Seis errores comunes que hay que evitar si queremos inculcarles una alimentación saludable a nuestros hijos
Los buenos o malos hábitos pueden afectar la salud de los niños de por vida; consejos de los especialistas para no perder la batalla
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WASHINGTON.– En un mundo que celebra los nuggets de pollo, las bolsas de papas fritas y las golosinas, ¿cómo convencer a un chico de que elija mejores alimentos, como el brócoli, el pescado fresco o unas rodajas de manzana?
Si sienten que están perdiendo esa batalla, sepan que no son los únicos: educar hijos que coman sano y bien es uno de los mayores desafíos de la crianza, y también uno de los más importantes.
Existe la creencia generalizada de que los niños son jóvenes, sanos, activos y flacos, y que las malas elecciones alimentarias no los afectarán demasiado. Pero la realidad es que los buenos o malos hábitos alimentarios, que duran toda la vida, se forman a muy temprana edad. Y las investigaciones muestran que los problemas de salud de los adultos, como las cardiopatías, la diabetes y la obesidad, empiezan en la más tierna infancia. La acumulación de grasas en la arteria aorta y otros vasos coronarios a veces muestran señales de daño en niños de apenas 10 años.
“Es un enorme desafío para los padres –dice Julie Mennella, psicobióloga del desarrollo que estudia las preferencias de gusto de los niños–. Nuestro entorno está plagado de alimentos pobres en nutrientes, y para colmo tenemos un cerebro a los que esos sabores le resultan extremadamente ricos”.
Pero la preocupación de los padres sobre la importancia de una buena alimentación a veces puede ser contraproducente y hacer que los chicos rechacen ciertos alimentos y desarrollen preferencia por opciones menos sanas. Aunque no siempre podemos controlar lo que comen nuestros hijos, los especialistas dicen que sí podemos evitar los seis errores más comunes a la hora de inculcarles buenos hábitos alimentarios a nuestros hijos.
Prohibir alimentos
Las investigaciones muestran que restringir determinados alimentos es contraproducente. Cuando las golosinas o las gaseosas están en la casa, pero fuera del alcance de los niños o de manera restringida, el resultado es un efecto “comida prohibida” que lo único que logra es despertar en los chicos más deseo por esos productos.
En un trascendente estudio de la Universidad Estatal de Pensilvania, a los niños de la guardería les permitieron comer tantas galletitas de manzana o durazno como quisieran. En pruebas de sabor anteriores, los niños habían calificado esas galletitas como “ricas” y nada más, en absoluto dignas de darse un atracón. Sobre la mesa colocaron otra bandeja con las mismas galletitas y les dijeron a los niños que las podrían comer más tarde.
Aunque los niños ya tenían acceso libre a galletitas iguales, no podían dejar de pensar en las galletas de la bandeja prohibida hasta más tarde. Cuando finalmente habilitaron esa segunda bandeja, los chicos se dieron un atracón: comieron el triple de las de libre disponibilidad.
Ese estudio es una de las muchas investigaciones que muestran las desventajas de prohibir alimentos y tratar de controlar lo que come un niño. Los chicos criados en hogares muy restrictivos tienen más probabilidades de desarrollar sobrepeso y tener antojos de alimentos dulces y grasosos.
El resultado de esas investigaciones no implica que los niños deban tener acceso ilimitado a golosinas y gaseosas. Lo mejor es que la comida chatarra ni siquiera entre a la casa y tener siempre a mano algún snack más saludable, como rebanadas de manzana, queso y galletitas neutras o palitos de zanahoria y algún aderezo. El objetivo es que los padres tengan un control sobre la calidad de la comida que hay en la casa y que el chico lo aprenda de ellos.
También ayuda mantener un horario regular de comidas y meriendas. “No hay que dejarlos hacer lo que quieran –dice Isobel Contento, profesora emérita de nutrición y educación del Teachers College de la Universidad de Columbia–. Mantener horarios siempre ayuda”.
Disfrazar verduras en la comida
Algunos libros de cocina y sitios web para padres recomiendan hacer macarrones con queso con puré de calabaza o disfrazar zapallitos y remolacha en los brownies. Está bien agregar ingredientes saludables a los alimentos, pero eso no hace que los chicos aprendan a comer una dieta más variada.
Darle a un chico un brownie de calabaza no hará que le guste la calabaza: solo hará que le guste un brownie.
Un mejor enfoque para enseñar a los niños a comer más verdura es crear “puentes de alimentos”. Si sabe que a su hijo le gustan las zanahorias, por ejemplo, intente introducir otros alimentos anaranjados, como batata o calabaza. El puré de papas es un puente alimenticio directo hacia el puré de coliflor. Si a su hijo le gusta el choclo, agregue algunos porotos o zanahorias a la mezcla. Por más que después el niño los termine separando en el plato, sigue siendo una forma de presentarle un nuevo alimento.
Tratar distinto los niños con sobrepeso y a los niños delgados
A veces, los hermanos de una misma familia pueden tener hábitos alimentarios diferentes y distinto desarrollo corporal, pero los pediatras especializados en obesidad infantil dicen que la solución no es restringir la alimentación del hermano que tiene sobrepeso. Las reglas de alimentación del hogar para ambos niños deben ser las mismas. La excepción puede ser cuando uno de los chicos tiene diabetes o alergia a algunos alimentos.
Un niño delgado no debería tener acceso a alimentos procesados y gaseosas por el simple hecho de no tener sobrepeso. Los padres deben dar el ejemplo y ambos niños deben tener el mismo acceso a opciones de alimentos saludables. Y tampoco hay problema en que toda la familia coma algún dulce o torta de cumpleaños de vez en cuando.
“Los alimentos saludables son los mismos para todos”, recuerda David Ludwig, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard y codirector de prevención de la obesidad en el Hospital Infantil de Boston. “Todo lo que ayude a que un niño con sobrepeso se mejore, también ayudará a prevenir que el problema se desarrolle en su hermano delgado”, agrega.
No darles participación a los chicos
Los padres pueden y deben controlar la calidad de la comida en la casa, pero igual los niños deben ser parte de la toma de decisiones. Llevarlos al supermercado o a los puestos de la feria les permite elegir las verduras que los atraen. (Pero cuidado: la comida chatarra suele estar exhibida en la parte baja de las góndolas, a la altura de los ojos de los niños…) También es bueno llevarlos a la cocina para que participen en la preparación de la comida. A veces se cocinan verduras; a veces, algún postre. Si tienen espacio y tiempo para tener una huerta, se demostró que fomentar la participación de los chicos en el cultivo de sus propios alimentos ayuda a que los acepten e incorporen a su dieta.
Los investigadores de Teachers College estudiaron a casi 600 menores desde jardín de infantes hasta sexto grado. La mayoría de ellos recibieron clases de nutrición y algunos, lecciones de cocina: los niños que aprendieron a cocinar sus propios alimentos después eran más propensos a elegir esos alimentos en la cafetería de la escuela.
“Incluir a los chicos en la preparación de la comida es una buena manera de ayudarlos a familiarizarse con un alimento y estar dispuestos a probarlo”, dice Contento, coautor del estudio.
Darse por vencido
Los estudios muestran que lograr que un niño incorpore un alimento nuevo puede tomar 15 o más intentos, así que darse por vencido es un grave error. Podemos alentar a un chico a probar un alimento nuevo de manera “suave”, pero sin forzarlo, ni engatusarlo, ni ofreciéndole algún tipo de recompensa. Algunas investigaciones sugieren que a los niños les empiezan a gustar menos los alimentos si los sobornan para que los coman.
Por quisquilloso que sea un niño con la comida, igual se logran avances. Si su hijo tiene un amigo más abierto a explorar desde el punto de vista culinario, invítelo a cenar. Los estudios demuestran que los niños suelen aprender buenos y malos hábitos alimentarios de sus amigos.
Cuando los quisquillosos chicos de edad preescolar separan las arvejas en el plato, lo mejor es decirles lo ricas que están para nosotros. Y no hay que tener miedo de agregar sabor a los alimentos. Si a su hijo le gusta el queso, sírvale brócoli con queso.
“A la larga, a la mayoría de los chicos les termina gustando casi todo lo que comemos –señala Contento–. Hay que probar con diferentes tipos de cocción y distintas presentaciones. Me solidarizo con los padres en este tema, sobre todo actualmente, pero no hay que bajar los brazos”.
Dejar de disfrutar de la mesa familiar
No hay que dejar que el tema de la comida sea una fuente de estrés y hay que evitar las discusiones por la comida. A medida que crezcan, los chicos recordarán mucho más que solo la comida. Las tradiciones de la mesa familiar, las cenas de Navidad y Año Nuevo, o la noche de película y pochoclo perduran en nuestra memoria y crean asociaciones positivas con la comida.
“Los hábitos alimentarios pueden definir a una familia”, apunta Mennella, miembro del Centro Sensorial Monell Chemical de Filadelfia, un instituto científico centrado en el gusto y el olfato. Y describe: “No se trata solamente de los alimentos que ingerimos cada noche, sino de un momento que reconfirma la forma que queremos darle a nuestra familia. ¿Cuáles son esos alimentos especiales que nos definen como familia? Es mirar la comida de otro ángulo, como una identidad que une a las personas y fija recuerdos de infancia”.
Por Tara Parker-Pope
(Traducción de Jaime Arrambide)
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