“Vinimos a hacer el aguante”: el emotivo apoyo de los clientes a una pulpería clásica de Palermo que está al borde del cierre
El restaurante enfrenta mañana una orden de desalojo por una deuda de dos millones de pesos de alquiler; los vecinos se reunieron frente al local para respaldar al dueño y a los empleados
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“Es muy doloroso tener que irse de la que fue mi casa tantos años”, afirma, conmovido, Héctor Yepez. Él llegó a la pulpería Ña Serapia, ubicada en Las Heras 3357, en 1973, diez años después de que abriera sus puertas. Mañana, el restaurante clásico de Palermo se enfrenta a una orden de desalojo, tras varios meses de deuda de alquiler y de servicios, que acumula un total de dos millones de pesos. “La pandemia puso las cosas muy difíciles”, explica Héctor, que es el encargado de la pulpería.
Hoy fue su último día de trabajo en el lugar que lo recibió cuando llegó de Salta, su provincia natal, con tan solo 17 años. Hoy tiene 66. Su hijo, Alejandro, también comenzó a trabajar en la pulpería a la misma edad que su padre. “Mis compañeros van a resistir todo lo que puedan, pero yo soy el encargado y tengo que irme”, cuenta.
Los trabajadores y clientes fieles de las empanadas salteñas y al reconocido locro que ofrecen durante todo el año iniciaron la campaña #SalvemosÑaSerapia hace unos días, cuando les llegó el aviso, y convocaron a los vecinos a que se reunieran frente al local hoy a las 19. “Creemos que podemos recomponer la situación, pero para eso necesitamos su ayuda. No queremos perder este lugar que significa tanto para nosotros, nuestras familias, el barrio y el patrimonio gastronómico y cultural de nuestra ciudad”, se lee en el comunicado.
Un lugar con historia
El 14 próximo, Ña Serapia cumpliría 58 años. Humilde, acogedor y hogareño, Yepez dice que, a excepción de algunos cuadros que adornan la pared, la pulpería conserva el mismo aspecto que cuando Carlos Alvani y Marta Yapur la inauguraron en 1963. El nombre del local alude a la madre de Marta, a la que todos llamaban Doña Serapia.
En 2000, Marta se jubiló y le dejó el restaurante a los empleados. Yepez, que había comenzado a trabajar como bachero y terminó popularizando su receta de empanadas salteñas, ya era cocinero y se quedó como encargado del local. Por aquel entonces, solo ofrecían empanadas de calamares y pollo, locro y pizzas. “Mi primer locro se me quemó, no le puse suficiente agua”, cuenta. Y agrega, entre risas: “En ese momento me perdonaron la vida y me dejaron continuar trabajando”. La peculiaridad de este local gastronómico, recalca el encargado, es que ofrece locro durante todo el año: “No hay que esperar al 1° de mayo o al 9 de julio. No importa la época, lo servimos”.
En el centro de la barra, al lado de la caja, se encuentra el busto que retrata a Yepez, obra del reconocido artista Marcos López. En la pared del local está el cuadro llamado “El Mártir”, que ese mismo autor le regaló al encargado. En ambas obras, la mano de Héctor posa sobre su pecho, “un reflejo instintivo” cada vez que le apunta una cámara.
La oferta
“¿Es una lástima!”, exclama Julia, clienta habitual desde hace 39 años y vecina del barrio. Mientras, espera para pedir el guiso de mondongo, clásico del local. “Desde que me mudé acá, siempre estuvieron. Me encantaba venir todas las semanas. Me genera tranquilidad. No sé qué voy a hacer ahora”, señala.
“No puede ser. Son las mejores empanadas de Buenos Aires”, le dice otra clienta a Héctor. “Es injusto que, por la situación pandémica, cierre una casa de tantos años. Ojalá se salve, por honor al barrio”, insiste la mujer.
“Vinimos a hacer el aguante y a apoyarlos. Contá con nosotros para lo que sea”, le exclama otro vecino. La pulpería comienza a llenarse a las 19, y se forma una larga fila fuera del local. “No lo puedo creer, aguantaste toda la pandemia. ¿Te acordás que venía a comprarte las empanadas a la puerta?”, indica otro comensal a Héctor. Él saluda a todos y a cada uno de los asistentes, les agradece el apoyo y les sonríe conmovido. Según él, los clientes que frecuentan la pulpería son “los más buenos del país”.
Su hijo, Alejandro, atiende los pedidos. Todas las mesas están llenas y varias personas aguardan fuera del local para recibir sus empanadas. “Una de locro. Y acompañámelo con cerveza”, añade un cliente desde su silla. Cada tanto, todos se suman en un aplauso.
“Ahora me toca tomarme unos días para reflexionar y bajar todo esto. Es un gran golpe. Después, si los muchachos llegan a un acuerdo con el dueño [del inmueble] y toman el local, vendré de visita, por supuesto”, concluye Héctor.
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