En el local, abierto en 1956 por una familia de inmigrantes italianos, no siempre se vendieron hamburguesas: previamente fue una sucursal de Helados Laponia, y antes, una agencia de autos
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Uno de los primeros McDonald’s que abrieron en la Argentina se ubicó en Acassuso, cerca del cruce entre Avenida del Libertador y Pueyrredón. Tendría que esforzarse por dominar el mercado ya que había un serio competidor a pocos metros: Pumper Nic. Pero los directivos de la cadena estadounidense no estaban preocupados por Pumper Nic, sentían que la pelea sería con otra hamburguesería de la zona que tenía un local único: Pepino.
Cuenta Rubén Salvucci (62), que regenta el local desde hace más de 30 años, que aquella vez, los responsables de McDonald’s lo llamaron y le pidieron una reunión. La organizaron ahí mismo, en Pepino. Se vieron un lunes al mediodía y la charla fue corta. Los norteamericanos querían saber una sola cosa: si Pepino iría a abrir más locales en zona norte, para poder ellos asegurarse un crecimiento estable en la Argentina. Los Salvucci respondieron “tranquilos, nos quedamos acá, con este local solamente”.
Los jóvenes que empezaron a ir a Pepino a sus 25 años, hoy tienen 70 y son clientes regulares. Uno de los de esa camada es Walter Santiago, alias “Alfa”, el recientemente eliminado participante de Gran Hermano que tanto ha dado para hablar... Pero su nombre es uno solo en una lista de mil celebridades y mil anécdotas. Porque, según cuentan sus dueños, la historia de Pepino se divide en tres etapas.
La primera etapa: “Esto nació como una agencia de autos”
En 1956, Domingo Salvucci, italiano de la región de Le Marche, arribó a la Argentina con una valija y mil sueños. En Italia era jardinero, pero aquí buscó trabajo “de lo que fuera”. Con sus ahorros, compró un terreno anexo a una estación de servicio, allí en Libertador y Pueyrredón. Acassuso no era el barrio que conocemos hoy: había muchos terrenos vacíos, pocas casas construidas. Pero la zona era muy recorrida, ya que por esas cuadras de Libertador se corrían distintos tipos de carreras: las “serias”, es decir, los Grandes Premios, y las picadas de los “fierreros” de la zona.
Domingo Salvucci pensó bien: había una devoción por los autos, entonces abrió una concesionaria de marcas importadas. Para no quedarse corto, agregó un taller y contrató un equipo de mecánicos. Rubén Salvucci (61), su sobrino nieto y actual manager de Pepino, explica para LA NACION:
“Esto estaba dividido en dos partes, en la agencia de autos y en un kiosco. Lo manejaban juntos mis tíos abuelos, Domingo y Raquel”.
“Nuestra esquina era el lugar perfecto para que pararan los corredores de los Grandes Premios: teníamos un taller y, al lado nuestro, había una estación de servicio. Cada tanto, a uno se le rompía el auto, en esa época los coches eran menos sólidos, y le pedían a mi tío abuelo que se los arreglara”.
“La agencia vendía autos 0 km, muchos. Luis Sandrini se llevó un Rolls Royce de ahí. Luego, otro cliente compró un Maybach Zeppelin, que era el único que existía en la Argentina. También se vendían los DKW”.
“Después, en 1961, llegaron mis padres, Lanfranco y Rina, también italianos. Los 4, juntos, empezaron a coordinar el negocio. Mi papá se puso a trabajar a la par de mi tío. Iban juntos a buscar los DKW a Sauce Viejo, Santa Fe, y los manejaban hasta la concesionaria. Mi mamá ayudaba a mi tía abuela con el kiosco. Así trabajaron durante un par de años, pero luego las cosas cambiaron... Mi tío se enfermó y el kiosco, que era un pequeño negocio en comparación con la agencia, empezó a ser lo más redituable. Entonces mis padres y mi tía abuela cerraron la agencia y apostaron todo al kiosco”.
La segunda etapa: Helados Laponia
“El kiosco se agrandó y se convirtió en una sucursal de heladerías Laponia. Fue, más o menos, en 1964. Para 1969 ya era bastante conocido. Había una explanada grande adelante, entonces se llenaba de gente joven de Acassuso, que venía en sus motos y autos, los dejaban estacionados ahí y se quedaban charlando. Además de los helados ofrecíamos bebidas, panchos y sándwiches”.
“En un momento, mi tía les vendió esa parte del negocio a mis padres. Y Laponia duró hasta 1969, que fue el año en el que nos convertimos en una hamburguesería”.
“Laponia venía en baja. De hecho, después desapareció como marca. Nosotros no lo producíamos, lo comprábamos y lo vendíamos. Pero la razón del cambio fue otra... Muchos de los clientes le decían a mi mamá que estaban aburridos de los panchos y de los sándwiches. ´Rina, preparanos algo diferente, le pedían´. Ella, que ese día justo había comprado carne picada para prepararme una hamburguesa cuando yo volviera del colegio, les ofreció una hamburguesa con tomate y lechuga. La probaron, les encantó y le pidieron más”.
La tercera etapa: Pepino
-El helado había quedado atrás.
-El helado había quedado atrás. Nos transformamos en una hamburguesería.
-¿Por qué “Pepino”?
-El nombre de mi viejo, Lanfranco, era difícil de pronunciar para los clientes. Y mi viejo era re italiano, no hablaba una gota de castellano. En esa época estaba de moda el cantante Peppino Di Capri, que era italiano, como él. Lo apodaron Pepino a él y el local la ligó, ja. Pasó a llamarse Pepino.
-¿Qué los caracterizaba?
-Vendíamos una hamburguesa rica y sencilla. Clásica, sin agregarle nada. Nos iba muy bien. Y a veces hacíamos omelettes. Eran distintos a los de otros lugares, eran más espumosos.
-¿Siempre les fue bien? ¿No tuvieron momentos difíciles?
-Sí. La hiperinflación de Alfonsín... Empezábamos con un precio en la mañana y terminábamos con otro en la tarde. Pero nos apoyábamos mucho entre los locales del barrio, nos proveíamos de ingredientes y nos reuníamos para definir precios. Una ONG llegó a decir que nosotros éramos los que “marcaban” el ritmo de los precios. Fue una época de porquería, pero la pudimos aguantar.
Menem, fascinado con los cappellettis de Rina
-Mauricio Macri y varios dirigentes de Pro han elegido Pepino para venir a comer.
-Sí. Van y vienen muchas personas conocidas. Siempre fue así. Acá han comido todos los de Soda Stereo. Charly Alberti ha venido a comer y a preguntarme qué tipo de auto le recomendaría que se comprara.
-¿Qué otros clientes conocidos tienen?
-¡Los All Blacks! Una vez, después de un partido contra Los Pumas, llegaron de sorpresa y se pidieron 40 botellas de cerveza, de 1 litro cada una. Una para cada uno. También viene un actor de Los Simuladores, el alto [posiblemente Martín Seefeld], Baby Etchecopar, el Burrito Ortega, Francescoli...
-¿Y antes, cuando eras más chico?
-Cuando mis papás estaban a cargo del local, venía Carlos Monzón. Mi mamá le decía que Nino Benvenutti era mejor, en joda, eh [risas].
-¿Y en los 90?
-Carlos Menem. Me acuerdo que Menem se desvivía por los cappellettis de mi mamá. Una vez se auto-invitó a nuestra casa para comer cappellettis caseros. Estaba con otros funcionarios. Tenían que irse a una reunión no sé dónde, pero él decía “esto está demasiado bueno, ¡¡yo no me quiero ir a ningún lado!!”.
Rina llega a último momento para contar: “Después han venido Zulema, Zulemita... Mirtha Legrand... ¡Acá vino todo el mundo!”.
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