La CGT activó hoy la segunda huelga contra Milei y busca que sea la más contundente de los últimos 20 años; la medida gremial se ve con contundencia en las estaciones de trenes y alrededores y en el Microcentro
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“Lo único que no sabemos en esta vida es cuándo: ni qué día ni a qué hora vamos a morir”. De traje y corbata, Lirio Tevez, de 75 años, empleado de una casa de servicios fúnebres ubicada estratégicamente frente al Hospital Pirovano, en el barrio porteño de Coghlan, miraba hacia la avenida Monroe, donde a las seis de la mañana circulaba un puñado de autos y solo algunos peatones.
El movimiento matutino lo sorprendía: “Yo pensé que iba a haber menos gente”, dijo, sentado sobre su escritorio de color negro. Tevez, que es jubilado y vecino del barrio, tomó el primer turno de trabajo para suplir a un compañero que vive en Sarandí y que, por el paro general, no pudo asistir al trabajo.
Sobre la avenida Monroe, donde se suele sentir la vibración constante de las frenadas y aceleradas de los colectivos, esta mañana solo circulaban algunos internos de las líneas 107 y 76, pertenecientes al grupo Dota, el único que no adhirió a la protesta general de hoy, contra las principales medidas y propuestas del Gobierno de Javier Milei, a la que sí se sumaron, entre otros sectores, los sindicatos ferroviarios, los metrodelegados, el sindicato de peatones de taxis, los bancarios y los cinco gremios aeronáuticos, y que podría ser la medida más contundente de los últimos 20 años.
La adhesión al paro se ve de manera contundente en Constitución. Esta mañana, la terminal del ferrocarril Roca permaneció con sus puertas y rejas cerradas, situación que fue aprovechada por decenas de personas en situación de calle de la zona, que eligieron las escalinatas y los pasillos de ingreso de este edifico para acomodarse y pasar la noche protegidos del viento.
Poca gente, en plena hora pico
En plena “hora pico”, en las pasarelas de las líneas de colectivos de esta terminal, las pocas personas que circulaban por la zona eran, en su mayoría, camarógrafos de canales de televisión, un puñado de trabajadores que pusieron este lugar como punto de encuentro para que su empleador los pasara a buscar en auto, y personal de las líneas de la empresa Dota. Sus colectivos llegaban y se marchaban casi vacíos, y ellos mismos se mostraban sorprendidos:
“Es increíble: a esta hora tendría que haber fila, pero la gente no pudo llegar hasta acá: no hay ni trenes ni subtes”, dijo uno de ellos, con las manos en los bolsillos y la mitad de la cara escondida bajo el cuello alto de una campera con la insignia de la línea 168.
Sobre la misma vereda y en las siguientes, combis privadas esperaban a llenarse para partir. Eran vehículos de empresas particulares que suelen acercarse a las zonas de transbordo los días en que hay paro de transporte para recoger a usuarios varados. El recorrido de Constitución a Glew, por ejemplo, salía esta mañana $7000, mientras que el de Microcentro a Moreno, $10.000. Pero era tal la magnitud del congelamiento del transporte público que estas combis no lograban llenar sus asientos: eran pocos los pasajeros que lograban llegar a Constitución.
En cambio, muchos trabajadores optaron hoy por moverse a través de aplicaciones de transporte privado, como Uber, Cabify y Didi, en la mayoría de los casos, costeados por sus empleadores. Ese sistema, le permitió a muchos quioscos, restaurantes, farmacias y cadenas de comida rápida poder abrir sus puertas pese al paro. Sus dueños y empleados explicaron a LA NACION que perder un día de trabajo en medio del contexto de crisis económica actual no estaba dentro de sus posibilidades.
Más allá de la situación económica del país, para el encargado gastronómico Rodrigo Ávila, de 59 años, faltar al trabajo nunca es una opción. A las 6 de la mañana, mientras sacaba del horno la primer tanda de medialunas del día, en el restaurante La Farola de Villa Urquiza, contó: “Tengo una hora de viaje hasta acá y mi compañero, dos. Me tomé un coche de una aplicación. Nunca estuvo la posibilidad de no abrir. Tengo 40 años de gastronomía y jamás un paro me va a dejar adentro de mi casa. Siempre cumplí con mi trabajo y siempre llegué. En el 2001, que fue el paro más terrible que viví, los pocos colectivos que había no daban a basto. Llegué a mi trabajo caminando, fueron tres horas, desde Liniers hasta Microcentro, pero cumplí”.
Más movimiento en los barrios
Por la mañana, en el Microcentro, la mayoría de los locales permanecían cerrados y, en las veredas despejadas de Diagonal Norte, las palomas picoteaban las bolsas apiladas sobre las veredas que nadie recogerá hasta mañana. Los recolectores de residuos también han adherido al paro.
“A esta hora la calle generalmente es un bardo”, comentó el empleado administrativo Lucas García, quien vino caminando desde su casa, en el Abasto, y pasadas las 8.30 era una de las 10 personas que circulaban por Diagonal Norte, entre Suipacha y Esmeralda.
“Los que pueden hacer home office, lo hacen. Acá no vino casi nadie, solo dos contadores, una gestora y uno de una mutual”, sumó Omar Ponce, el encargado de un importante edificio de oficinas de la zona, desde su escritorio.
A diferencia de en zonas barriales, donde la circulación de vecinos era más parecida a la de un día habitual, en el microcentro, explicó una de las pocas vendedoras que hoy abrió su local, los comerciantes tuvieron pocos incentivos para abrir sus puertas hoy. “No abren porque es pérdida, la mayoría de los oficinistas se quedaron en sus casas”, afirma Melanie Machuca, de 20 años, mientras atiende una dietética que hasta esta hora no ha hecho ninguna venta. La joven es de Lanús, y su empleadora le pagó un remis hasta el local, que costó $8500.
La vuelta a casa
La preocupación actual de los empleados que comenzaron sus jornadas laborales ayer por la noche, antes del paro, es cómo harán para volver a sus casas. Este es el caso el empleado de seguridad Ángel Barrionuevo, de 64 años, quien vive en Moreno “Llegué anoche al edificio porque sabía del paro. Dormí acá y tomé servicio a las siete. Si mi compañero que me releva a las 20 no llega, ¡me voy a tener que quedar! Igual, Aunque llegue, no tengo cómo volverme: soy de Moreno. Como mucho, lograré llegar hasta Liniers. ¿Después qué hago?”, explica el hombre, quien planea volver a pasar la noche en una habitación que tiene en el edificio de oficinas, que hoy está casi vacío: funcionan allí seis empresas, de las cuales hoy solo vino personal de una.
Una situación similar comentaba hoy a la madrugada un camillero del Hospital Pirovano, que por el paro había decidido tomar una guardia de 24 horas, en vez de la que le correspondía, de 12.
“Entramos anoche sin paro y deberíamos salir hoy a las 8, con paro. Pero va a ser imposible. Además, no sé si va a llegar mi compañero de guardia. No puedo irme si él no llega”, afirmaba el joven, que vive en Garín.
A pocos pasos, el kiosquero Sergio Lobos, que trabaja en el turno noche de un comercio que abre las 24 horas, comentaba que la empresa ya le había pedido un auto a través de una aplicación de transporte para la vuelta a su casa, en Moreno. “En el último paro, mi vuelta les salió $30.000″, comentaba.
Siendo tan solo las 9:30 de la mañana, en las proximidades de la terminal de trenes la línea Mitre de Retiro, un vendedor de un puesto diarios se preparaba para cerrar las puertas del local. “No estamos vendiendo nada. En un buen día de trabajo, por ahí nos quedamos hasta las 18 horas, pero hoy no vale la pena”, explicó el joven, que pidió resguardar su identidad.
Del otro lado de la vereda, detrás del mostrador de uno de los únicos dos comercios gastronómicos abiertos de la terminal, Claudia Romero le servía café de un termo a su tercer cliente del día. “Está muy muy tranqui, no creo que vendamos mucho hoy”, comentaba temprano la mujer de 35 años, quien vive en Parque Patricios y llegó hasta su trabajo en un colectivo de la línea 6. Por seguridad, dada la desolación de la zona por el paro, su jefe la pidió que no abriera a las 6 de la mañana, como todos los días, sino dos horas más tarde.
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