Vino, aceite de oliva, chocolate y salame, entre muchas otras elaboraciones, invitan a conocer sus procesos de creación y a degustarlos en origen, un plan tentador para organizar en Semana Santa
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Así como los vinos tienen el sabor del terroir donde fueron elaborados, que les da una personalidad única, cada producto que se cosecha, se pesca o se elabora a lo largo y ancho del país tiene ese gusto autóctono inconfundible.
Las rutas del vino, transitadas por viajeros que buscan sumergirse en el proceso productivo de la bebida –y también en sus paisajes e historias– fueron las pioneras que abrieron el camino hacia otras rutas gastronómicas que proponen una manera diferente de viajar, con el foco puesto en la comida, además de los atractivos típicos de cada lugar. Se sale en busca de sabores arraigados a sus tierras, de larga tradición, con historias de inmigrantes, una vuelta a las raíces, pero especialmente en trabajos artesanales hechos con pasión. Estas rutas invitan al contacto directo con los productores, a seguir de cerca los pasos de elaboración y el consumo y compra de sus productos, sin intermediarios, revalorizando las economías locales.
Estos viajes en busca de sabores son mucho más que un simple tour culinario. Se acercan a lo que desde hace unos años se llama gastronomía kilómetro cero, que hace referencia a los productos que se elaboran en cada lugar o región y a no más de 100 kilómetros de distancia.
La gastronomía KM0 se propone revalorizar las producciones locales, artesanales a pequeña escala. Proteger las tradiciones, la materia prima de cada región, una modalidad que, además, aporta a la sustentabilidad. Este concepto surgió desde el movimiento slow food, creado por el italiano Carlo Petrini en la década del 80, que propone otros parámetros a la hora de comer –también de viajar– y que se extendió por el mundo.
Las ventajas son muchas: se consumen alimentos frescos, con mejores sabores, aromas y colores, y se ponen en valor alimentos y métodos de cultivo típicos de la zona.
Los buenos ejemplos para desandar rutas gastronómicas abundan en la extensa Argentina. Además de los clásicos itinerarios por bodegas y viñedos en Mendoza, Salta y otras provincias, se puede seguir la ruta del salame en Tandil, que tiene denominación de origen con un sello que asegura que solo se confecciona con productos de la zona y respeta las recetas y el método de elaboración artesanal.
En Bariloche, además de las chocolaterías clásicas, se puede ir en busca del polo de cervecerías artesanales que nuclea a una treintena de productores locales que ofrecen diferentes variedades ciento por ciento de malta, sin agregados.
Las plantaciones de yerba mate se extendieron por Misiones –también en Corrientes–, le imprimieron su impronta al paisaje y lograron que la yerba se meta en recetas de todo tipo, que se sirven en restaurantes de las zonas productivas. Los olivos tejen un circuito en el norte y el oeste de La Rioja, que lleva a probar aceites de oliva y aceitunas y también a disfrutar en spas los beneficios de la olivoterapia y de productos cosméticos derivados.
La repostería centroeuropea y los chocolates, con sus fiestas emblemáticas de la Masa Vienesa en Semana Santa y del Chocolate Alpino en las vacaciones de invierno son, a toda hora, una tentación. Y hay mucho más para todos los gustos, como la ruta del queso en Suipacha o la de la empanada en Tucumán
Algunas de las rutas gastronómicas del país están diseñadas por los organismos de turismo provinciales o los propios productores, pero muchas otras se hacen camino al andar e hilvanan pequeñas fincas, restaurantes, plantaciones y fábricas que abren a los viajeros y que se descubren al paso.
Todas muy buenas alternativas para armar las valijas durante la próxima Semana Santa, que se desarrollará entre el 1º y el 4 de abril, y salir de viaje en busca de estos sabores argentinos, únicos y también traerlos de vuelta como el mejor souvenir.