¿Vivir 100 años? Avanzar en la longevidad sana, el nuevo paradigma que interpela a la ciencia (y a los gobiernos)
Lo que de verdad importa es cumplir años con autonomía y dignidad; algunos países ya dieron pasos para centrarse en la esperanza de salud en sus políticas
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NUEVA YORK.– Cuando les pregunto a mis pacientes por sus objetivos de salud a largo plazo, rara vez dicen que quieren vivir hasta los 100 años. De lo que hablan es de envejecer con independencia y dignidad, de no tener achaques y dolores o de tener fuerzas para jugar con sus nietos. “Me gustaría soplar las velas de mi torta de cumpleaños sin toser”, me dijo un paciente sexagenario con enfisema.
Sin embargo, la conversación sobre el envejecimiento en nuestra sociedad no refleja esta realidad básica sobre qué es lo que valora la gente en su vida.
Hace tiempo que Estados Unidos debería haberse fijado un objetivo de salud audaz. La esperanza de vida media en el país es aproximadamente 1,5 veces superior a la de hace un siglo, lo cual es un logro asombroso. Igual de sorprendente es que la esperanza de vida se esté estancando ahora, una revelación que fue recibida con una indiferencia colectiva.
El nuevo objetivo de salud no debe centrarse solo en aumentar la esperanza de vida, sino también en lo que se conoce como esperanza de vida saludable, los años que se puede esperar vivir con buena salud.
Comencemos con lo que de verdad nos importa a cada uno de nosotros: cumplir años con salud. Cuando somos jóvenes, muchos damos por sentado que mantendremos intactas nuestras facultades con el paso del tiempo. Sin embargo, a medida que envejecemos, cada cumpleaños que pasa y seguimos floreciendo, en vez de sentirnos frágiles, se vuelve una experiencia cada vez más valiosa.
Otros países ya dieron pasos para centrarse en la esperanza de salud en sus políticas. Singapur, con una esperanza de vida media más prolongada, se comprometió en sus reformas nacionales de salud del año pasado a “prevenir o retrasar la llegada de la mala salud”. El Reino Unido se fijó el objetivo explícito de aumentar la esperanza de vida sana en cinco años para 2035. Y en Japón, los programas municipales ya invierten en iniciativas para ayudar a los adultos mayores a compartir sus habilidades y su sabiduría con distintas generaciones, como enseñar a los jóvenes a cocinar, a crear arte y hacer jardinería, de lo que se benefician tanto jóvenes como mayores.
Sin embargo, el rigor que aplicamos para medir e informar sobre la duración de la salud en Estados Unidos no es el mismo que usamos para la esperanza de vida. Las mejores estimaciones indican que el estadounidense promedio puede esperar celebrar un solo cumpleaños con buena salud a partir de la edad de jubilación tradicional, los 65 años. Entretanto, Singapur, el Reino Unido y Japón (además de Canadá, Costa Rica y Chile) ya registran una esperanza de vida sana media de al menos 70 años.
Un objetivo nacional audaz, pero de sentido común, sería añadir una década de cumpleaños sanos después de la edad de jubilación. Alcanzar el objetivo de una esperanza de salud de 75 años nos obligaría a pensar en la equidad sanitaria, dada la menor esperanza de vida sana de determinados grupos, como los nativos estadounidenses, los estadounidenses negros y los estadounidenses con bajos ingresos.
Sin embargo, la medición de la esperanza de salud debe ir acompañada de una reestructuración de nuestros sistemas de salud y sociales. Aumentar al doble nuestra inversión nacional en atención primaria –hasta al menos 10 centavos de cada dólar gastado en servicios sanitarios– haría que nuestra infraestructura médica fuera más proactiva. Seríamos más eficaces a la hora de detectar y tratar con más rapidez las enfermedades y centrar la atención al paciente en unas relaciones de confianza desarrolladas con el tiempo. Con un mayor acceso a la atención primaria, las innovaciones médicas que ofrecen esperanzas de revertir la diabetes o curar la hepatitis podrían estar más al alcance de quienes se beneficiarían de ellas.
Reequilibrar el gasto sanitario nacional hacia la atención primaria debería formar parte de un cambio más amplio hacia la prevención de enfermedades. Por ejemplo, la Iniciativa Moonshot contra el Cáncer del presidente Biden hizo hincapié en la importancia de reducir el consumo de tabaco y lograr que más personas se vacunen contra el virus del papiloma humano y de ese modo prevenir nuevos diagnósticos de cáncer. Los Institutos Nacionales de Salud podrían aprovechar estas iniciativas para avanzar en la ciencia de la longevidad sana y desarrollar mejores modos de frenar el deterioro cognitivo y físico, sobre todo facilitando cambios conductuales, como reducir el tiempo de actividad sedentaria.
El objetivo de mejorar la esperanza de vida saludable debería integrar la salud mental y emocional. Los departamentos de salud abordaron el tabaquismo, las enfermedades infecciosas y la presión arterial, lo que a menudo se tradujo en aumentos importantes de la esperanza de vida. Para prolongar la esperanza de salud sería necesario atajar también otras causas importantes de morbilidad, como la ansiedad y la soledad. La falta de contacto social puede elevar el riesgo de depresión y demencia, lo que a menudo conduce a un círculo vicioso de enfermedad y aislamiento. El papel de la salud pública debe consistir en interrumpir esos círculos viciosos y crear otros virtuosos, sobre todo en lo que respecta al apoyo emocional y la conexión social.
Añadir una década de cumpleaños sanos a la vida de los estadounidenses también nos exigiría tener en cuenta asuntos que trascienden la asistencia sanitaria. Cuando atiendo a pacientes sin hogar, cuya esperanza de vida sana es notablemente inferior a la media, les tomo la presión arterial y les hago análisis de sangre, como hago con cualquier otro paciente. Pero el tratamiento más definitivo para cualquier problema que puedan estar experimentando no es la medicina o la cirugía: es la vivienda. Uno de mis pacientes, que luchó durante años para abandonar el tabaco, dejó de fumar el día que se mudó a su nuevo apartamento. Cuando le pregunté qué había cambiado, su lacónica respuesta fue: “Menos estrés y más sueño”. Era una receta para mejorar la salud que ojalá pudiera prescribirle a todo el mundo.
La vivienda cuesta dinero, por supuesto, al igual que otras necesidades básicas, como una alimentación sana y una educación de calidad. Sin embargo, deberían considerarse inversiones, dados los beneficios económicos que reporta una esperanza de salud más larga. En un estudio publicado por la revista Nature Aging en 2021, se calculaba que mejorar la esperanza de salud y aumentar la esperanza de vida media en un año tendría un valor de 725.000 millones de dólares anuales.
Una mejor calidad de vida en la tercera edad podría tener beneficios derivados para la sociedad. “A medida que envejecemos, adquirimos conocimientos y experiencia, junto con las capacidades intelectuales y cognitivas para decidir si algo tiene importancia”, dijo Linda P. Fried, geriatra y decana de la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia.
Pero, para poder acceder a ese beneficio de longevidad, sería necesario un nuevo relato sobre el envejecimiento sano. Los estadounidenses mayores ya contribuyen a la sociedad mediante su trabajo, el cuidado de los nietos, el voluntariado y la participación ciudadana. La infraestructura social podría adaptarse aún más a la tercera edad, como recurso natural latente, a la espera de que lo aprovechemos de formas que generen un sentido de propósito y conexión. Las escuelas podrían acoger programas de tutorías para los jóvenes. Las empresas podrían crear más oportunidades de trabajo de medio tiempo o con horarios flexibles. Incluso otras campañas más modestas para combatir los estereotipos de la edad –como reinventar las tarjetas de felicitación de cumpleaños para sustituir los chistes denigrantes por un orgullo festivo– podrían ayudar a cambiar estas narrativas. “Las grandes historias llevan su tiempo”, dice una de ellas, en la que aparece una mujer elegante con lentes de sol y una melena blanca al viento.
Pienso en la palabra que se usa en español para retirement: “jubilación”. Coincide con lo que les deseo a mis padres después de medio siglo de trabajo: que vivan sus cumpleaños no solo con salud, sino también con júbilo. En cuanto a mi paciente con enfisema, trabajador portuario oriundo de América del Sur, nuestro equipo de atención primaria le ayudó laboriosamente a controlar mejor sus síntomas. Sin embargo, para salir adelante de verdad, también necesitaría un lugar más digno para vivir, unas mayores inversiones públicas en la calidad del aire en interiores y unos lazos sociales más sólidos para reducir el tiempo ante las pantallas. Todo esto me parece mucho pedir, hasta que pienso en la audacia que mi paciente necesitó para emigrar, cruzar un continente y labrarse una vida para su familia en Estados Unidos, como muchos de nuestros antepasados.
Es esa audacia la que nuestro país tendría que encauzar para que su apuesta por la esperanza de salud la haga realidad. No ocurriría en semanas, meses o siquiera en un par de años, pero, de nuevo, las grandes historias llevan su tiempo.
Por Dave A. Chokshi*
*Médico del Hospital Bellevue y profesor de liderazgo en el City College de Nueva York. Anteriormente fue el 43º comisario de Sanidad de la ciudad de Nueva York
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