Hay emprendedores que dicen alcanzar "el éxito" cuando logran vender lo que hacen de manera masiva. O cuando se "hacen conocidos", en términos menos exigentes. También se cree, a veces erróneamente como en el caso de los protagonistas de esta historia, que todos los que emprenden tienen como principal objetivo expandirse al máximo y conquistar la mayor porción de mercado posible. En este relato sucede otra cosa.
Esteban e Ignacio Bidondo son hermanos, nacidos y criados en Chapadmalal (a 20 minutos de Mar del Plata)y juntos llevan adelante la cervecería Las Cuevas, ubicada en la entrada del barrio La Estafeta, a una cuadra de la ruta 11 y a dos del mar. Hace unos 6 años comenzaron a fabricar cerveza artesanal, primero Esteban y con el tiempo Ignacio, en una cocina donde había funcionado una habitación para recibir a turistas. Arrancaron vendiendo en botellones y siendo un punto "de recarga", pero la demanda creció de manera tan veloz que se animaron a dar un paso más: primero abrieron la fábrica con una modesta barra, y al año siguiente, el local con gastronomía y patio cervecero.
Con la ayuda principalmente de amigos y vecinos encararon los trabajos de refacción en menos de seis meses. Tiraron paredes, pintaron, reciclaron antiguos muebles del lugar, prepararon la cocina de manera industrial y, sobre todo, se dejaron llevar por su impulso creativo. Sería válido pensar que Las Cuevas -nombre que resalta la geografía particular de las playas de la zona-, antes de que abra sus puertas como cervecería ya estaba destinada a ser punto de encuentro de amigos.
Desde entonces reciben en casa (y es literal) a vecinos y turistas de distintos rincones de la costa, amigos de toda la vida, conocidos de conocidos y extranjeros que se enamoraron de la zona y, en particular, de este lugar.
"La mitad de los que llegan viven a 15 cuadras a la redonda, cualquiera que entra conoce al menos a uno de los que trabajamos acá o tiene algún recuerdo del lugar". La meta es genuina, simple, y probablemente eso la transforme en algo mucho más grande: "Nosotros queremos ser un punto de encuentro para que los que viven fuera de la ciudad no tengan que irse hasta allá solo para tomar una buena birra. Y también un espacio donde la cultura local tenga un lugar de referencia, donde los artistas de la puedan exponer sus obras, los músicos mostrar algo de lo que hacen, y los feriantes puedan compartir sus creaciones", explicaba Esteban mientras un mate va y vuelve junto a los recuerdos y las experiencias vividas en esta casona que ya suma más de seis décadas entre sus gruesos y pesados ladrillos.
Por otra parte, comentan al unísono que no está entre sus aspiraciones poner una distribuidora o crecer con franquicias en la ciudad de Mar del Plata. Prefieren mantenerse en el barrio, mejorando la calidad y la propuesta día a día.
"La mitad de los que llegan viven a 15 cuadras a la redonda, cualquiera que entra conoce al menos a uno de los que trabajamos acá o tiene algún recuerdo del lugar".
Un poco de historia.
Lo que ahora es un patio cervecero donde abunda el arte y suena música que varía entre folclore latinoamericano, rock nacional y bandas internacionales de todos los tiempos, antes fue depósito de chatarras, máquinas en desuso y materiales reciclables que Jorge, el papá de los hermanos emprendedores, utilizaba para trabajar. "Junto a él -habla Ignacio, el menor-, repartíamos gas y leña, además de reciclar todo tipo de artefactos".
Pero antes de que Jorge comprara esta casona, acá funcionaba una hostería con cierta relevancia en la historia local por ser uno de los primeros sitios donde se hacían "matinés" y donde se cruzaban turistas con vecinos. Sí, se encontraban a bailar cuando caía el sol y básicamente a intercambiar una charla, o algo más. Como ahora, pero medio siglo después y con cerveza artesanal de por medio.
"El que no fue alumno de mi vieja, que es maestra de toda la vida del barrio, le compraba gas o leña a mi viejo", recuerda Esteban mientras abre la puerta de una habitación ahora convertida en fábrica, cuidadosamente preparada para tal noble fin. Cuenta que hasta hace poco dormía en este lugar y que ahora ya está instalado en un dormitorio en la planta alta, en lo que era un antiguo depósito. Esteban vive literalmente en Las Cuevas, donde el trabajo, la pasión y el ocio conviven con felicidad, y también con algo de caos, porque eso de la armonía y la paz como estado de felicidad alcanzado funciona bien para algunas películas, pero no para la vida emprendedora.
Vivir de la cerveza
La decisión de poner todas las fichas en Las Cuevas ocurrió durante 2017, cuando Esteban dejó de arreglar celulares y decidió dedicarse tiempo completo a la cocción de cerveza junto a un ingeniero amigo, quien a su vez impulsó el negocio potenciando la calidad al máximo, aportando mediciones precisas y recetas impecables. Ignacio, por su parte, todavía vendía leña y carbón con Jorge, y si bien participaba de alguna cocción cervecera, se asoció formalmente al año siguiente.
Durante 2017 se dedicaron a vender "recarga" de botellones a los conocidos y comercios de la zona. Cuando la temporada siguiente llegó, se animaron a vender cerveza en la fábrica y abrir un pequeño espacio de barra. Había cuestiones cotidianas que hacían que verdaderamente uno se sintiera en una casa amiga -si eso es bueno o malo, quedará a criterio de cada quién-: "Como yo vivía ahí y había un solo baño, todos los días, antes de abrir el bar, tenía que sacar el cepillo de dientes para recibir a los clientes", desliza Esteban que no puede asegurar que alguna vez no se lo haya olvidado con la pasta de dientes lista.
Durante 2018 invirtieron en un nuevo equipo para producir cerveza a una escala mayor (100 litros) gracias al dinero ahorrado por la venta del mismo producto. Y también resolvieron ampliar el espacio interno y externo para abrirlo al público con mayores servicios.
Con el mismo impulso, tiraron abajo algunas paredes para ampliar los metros cubiertos y aprovechar al máximo el extenso patio con parque. Con la premisa de "dar laburo al barrio", convocaron a electricistas, albañiles, herreros y amigos con criterio y buenas habilidades para poner la obra en marcha. Las paredes fueron pintadas, además, por artistas locales. Al cabo de seis meses la cervecería estaba lista para abrir sus puertas.
Ahora entran unas 70 personas que pueden optar por sentarse en una barra comunitaria o mesas privadas entre paredes pintadas con arte, luces tenues y la sensación de estar en el comedor de una casa remodelada y con mucha onda, o afuera, con los pies en la tierra y bajo árboles con más de medio siglo de vida. Entre los estilos que ofrecen, se encuentra el tipo Golden, Stout, IPA, Luna Roja y algunos más arriesgados como la Honey que lleva agregado de miel (producida por Ignacio, ya que además de cervecero es apicultor) o la Golden con pimienta de Jamaica, Coriandro y Cardamomo. En la cocina también pasan cosas: además de las clásicas papas, pizzas y hamburguesas incluyen en la carta variedad vegetariana bien casera (a precios accesibles) y postres tradicionales que no fallan como la chocotorta helada o el tiramisú. Además, adecuaron una barra de tragos en el patio para ampliar las opciones a la hora de elegir qué tomar.
- Para darse una vuelta. De marzo a diciembre abre los días viernes, sábados y los feriados abre de 19 a 00 h. Más información en IG: @cervezalascuevas
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