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La familia Franco comienza con toda la producción de huevos de chocolate más de tres meses antes de las Pascuas . Este año, como caen fines de abril arrancaron en enero. Por día llegan a diseñar mil huevos y tienen fama por sus versiones gigantes de más de 20 kilos. La confitería y repostería María Franco es un clásico del barrio de Boedo y sinónimo de buen chocolate . Al igual que los años anteriores, los niños esperan con ansias su taller gratuito de Pascuas en el que cada uno diseña su propio huevo que luego se llevará de regalo.
El chocolate se está fundiendo a baño María (a no más de 40 grados). Giselle, repostera y la mayor de las hermanas Franco, lo mezcla suavemente y controla que no se le pase de temperatura. Cuando está en su punto justo lo vierte en un bowl y con un pincel de cerdas blancas comienza a pintar un molde transparente (con la distintiva forma de huevo) con el chocolate. Repite la acción con dos o tres capas más. Luego lo deja secar por un rato. Más tarde lo rellena, con variedad de pequeños juguetes y confites de colores, y une las dos partes. Lentamente el huevo va tomando forma.
Ella es una apasionada de la repostería, oficio que heredó de su abuela Nieves. De pequeña observaba como decoraba cada una de las tortas con gran dedicación. "Mi abuela preparaba en su casa los huevos de Pascua tradicionales y los decoraba con el clásico glasé. Siempre fui muy curiosa y me encantaba observar con detenimiento cada uno de los movimientos que realizaba con la manga, cómo combinaba los colores y creaba sus propios diseños. Los huevos de Pascua artesanales siempre fueron una gran tradición en nuestra familia. Todos los nietos los esperábamos impacientemente. Era una especie de ritual que nos generaba mucha ilusión. A mí siempre me gustó la repostería. Hoy en día Nieves con sus 91 años nos viene a visitar y cuando mira los huevos que preparo me dice: "te admiro como los decorás con tanta facilidad", expresa Giselle, orgullosa de sus obras de arte, a LA NACIÓN.
Nacer en la crisis
El amor por la cocina surgió casi por casualidad. Cuando Giselle y su hermana Celeste, tenían dieciséis y quince años respectivamente, su padre que por ese entonces trabajaba en el rubro textil quebró. Ambas estaban terminando el colegio secundario y para ayudar a la familia se les ocurrió empezar a vender sándwiches, ensaladas de frutas y mermeladas caseras por el barrio. Al poco tiempo, se alquilaron un pequeño local sobre la Av. Boedo 2063 y junto a su padre Rafael y su madre Anita montaron un almacén con despacho de fiambres y sándwiches. La abuela Nieves colaboraba con la producción de tortas y el abuelo Rafael, al que todos conocen como "Felito" con la atención de los clientes. Fue en el 2001, en plena crisis, cuando abrieron las puertas de María Franco. Llamaron así al emprendimiento en honor a ellas ya que como primer nombre ambas son María. Arrancaron con algunos productos: sándwiches, opciones de tortas y facturas. Lentamente la economía familiar comenzaba a repuntar.
Dos años más tarde, se les ocurrió ofrecer huevos de Pascuas artesanales. Según recuerda Celeste, la menor de las hermanas, al principio prepararon una pequeña producción con modelos simples: "La idea fue poner en práctica las recetas que nos enseñó la abuela Nieves. A Giselle le encanta la decoración de tortas y pudo incorporar su arte a los chocolates". De producir 100 huevos por día pasaron a mil. Y se convirtieron un clásico de las Pascuas en todo el barrio.
Toda la elaboración de los huevos es artesanal. Cada miembro de la familia cumple un rol fundamental y está detrás de los detalles: desde la elección de la materia prima hasta el empaquetado. Cuando se acerca la fecha de las Pascuas el chocolate se transforma en el gran protagonista del local. Los huevos más pequeños son de 30 gramos mientras que el récord de los gigantes fue de 20 kilos. Durante una jornada de trabajo llegan preparar y diseñar hasta mil unidades.
Tienen huevos de chocolate con leche, chocolate blanco y también semiamargo. El que más sale es el de leche, pero en el último tiempo también pica en punta el semiamargo. Giselle se encarga del diseño. Sobre la mesada de producción tiene más de cincuenta unidades de huevos. Con gran rapidez y destreza dibuja pompones que se transforman en flores y hojas. A los más grandes los decora con rosas también hechas a mano alzada. "La parte que más disfruto es la del decorado. No utilizo glasé sino chocolate blanco saborizado. El rosa tiene sabor a frutilla, el verde a menta y el amarillo a limón. A veces sueño cual va a ser mi próximo diseño. La línea de autor (hecha con chocolate real belga) está inspirada en la repostería. A veces, utilizo polvos dorados comestibles. Hago muchos diseños personalizados. Estos me llevan más de una hora de decoración" cuenta, mientras toma una de las mangas con chocolate color rosa y muestra sus destrezas con el arte chocolatero.
Desde hace algunos años, el sábado antes del domingo de Pascuas brindan un taller gratuito de repostería para que los niños (entre los 2 hasta los 10 años) puedan aprender los secretos de los huevos y diseñar cada uno el suyo. "Teníamos ganas de devolverle algo a la gente del barrio y se nos ocurrió realizar estos talleres de Pascua para que cada uno los niños se lleve el suyo. Empezó como un juego y con unos pocos huevos. El primer año vinieron treinta chicos del barrio y con el boca en boca creció. El año pasado fue increíble la convocatoria vinieron más de mil. Esta iniciativa es la que más me disfruto porque se genera un muy lindo vínculo con la gente", expresa Rafael Franco, el padre de Giselle y Celeste. El taller se convirtió en un ritual de celebración. "Uno trata de dar. Como familia sabemos que todo vuelve y multiplicado", agrega Celeste. El taller será el próximo sábado 20 de abril a las 10 de la mañana.
Para ellos las Pascuas no son una celebración más. Además del taller, aún conservan la tradición que les enseñaron sus abuelas. El domingo después del almuerzo familiar agarran un huevo de Pascua artesanal y se lo van pasando de mano en mano. Al que se le cae sin querer o lo rompe tiene que lavar los platos. "Saber que cada huevo que nosotros preparamos se va a compartir en la mesa de una familia para mi es mágico", concluye Giselle.
El aroma a chocolate recién fundido, la bolsa con confites (que en minutos estarán adentro de un nuevo huevo) y las mangas con diferentes colores ya están listos para las Pascuas.
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