Los cambios biológicos que indican envejecimiento y el prejuicio del edadismo
Expertos coinciden que se trata de una etapa de la vida que tiene “mala prensa”, pero que la percepción sobre su aspecto limitante o negativo ha ido cambiando
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¿Es posible que a medida que envejecemos nos sintamos más jóvenes? ¿A qué edad empezamos a envejecer? ¿De qué depende la construcción simbólica de la vejez?
Distintos expertos consultados por LA NACION coinciden en que es una etapa de la vida que tiene “mala prensa”, pero que, en los últimos años, la percepción sobre su aspecto limitante o negativo ha ido cambiando. La concepción sobre la vejez depende de construcciones sociales y culturales, además del aspecto estrictamente biológico.
En tanto, el acercamiento con la vejez puede ser considerado como “el peor momento”, como muchas veces es percibida en las sociedades occidentales o, por lo contrario, entendido como símbolo de sabiduría y status, como sucede en la sociedad japonesa.
De acuerdo a la investigación “Posponer la vejez: evidencia de un cambio histórico hacia una percepción más tardía del inicio de la vejez” publicada este año por expertos de la American Psycological Association (APA), la percepción del inicio de la vejez evidenció modificaciones respecto de años anteriores. Sobre una base de más de 14.000 respuestas tomadas en Alemania, las personas que ya habían cumplido los 65 años aseguraron que la vejez comenzaba recién a los 74 años, muy alejado de las respuestas en personas de menos de 30 años, quienes percibían el inicio de la vejez a los 60 años.
En diálogo con LA NACION, Bárbara Finn, Especialista en Clínica Médica, Geriatría y Gerontología del Hospital Británico, considera que “en las últimas décadas se experimentó un aumento de la expectativa de vida global, asociado al mejor control de las enfermedades crónicas no trasmisibles y la inclusión de prácticas preventivas”.
En esta línea, también explica que si bien el inicio de la vejez promedio está estipulado en los 65 años, puede variar ya que tiene relación directa con el contexto socio cultural, económico y la salud individual. “El proceso es biológico, pero también es una construcción social y biográfica. Hay un cambio en la percepción del inicio de la vejez, incluso desde lo laboral se ha ido modificando la edad jubilatoria”.
“Además de los cambios biológicos, la vejez es una construcción social y biográfica, por eso cada persona envejece de manera diferente y, lo más interesante, es que podemos construir y modificar la manera en que envejecemos. La capacidad de mantenerse activo, incluir la actividad física, conservar la capacidad de aprender, mantener vínculos familiares y sociales, aceptar nuevos desafíos, hace que nos enfrentemos a un envejecimiento diferente”, precisa Finn.
Asimismo, un artículo publicado por revista Nature Medicine, sostiene que a partir de los 34 años un sujeto empezaría a mostrar cambios de un deterioro en su estado físico. En este sentido, se dividió en tres etapas el proceso: de los 34 a los 60 años se lo catalogó como edad adulta; de los 60 a los 78 años, madurez tardía y de los 78 años en adelante, vejez. En el informe, sus investigadores concluían en que “a medida que envejecemos, la percepción que tenemos sobre el inicio de la vejez aumenta si lo comparamos con nuestro pasado”.
La perspectiva sobre la vejez no es neutra
Por su parte, Mercedes Jones, doctora en Ciencias sociales y directora de proyectos del Centro de Innovación Social de la Universidad de San Andrés (UdeSA), dice a LA NACION que “la perspectiva respecto de la edad no es neutra, sino que genera consecuencias tanto personales como colectivos y puede producir estados profundos de malestar o bienestar”.
Para ejemplificar la incidencia cultural en el cambio de percepción respecto las variaciones de edad utiliza los términos disforia y euforia: “La palabra ‘disforia’, en ciencias sociales, se suele utilizar para indicar un estado de incomodidad respecto de algo. La palabra, que viene del griego dysphoros y significa difícil de soportar, etimológicamente es lo opuesto a la ‘euforia’, un estado de ánimo extremadamente optimista. Digamos que, en relación con la edad y la vejez, en las sociedades occidentales existe la tendencia a la disforia y en las sociedades orientales y africanas, son experiencias relacionadas con emociones positivas y podríamos decir que existe una euforia con la edad. En Japón, por ejemplo, al llegar a los 60 años se realiza un festejo importante lleno de simbolismos positivos; envejecer es un aspiracional de la sociedad, ya que las personas allí desean ser longevas”.
Para Jones, no hay duda que la cultura influye directamente en cómo adoptemos la perspectiva de la vejez, la cual puede ser “la peor etapa de la vida” o bien, puede ser asumida desde la perspectiva de la longevidad positiva como el desafío (y la posibilidad) de llegar a altas edades con salud y bienestar. “Ambas elecciones tienen una influencia directa sobre nuestra realidad cotidiana, y nuestro futuro, independientemente de la edad que tengamos hoy”, agrega.
Al acercarnos a la vejez nos sentimos más jóvenes
“Distintas investigaciones señalan que a medida que maduramos la percepción de la vejez pareciera que se aleja y nos sentimos más jóvenes que la edad que indica nuestro documento, que es la edad cronológica, la cual parece ser distinta a la edad biológica, que es la edad de nuestras células o la edad funcional. Estas dos edades cada vez se distancian más. Por eso, algunos científicos sociales, hablan de la edad subjetiva que es la edad que percibimos en función de cómo nos sentimos”, asegura Jones.
Los puntos de vista subjetivos sobre el envejecimiento se asocian, según la experta, a “los cambios en los recursos individuales claves como son la salud física, la capacidad funcional y el funcionamiento cognitivo, que sugieren que la vejez parece volverse ‘más joven’ y se llega a altas edades con más vitalidad”.
De acuerdo a investigaciones recientes, esa diferencia entre la edad cronológica y la edad subjetiva ahora se puede medir: “Hay varios estudios que utilizan la IA para medir la edad biológica, la cual varía mucho de unas personas a otras en la que pueden influir el medio ambiente, el estilo de vida individual y la genética. El proyecto Aristóteles es el primer algoritmo predictivo que combina hábitos de vida y biomarcadores genéticos y no genéticos en un mismo modelo”, precisa Jones.
Se trata de una investigación liderada por María Luz Durban Reguera de la Universidad Carlos III junto a la Complutense de Madrid, en la que se analiza diferentes aspectos y hábitos de vida que pueden alterar sustancialmente la edad biológica de una persona.
Jones lo detalla: “La investigadora busca establecer la edad biológica como indicador real de nuestra salud y dejar a un lado nuestra edad cronológica. Una persona con una edad cronológica de 60 años explica, puede tener una salud física parecida a la de otra de 70 años, y viceversa. Entonces, la edad biológica actúa como un indicador del estado funcional de nuestro organismo y puede variar hasta en 12 años con respecto de la edad cronológica. Esta percepción de sentirse más joven que la edad cronológica ya no es una experiencia aislada, o una sensación individual: efectivamente las edades se han hecho líquidas (en términos de Zygmunt Bauman) y por eso se comienza a hablar de generaciones, es decir, de tramos de edades. Así irrumpe la diversidad etaria y por primera vez en la historia viven juntas 4, 5 y hasta 6 generaciones de una misma familia”.
Los cambios biológicos que indican envejecimiento
Desde un punto de vista biológico, la experta en geriatría y gerontología del Hospital Británico explica que “el envejecimiento es el resultado de la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que lleva a un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales y a un mayor riesgo de enfermedad. Estos cambios no son lineales ni uniformes, y su vinculación con la edad de una persona en años es más bien relativa”.
Algunos cambios visibles, según Finn:
- Se producen cambios en la estructura corporal, disminución de la masa muscular y ósea, junto con aumento del tejido adiposo.
- Disminuye la sensación de sed, lo que hace a esta población más vulnerable a los cambios de temperatura con mayor riesgo de deshidratación.
- La piel se hace más delgada, más seca y se vuelve menos elástica. Esto lleva al retardo en el proceso de cicatrización, reducción de su función como barrera protectora y permite una mayor pérdida de agua.
- Hay pérdida progresiva de audición, sobre todo para tonos altos (presbiacusia) y aumentan las patologías que afectan la visión (maculopatia, cataratas)
- A nivel cardiovascular existe engrosamiento de la pared del ventrículo izquierdo (adaptación al aumento de la rigidez de las arterias), pérdida progresiva de células musculares sobre en el tejido de conducción que aumentan el riesgo de arritmias.
- La tasa de filtrado renal también cae con los años, teniendo que ser extremadamente cuidadosos con los medicamentos, incluso teniendo que ajustar la dosis en algunos casos.
- En el aparato digestivo hay alteraciones en la lengua, las encías, los dientes, las glándulas salivales que condicionan una disminución del gusto y la producción de saliva, alteraciones de la masticación y la deglución.
- Existe también una disminución de reflejos, aumento del tiempo de latencia estímulo-respuesta y menor sensación vibratoria, que junto con la pérdida de masa muscular aumentan el riesgo de caídas.
- La inmunosenescencia es el proceso de envejecimiento del sistema inmunológico, lo que resulta en una disminución progresiva de su capacidad para responder de manera eficaz a infecciones y disminuyen también la respuesta a las vacunas.
- Con respecto al cerebro, si bien existe un enlentecimiento en algunos procesos y dificultades para realizar varias tareas a la vez, es importante comprender que ni el deterioro cognitivo ni la demencia son parte el envejecimiento normal.
Aspecto psicológico
Para la psicóloga Lucía Bonifatti, la autopercepción de los adultos mayores respecto el envejecimiento también “empieza cada vez más tarde en relación con su edad cronológica”.
En diálogo con LA NACION, Bonifatti analiza dos aspectos claves que inciden en ese cambio de percepción: “Por un lado, está la irrupción de la tecnología en nuestra sociedad, la cual plantea nuevos escenarios en relación con la vejez y, al mismo tiempo, un nuevo eje que agranda la brecha entre los excluidos digitales y los que sí tienen acceso. En el caso de los adultos mayores que están incluidos digitalmente y que participan con personas de otras generaciones, suelen sentirse útiles, incluidos y participes. A su vez, subyace una lógica de autonomía que se activa de forma positiva al utilizar la tecnología y sentirse conectados con sus propios intereses”
“Por otro lado, está la percepción del tiempo y la conciencia de finitud, junto al reconocimiento de los intereses y deseos que, pos pandemia, aparecen como un gran hito en la franja etaria de los adultos mayores: a ellos les aportó definitivamente una mirada más radical sobre el tiempo, sobre la posibilidad de sentirse jóvenes y la urgencia de hacer todas esas cosas que los mantiene activos y motivados, sin la necesidad de entregarse al envejecimiento de un orden más biológico”, continúa.
Por último, la experta determina que “actualmente no hay una sola forma de vejez en la sociedad actual; hay varias vejeces. Gracias a esta heterogeneidad de imágenes que giran en torno a la vejez permite que cada vez más personas puedan identificarse con características que se alejan de los estereotipos históricamente asociados a las personas de la tercera edad”.
Edadismo: los prejuicios vigentes
Frente a este cambio de mirada sobre la vejez, ¿los estigmas y prejuicios sobre la vejez siguen igual de fuertes que antes? Según entiende Finn, todavía existen numerosos prejuicios sociales conocidos como “edadismo”, nada menos que la tercera forma de discriminación en el mundo.
Entre los prejuicios todavía vigentes y que son urgentes de revisar, Finn precisa los siguientes:
- Se considera a las personas mayores poco productivas.
- Se confunde envejecimiento normal y patológico, y se asume que todos los ancianos tienen déficits cognitivos, dificultades para aprender y son poco creativos.
- Se asume que son una carga familiar y social.
- Se asocia vejez con enfermedad y dependencia.
A modo de reflexión final, Finn considera que “así como existe un cambio en la percepción del inicio de la vejez, nos debemos como sociedad un cambio en la mirada de la misma. Comprender que la vejez no es uniforme, no es una enfermedad, y que la capacidad de participar, aprender, crear, enseñar y disfrutar no se pierde con los años”.
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