Están destinadas a atender las demandas gastronómicas de los asistentes a las funciones durante el intermezzo; se trata de cuatro espacios que están en el primer, cuarto y sexto piso del coliseo
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Son parte de la historia del Teatro Colón. Fueron pensadas para atender las necesidades gastronómicas de quienes concurren a las funciones del lugar. Pero, con el tiempo, fueron perdiendo su brillo original. Por eso, se reinauguraron dos de las cuatro confiterías que hay en el coliseo, con una propuesta renovada desde lo culinario hasta lo arquitectónico. Se trata de las que funcionan detrás de los palcos del primer piso y en el cuarto y el sexto y a las que solo se puede acceder si uno posee un ticket para la función, además de las tres barras de los foyer. Las confiterías son espacios reducidos, que brindan la oportunidad de tomar y comer algo durante el intermezzo. Por eso, el tiempo es acotado y la propuesta gastronómica completa de solo 18 minutos.
En realidad, ese es el tiempo que tienen los visitantes desde que salen en el intermezzo hasta que vuelven a la función. En ese breve período tienen que ir al baño, estirar las piernas, saludar a sus amigos, pedir algo, tomar y comer y volver a su lugar. “Planificamos una propuesta gastronómica de 18 minutos, que pueda ser realidad en ese corto lapso y que esté a la altura de la demanda de quienes asisten a una función en el Colón”, explica María Eugenia González, gerente de comunicación del Grupo L, una empresa de capitales argentinos, que tiene a su cargo la refacción de las confiterías y que, además, es propietaria de Blue, la compañía que brinda el catering.
“Los 18 minutos pasan muy rápido, por eso tuvimos que diseñar algo acorde. Por lo general, quienes vienen a la confitería eligen una copa de vino o champagne y uno o dos bocados”, indica.
¿Qué se come y se toma en apenas 18 minutos? La propuesta es elegir algún bocado salado, como un finger sandwich de salmón o de carne o de zucchini, que cuesta entre $1200 y $1600, o un bocado dulce, que sintetiza lo mejor de la pastelería del lugar en dos unidades, y que vale unos $2000. Las copas de vino arrancan desde los $2400 y los espumantes pequeños cuestan unos $3300. Reservar la mesa anticipadamente sale $3300, y sino habrá que apurar el paso para salir de la función y asegurarse un lugar.
La confitería que reabrió con nuevos brillos esta semana es Viamonte, la que se asoma desde sus ventanales a esa calle, en el primer piso. Estuvo cerrada desde principio de año para su refacción. La remodelación de las cuatro es una obra presupuestada en $200 millones. Hasta ahora se ejecutó solo la primera etapa, y en las próximas semanas se continuará con la confitería Tucumán, que es el espejo de Viamonte, también en el primer piso. Actualmente, Tucumán está funcionando con la misma propuesta renovada, aunque en los próximos meses, también le llegará la remodelación. “El proyecto de inversión para la puesta en valor de todas las confiterías del Colón supera los 200 millones de pesos, de los cuales 100 millones ya se invirtieron para la remodelación de la confitería Viamonte y las barras de los Foyer”, detalla Sebastián Lusardi, director de Grupo L.
Más adelante será el turno de las confiterías del cuarto piso y del sexto, que es donde tendrán una propuesta gastronómica similar, aunque con una variedad más ajustada a la demanda del público de ese sector del teatro, el de las localidades más económicas.
Aquellos que no tengan tickets para las funciones, pueden acceder a la confitería Pasaje de los Carruajes, que funciona sobre ese pasaje que comunica Viamonte y Tucumán y que atraviesa el teatro, que fue remodelado en 2010 y que por estos días renovó su carta, para ofrecer lo mismo que en las confiterías de los pisos altos. Se trata de un restaurante a la carta, donde se pueden comer desde sándwiches, tablas, tomar el té con tortas o bocados dulces y hasta cenar, ya que permanece abierto hasta las 23.
“Desde el año pasado, estamos trabajando para dar a conocer la confitería Pasaje de los Carruajes, ya que mucha gente cree que solo se puede ingresar con tickets para la función. Es más. Estamos trabajando en una propuesta para que las cuatro confiterías internas también se conviertan en un espacio en los que se ofrezcan cenas. El plan es generar un espacio donde el cliente del Teatro Colón se pueda quedar a cenar después de la función”, explica González.
El desafío de cocinar sin fuego
El desafío no es menor, explica el chef Alfonso Manrique, a cargo de la carta del Colón desde hace seis meses. “En el Teatro Colón no está permitido cocinar con fuego. No solo eso, tampoco puede haber humo. Las alarmas son muy sensibles y se activan enseguida. Esto representa todo un reto para cualquier chef que quiera estar a la altura de lo que vienen a buscar sus comensales. Por eso, debimos innovar con hornos alemanes que permiten una cocción al vacío de muchas horas, a muy baja temperatura y con muy buenos resultados”, explica el cocinero colombiano. No solo la cocina provee los platos que se sirven en las cinco confiterías, sino que también abastecen al comedor de los empleados del Colón. “No podríamos cocinar fuera del edificio e ingresar los alimentos después, porque esto es monumento nacional y tiene protección, por lo tanto todo alimento que ingrese debe registrarse pormenorizadamente”, explica el chef.
Para poder brindar a los asistentes al teatro una experiencia completa, se explica, hubo que reformular no solo la carta. También refuncionalizar las confiterías. Por ejemplo, los salones eran espacios amplios pero, al estar atravesados por una enorme barra, se convertían en apenas unos pasillos, donde los comensales se mantenían en pie, mientras pedían en la barra una copa o algo para comer. “Las confiterías siempre fueron lugares de encuentro, de camaradería. En el intermezzo, la gente sale a encontrarse con amigos, ver quiénes vinieron, quiénes no, a sociabilizar. Por eso, decidimos achicar bastante la barra principal, reemplazarla por materiales más modernos, pero que no resultaran disruptivos y respetaran el estilo y las características del lugar. Así, se generaron más espacios, pequeños livings para sentarse y consumir algo acorde”, explica la interiorista Coty Larguía, a cargo de la remodelación.
“La remodelación de esta confitería, el mobiliario y la puesta en valor tenía que acompañar la preservación patrimonial, porque hay cosas que no se pueden tocar y otras que no quisimos alterar para respetar el espíritu del lugar. La idea fue generar mayor confort y comodidad respetando las características y la cultura del espacio”, apuntó Larguía. “No se podía tocar la caja arquitectónica. Hasta hubo un reloj que quedó, porque es de un abonado. Hay que entender que este es un lugar emblemático en el mundo, que les pertenece a todos los argentinos, pero sobre todo a los abonados, que vienen año tras año, que lo sienten como su lugar. Por eso, se respetó la pintura tal como estaba, no se modificó”, completó.
Desde el estudio de Larguía afirman que se realizó un análisis de las necesidades de uso actuales de la confitería, con el objetivo de aumentar la capacidad de asientos y fomentar la interacción entre los visitantes en esos breves momentos que comparten en el lugar. Para lograrlo, se tomaron varias decisiones de diseño. Se reemplazó la gran barra central por dos más pequeñas ubicadas en los extremos, lo que permitió una mejor circulación y se priorizó las áreas de asientos. Además, se incorporaron nuevos muebles, como un gran sillón central que se convirtió en el elemento principal de la confitería. Las mesas bajas y altas con banquetas aportaron mayor interacción y comodidad.
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