Mercado del Progreso: un emblema de Caballito que resistió todas las crisis
Fue inaugurado en 1889 en la esquina de Del Barco Centenera y Rivadavia; desde 1958, es administrado por los propios puesteros; la calidad de la mercadería y la de la atención, claves de su supervivencia
"El corazón del mercado somos los puesteros", sentencia Jorge Fernández, dueño del puesto La Carnicería, carnicero de oficio, por 20 años presidente de la sociedad anónima Mercado del Progreso y desde 2019 vicepresidente de la entidad. Sitio de interés cultural desde 2001, emblemático como la veleta rematada en un pequeño equino negro que se erige sobre la esquina de Emilio Mitre y Rivadavia, el Mercado del Progreso es una huella indeleble de la historia del barrio de Caballito .
"Hoy hay unos 60 puestos entre carnicerías, pollerías, pescaderías, verdulerías, fruterías, fiambrerías y otros tantos rubros, desde electricidad hasta gastronomía ", enumera Fernández. Esa cifra se traduce en más de 250 trabajadores en una superficie de alrededor de 4000 m2 que comienza en la avenida Rivadavia, gira por Del Barco Centenera y vuelve a doblar por el pasaje Coronda, donde se encuentra la playa de estacionamiento.
Carlos Alberto López (44), Beto, es uno de estos trabajadores. Además, en buena medida debe su nacimiento al Mercado del Progreso. "Mi viejo tuvo pollería acá desde 1955 y en 1964 conoció a mi vieja, que venía a comprar. Así que conozco al lugar desde chico. En diciembre del 83 mi familia llegó a alquilar en la planta alta un departamento, hasta que en el 96 me mudé al pasaje Coronda". Hoy Beto alquila un puesto a los herederos de unos italianos que fallecieron cerca de medio siglo atrás, la verdulería Puerto Esperanza. "Abrí el 25 de mayo de 1992 -precisa- y hoy estamos al frente del puesto mi vieja, un hermano mío y tres empleados".
La biografía de Carlos Eduardo Scazziotta (44), más conocido como Charly, también guarda una relación estrecha con el mercado. Dueño del puesto Pollo's, cuenta: "Mi historia acá se remonta a mucho antes de mi nacimiento, hacia 1915 por lo menos. Por esos años, un tío mío comenzó con una carnicería, poco después se sumó mi papá y tiempo después los dos compraron un puesto de granja. A los 13 años empecé a trabajar en el mercado, haciendo pedidos los sábados para los puestos de la familia, hasta que mi viejo falleció y me quedé con el negocio, hace casi 30 años. Me acompaña mi mamá, que también hace mil años que trabaja en este lugar".
El mercado empezó a funcionar en la década de 1880. Bajo la cúpula central había fuentes de agua que alimentaban las plantas alta y baja. Entre el 87 y el 89 se instalaron cañerías nuevas, se renovó el piso y se abrieron las entradas para los carros. Se trajeron desde Inglaterra las estructuras de hierro con que oficialmente se inauguró el mercado en 1889, con dinero de los hermanos Spinetto, antes de que estos estrenaran su mercado homónimo en Balvanera, hoy convertido en shopping.
El 9 de noviembre de ese año fue la presentación en sociedad de esta obra de ladrillo, hierro y mármol: el pabellón central -de 6,5 metros de altura y cuatro naves, donde desde siempre se venden las carnes-, las dos galerías laterales, los locales externos y la planta superior de 1200 m2 fueron bendecidos por el párroco de Flores al son de un par de bandas de música y entre comentarios de puesteros y vecinos.
La arquitectura del conjunto respondió a lo que se estilaba en Europa en materia de mercados. "La concepción es similar -detalla Fernández- a la de otros históricos, como el de San Telmo, La Boquería (Barcelona) y a algunos más que vi en Grecia y Turquía". La fachada, custodiada en sus inicios por planchas metálicas, entre fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, fue remozada según los cánones del art decó industrial. En ese tiempo se incorporaron al frontis que da a Rivadavia el reloj y el nombre del mercado en tipografías que remiten a ese estilo, se realizaron ampliaciones en el pasaje Coronda y se instalaron cámaras frigoríficas. La estética art decó conjuga a la perfección con el arco de cemento y hierro que rodea el ingreso de la estación Primera Junta.
Único en su tipo
El Mercado del Progreso es único en su tipo y oferta en Buenos Aires. Sobre la base de puesteros consagrados a sus oficios, más la variedad de productos frescos, elaborados, orgánicos y de granja, radica su seña particular.
"Hoy, más o menos el 50% de los puestos están manejados por hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de los puesteros de principios del siglo XX. Para que esto sobreviva sabemos que deben continuar nuestros descendientes. Ninguno se hará rico, pero tampoco le faltará nada", afirma Fernández. Es importante, a su parecer, la vocación, para no claudicar frente a las cíclicas disfunciones de la economía argentina. La historia de los últimos 60 años le sirve de argumento.
"Hacia 1957, el mercado estaba en manos de tres socios. Habían transformado su negocio en constructora y querían levantar torres en este lugar. Pero seis o siete puesteros se les plantaron: 'Esto es nuestro y la plata la vamos a buscar', dijeron. Los dueños fijaron un precio poco accesible, pero a principios de 1958 se compró el mercado. Prevaleció la bandera de pertenencia. Yo acababa de comprar mi puesto", recuerda. Desde ese año se conformó la sociedad anónima actual, propietaria del mercado e integrada por los propios comerciantes. Ello no implicó soluciones mágicas, pero entre inflaciones y recesiones el barrio le fue fiel al mercado y el mercado le respondió.
En la década de 1990 sobrevinieron grandes tentaciones. "Nos ofrecían millones de dólares los grandes hipermercados -cuenta el carnicero-, pero la plata no te hace feliz, lo que te hace feliz es levantarte temprano, ir a trabajar, sentirte bien de salud. Lo sentimental nada tiene que ver con lo económico. Hoy en mi carnicería trabajan mis hijos y así sigue la historia. Y el pollero que ves allá es el tataranieto del pollero original", cuenta, señalando hacia un pasillo del pabellón central.
La teoría de Fernández da la impresión de funcionar. La crisis actual tampoco parece sacudir al mercado. Los vecinos forman fila detrás de los puestos. Desde las carnicerías se dispara el ruido de las sierras y los martillos golpean futuras milanesas. Fernández asegura que los clientes llegan atraídos por la calidad de los productos, como también chefs de renombre y dueños de importantes restaurantes porteños.
"Vengo una o dos veces en la semana, generalmente por la mañana, desde hace 40 años. La calidad hace la diferencia en este mercado. Se encuentra de todo y yo ya tengo una relación de confianza con los comerciantes", dice María del Carmen González, vecina de Caballito. "Esto es como una religión -agrega Alberto Alonso, sostenido por su bastón-. Vengo de Flores en la semana y también los sábados a la mañana. Lo conocí por mi suegro, a fines de los 50. Venir acá es también una manera de regresar a mi juventud".
Un sábado de mucho trabajo, entre las 10 y las 14, desfilan por el lugar alrededor de 2500 personas. Luego hay otros días no tan buenos, pero el corazón, ese corazón del mercado que Fernández dice son los puesteros, no se detiene. Todo indica que mientras esa cualidad se conserve esta pieza singular de Buenos Aires podrá seguir por otros 130 años.
Detalles del funcionamiento
- Superficie: El Mercado del Progreso tiene 4000 m2. El predio empieza en Rivadavia, gira por Del Barco Centenera y vuelve a doblar por el pasaje Coronda, donde se encuentra el estacionamiento
- Puestos: Son 60 locales, entre carnicerías, verdulerías, pollerías, pescaderías, fruterías, fiambrerías, casas de electricidad y de gastronomía. El 50% está manejado por descendientes de los puesteros de principios de 1900
- Trabajadores: Más de 250 personas trabajan en el mercado y son el corazón del lugar. Un sábado pueden llegar a atender 2500 clientes entre las 10 y las 14
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