más le hacen a un estudiante de filosofía es ¿de qué vas a trabajar? La pregunta encierra, al mismo tiempo, otra duda muy extendida: ¿para qué (te) sirve estudiar filosofía? Camilo y Lucía la escucharon cientos de veces cuando cursaban la carrera y todavía, ya conviviendo como pareja, ambos recibidos, siguen buscando alguna respuesta a la cuestión de la utilidad de la filosofía que logre satisfacer la curiosidad de aquellos que siguen sin entender muy bien a qué se dedican, ¿cuál es su pasión y, como la Tana Ferro (el viralizado personaje de Valeria Bertucelli en Un novio para mi mujer) muchas veces se sienten tentados de responder “¿no tengo pasión, está mal?”. Pero ambos saben que esa sería una respuesta irónica y no ajustada a la verdad. De hecho tienen más de una pasión: la pareja que armaron y supieron fortalecer llevando adelante un proyecto en común que bautizaron 10 Recetas Japonesas, un perro, la poesía y, por supuesto, las ganas de seguir haciéndose preguntas que desnaturalicen lo dado.
Formados en el pensamiento filosófico ambos aprendieron a manejarse amablemente con la duda y la incertidumbre, quizá por eso, tuvieron las herramientas para adaptarse al impacto de la pandemia un poco mejor que aquellos que vieron todas sus certezas y, peor aún, sus estructuras financieras, derrumbadas por los efectos del retraimiento económico consecuente al aislamiento social obligatorio durante el 2020.
Camilo Sce, que ya estaba graduado de profesor, aunque no se dedicaba a la enseñanza, gestionaba un emprendimiento propio de organización de proyectos culturales. Venía funcionando muy bien, con una agenda de eventos programados y equipos técnicos contratados para difundir películas de cine, recitales y programas culturales. Entre sus clientes figuraban entidades estatales de promoción cultural, algunos artistas y productores privados; además, ya tenía encaminado el plan anual de su productora para responder a una demanda constante. Todo eso se interrumpió con la irrupción del coronavirus, cuando no se sabía muy bien qué iba a pasar en el mundo y lo principal era prevenir el riesgo de contagio en toda la población. No le sirvió de mucho seguir intentando generar nuevos clientes, buscar empleo, mandar cientos de mails y hacer contactos por LinkedIn. Nadie podía darle una solución a su búsqueda de ingresos, el miedo y la incertidumbre era generalizada. Así, como la mayoría de los emprendedores independientes, de pronto se encontró con esa situación desesperante de no ser “ni muy muy ni tan tan”. Ni tan rico ni tan pobre, ni empresario consolidado con empleados ni persona en situación de vulnerabilidad social como para recibir alguna de las medidas de ayuda gubernamentales que se pusieron para paliar los efectos de la pandemia. Con los contratos caídos, sin posibilidad de recibir subsidio de ningún tipo, el encierro de los primeros meses de la pandemia lo puso en una situación desesperante. Sin trabajo y sin ingresos para pagar las cuentas, se sumió en un estado de abulia y desazón del que no sabía cómo salir. Camilo se la pasaba el tiempo deprimido y sin ganas de hacer nada, Lucía que, en cambio había empezado a dar las clases de la facultad por Zoom, estaba un poco más animada y esperanzada. En la crisis vio una oportunidad, conocía la habilidad de Camilo en la cocina, ella lo disfrutaba casi a diario, él tenía un potencial desconocido que probablemente había llegado el momento de explotar. O, al menos, de explorar. “¿Y si enseñás a cocinar tus recetas japonesas que te salen tan bien?” le sugirió. Y ahí, puede decirse, comenzó un recorrido que se materializó en un éxito inesperado.
Inesperado: ¡Probar no cuesta nada!
Lucía Manasliski piensa su cotidianidad con categorías filosóficas: nada es natural y la mayoría de nuestras creencias del mundo pueden ser modificadas. Hasta dio una charla TED sobre la cuestión y, además, integra un grupo de investigación sobre inteligencia artificial y filosofía. Todo eso suena estimulante pero, se sabe, no paga la olla. No da de comer. Así, con el sueldo de profesora universitaria de Lucila y los nulos ingresos de Camilo, se vieron en la situación de tener que hacer algo. Rápido. Por eso, aunque al principio le pareció ridículo y dudó - si él solo cocinaba por hobby, quién era él para enseñar justo cocina japonesa, algo tan específico y habiendo tantos maestros que traían este saber milenario más incorporado que él, si no sería una especie de “impostor”- la fuerza de la necesidad lo llevó a decir que sí. ¡Probar no cuesta nada!, palabras mágicas, si las hay.
Cocinar para él hasta ese momento había sido un espacio propio, una actividad que disfrutaba y, sí, es cierto, también había aprendido durante los años que cursó la carrera de chef en el IAG, que le sirvió para reconocer que tenía una gran vocación por la cocina pero no lo entusiasmaba la parte administrativa de la gastronomía como profesión.
Una vez que se sentó a planificar el proyecto, se dio cuenta de que tenía bastantes herramientas consolidadas como para animarse a empezar. Además de saber cocinar bien, rico, de haber estudiado idioma japonés, de ser un apasionado por el animé y la historia japonesa, había cursado una carrera docente, con materias como didáctica y pedagogía. Es decir, la habilidad de armar un curso ya la tenía: establecer los objetivos, la administración de los tiempos de las clases y la puesta en común de los aprendizajes, son todas habilidades de enseñanza que se pueden aplicar a cualquier contenido. Eso hizo: organizó las clases en 10 recetas japonesas que eligió entre muchos platos de los que él solía cocinar para compartir -prepandemia- con familia y amigos, o hasta para una cena de dos en casa con Lucila, buscando aquellos más simples pero al mismo tiempo más novedosos para quienes solo conocen el sushi.
Hoy 10 Recetas Japonesas ya es una marca consolidada en ese universo paralelo pero pujante y generoso de las redes sociales, al que recurren clientes foodies ávidos por disfrutar de nuevas experiencias y darlas a conocer entre sus seguidores. La costumbre de fotografiar, publicar videos y etiquetar a los organizadores de esas experiencias funcionó como una publicidad por la que no tuvieron que pagar ni planear. Los primeros alumnos de las clases de cocina fueron amigos que ellos mismos se encargaron de difundir la novedad y recomendarla en sus redes sociales: desde la actriz Carla Quevedo, una especie de hada madrina del emprendimiento, a Dolores Fonzi, influencers y muchísimos profesionales del mundo de la informática, los alumnos no pararon de llegar, aprender a cocinar, aportar ideas, conversaciones, preguntas y generar esa especie de refugio que fue encontrarse por zoom a aprender cosas nuevas durante los tiempos del aislamiento.
Una clase de cocina japonesa puede responder a cuestiones existenciales
10 Recetas Japonesas es una puerta de entrada a la comida y la cultura japonesa para gente que no sabe nada, o que sabe un montón. “Me gusta contar la historia de la comida, de los platos y la cultura gastronómica japonesa, que es muy particular. Damos cursos online por zoom, donde la gente recibe kits con todos los ingredientes fraccionados para poder concentrarse en los pasos y llegar a los resultados correctos y algo que nos sorprendió es que tuvimos muchos alumnos gastronómicos profesionales”, presenta Camilo.
Este año, en octubre empezaron a hacer ciclos de cenas a puertas cerradas y hasta dieron algunas clases presenciales pero advirtieron que la dinámica más buscada es por zoom. “Vimos que se prefiere cocinar desde la comodidad de la casa y que para salir la gente busca otro tipo de experiencias, como sentarse a cenar o a disfrutar de un buen momento”, evalúa el cocinero.
En la primera clase del curso Camilo empieza por transmitir algunos conceptos básicos de cocina para que los alumnos puedan elaborar las recetas. Ellos ya tienen en sus casas un kit prearmado que les fue enviado a su casa con los ingredientes de la receta que se preparará en esa clase.
Empieza por explicar por qué se necesita un cuchillo sin dientes y muy bien afilado, muestra las técnicas más usadas para cortar la cebolla y pasa a relatar la historia de la cocina japonesa, sus influencias y el por qué de ciertos rituales. A veces, su discurso es tomado por la reflexión filosófica ya que frases como “Tomar el control de la situación”, “Ahorrar esfuerzos innecesarios” o “Lo que es simple, háganlo simple”, funcionan como metáforas para la resolución de los problemas de la vida en general. Y eso, de pronto, se convirtió en un sello de calidad, una impronta propia de los cursos que le sumó atractivo a 10 Recetas Japonesas y que muchos alumnos no dudaron en agradecer. Le empezaron a llegar mensajes como “Tus clases me dieron la fuerza que necesitaba para decidirme a lanzar mi emprendimiento” o “Gracias, sensei por tus enseñanzas” y se dio cuenta de que finalmente había encontrado un modo de transmitir una voz propia, esa que antes había circulado por caminos como la poesía, su trabajo de librero en la emblemática Clásica y Moderna, la gestión cultural y la filosofía. De pronto se vio reflejado en el rol de “sensei”, un título que no deja de sonarle demasiado grande pero que al mismo tiempo lo llena de orgullo. “Superé el síndrome del impostor”, confiesa Camilo. “Me di cuenta de que cuando uno tiene una pasión es inevitable transmitirla con autenticidad y creo que eso pasó en las clases”, reflexiona.
“Creo que con Lu generamos un espacio que fue muy valioso no solo para los alumnos que participan sino también para nosotros. Tener comida es una necesidad básica del ser humano, empezar a cocinar los alimentos fue un paso evolutivo en la humanidad y ahora la comida tiene connotaciones sociales, culturales y artísticas. Pero en pandemia, creo que contar con alimentos en la casa, cocinar, se volvió tan importante porque la comida es un símbolo que aleja el miedo a la muerte. Y, en nuestro caso, además, se convirtió literalmente en un modo de salvarnos, porque gracias a 10 Recetas Japonesas pudimos tener plata para pagar las cuentas”, se sincera.
Una pareja y un perro hijo
Lucía y Camilo están juntos hace cinco años y se mudaron juntos al poco tiempo de conocerse. Tienen de hijo un perro que se llama Apolo -cuya imagen transfirieron al logo de la marca- y un daruma guardado en la heladera. “Le pintamos uno de los ojos a nuestro daruma y él espera a que cumplamos nuestro propósito con mirada tuerta y vigilante: el año que viene apuntamos en la misma dirección, seguir enseñando recetas japonesas, tal vez con un lugar propio; también queremos ir a Japón y afianzar nuestro trabajo como difusores de esa cultura que nos fascina. Además, estamos planeando nuestra llegada a otros mercados de habla hispana, como España, Colombia y Uruguay, pero hoy nuestro primerísimo plan es viajar a Japón”, cuenta Camilo.
Lucía acuerda y cuenta su parte: “Yo confiaba muchísimo en las habilidades de Cami para enseñar a cocinar, pero no solo eso: él viene de manejar equipos, así que para mí era evidente que él proyecto iba a funcionar”. Sobre llevar adelante el proyecto juntos confiesa que le representa una montaña rusa de emociones y que es un aprendizaje constante. “Aprendemos de los errores, de las cosas que salen bien, de los malos entendidos, hasta de las peleas”, reconoce. “Pero lo que nos entusiasma y mantiene enfocados es la cantidad de proyectos nuevos, de personas que se nos acercaron con propuestas, la alegría de conocer gente nueva y darnos cuenta de que estamos aplicando las experiencias previas de cada uno a este proyecto en común”, concluye.
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