“Lo soñaba desde hace 20 años”. La Mona Jiménez lo logró: abrió su propio museo en el barrio más exclusivo de Córdoba
El ícono del cuarteto exhibe su discografía, los vestuarios de sus shows en un espacio que combina música y gastronomía; cuáles son las estrellas de la carta que piden sus seguidores
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CÓRDOBA.- Podría ser un Hard Rock Café de Londres, Los Ángeles o Nueva York. Pero no, está ubicado en esta capital, en el residencial barrio de Cerro de las Rosas. Tampoco recrea la vida de Elvis Presley o de los Rolling Stones, sino la de uno de los cantantes más populares de nuestro país, La Mona Jiménez. El ícono del cuarteto lanzó su propio museo bar al ritmo de “Beso a beso”. Ahí se pueden ver las tapas de sus discos, sus premios y hasta la colección de sus emblemáticos trajes y botas usados en los shows, entre otros objetos que dan cuenta de su extensa carrera.
En conjunto con la cadena internacional de bares Johnny B. Good, este local ofrece además del museo, una propuesta gastronómica típica del lugar, donde el choripán y un trago llamado “El moneado” o el clásico Fernet, son las estrellas. “Se dio lo que realmente soñé siempre. Pensaba que no iba a ver en vida mi museo. Después de 55 años de cantar, lograr esto. Fue tanta lucha y tanto sacrificio”, dijo el músico que acaba de cumplir 72 años y que cada tanto sorprende al público al caminar entre las mesas de su propio bar, mientras suena la canción que lo hizo famoso, “¿Quién se ha tomado todo el vino?”.
Desde que se inauguró en septiembre pasado, el local está lleno todos los fines de semana. Hasta allí llegan futbolistas, estrellas del espectáculo, empresarios y comensales de diversos puntos del país. Para ir no es necesario hacer reserva y se puede optar tan solo por la cena show cuya entrada para el espectáculo varía entre los $1000 y los $1800. Visitar el museo y el restobar es gratis. El choripán cuesta entre $1600 y $2000, según si se trata de la versión “Popularísimo” o “Por tí lo dejo todo”. Todos los tragos tienen el nombre de las canciones de La Mona.
“Lo estoy disfrutando con mi familia, con mis nietos. Lo venía soñando desde hace 20 años. Les va a gustar está hecho con mucho amor. Vengan a conocerlo”, invita La Mona desde uno de los videos que se exhiben en la entrada.
El megalocal, ubicado en una de las esquinas más caras de la ciudad, posee una colorida e iluminada marquesina con su nombre. No pasa inadvertido por quienes transitan la avenida Rafael Núñez al 4700. Se escucha la música que sale desde el interior y hay comensales sentados a las mesas del patio de adelante. Antes de ingresar es inevitable detenerse en su tienda de merchandising que se llama como una de sus canciones, “Locura total”. Se puede comprar desde el Malbec de La Mona a $1800 hasta remeras, llaveros, medias, tazas de café y vasos.
Las perlas del museo
Para llegar a la barra de la planta baja es necesario atravesar un amplio pasillo en el que se exhiben las distintas botas que el cantante usó a lo largo de 55 años ininterrumpidos de carrera. Son de diferente tipo, color y materiales, pintadas, de caña alta, y corta, entre otros formatos. “Cada calzado corresponde a un traje diferente. Acá en las vitrinas instalamos unas 40, pero él tiene en total 4000. Aunque son menos botas que trajes los que posee”, explica a LA NACIÓN Sofía Nicolossi, curadora del museo, durante una recorrida por el bar.
En el centro del local hay una gran barra de tragos al mejor estilo americano con una amplia carta de bebidas. Lo que más sale es una mezcla de vino tinto con la gaseosa típica fabricada en Córdoba, Pritty, en este caso la de limón. Se sirve tirada. Abren a las 9 y cierran a las 3 y según cuentan, el día de su inauguración había gente desde temprano haciendo fila para ser los primeros en degustar ahí un Fernet como homenaje al cuartetero. En cuanto a los platos, además del choripán, el lomito y la empanada de cordero son los que más salen.
Todo tiene una gran puesta tecnológica. Hay un escenario donde tocan bandas tributo y otra barra en el primer piso. La capacidad es de casi 500 cubiertos y se observa a muchos clientes que llevan el nombre de La Mona tatuado en el brazo. Circulan por el local sin dejar de entonar sus canciones. Todos las saben de memoria.
En una de las paredes se exhiben algunos de los cientos de icónicos trajes que usó el músico en los más de 1000 shows que hizo en vivo. Grupos de padres con chicos se detienen para observar las piezas de saco y pantalón, colmadas de detalles e incrustaciones, como canutillos, lentejuelas y piedras, entre otras. Llama la atención los brillos y los estrambóticos botones de cada una de las prendas. “Nunca repitió un traje para un show, pero además fue cambiando de look de acuerdo a su comodidad: pasó de pantalón ancho a angosto, de borcegos a las zapatillas el año pasado. Algunas botas las usó varias veces, pero con los trajes nunca pasó eso”, explica Micolossi.
Los objetos exhibidos tienen un código QR para conocer sus historias. Las paredes están revestidas de discos y hay un mapping que cuenta la trayectoria. También instalaron un buscador de señas en alusión a los diferentes gestos que hace La Mona en sus shows cuando visita las distintas localidades. Este es otro de los sectores preferidos de los chicos, quienes apenas llegan le piden a la imagen virtual del cantante estampada en un monolito que les haga el gesto de su barrio.
Una leyenda viva
Juan Carlos Jiménez Rufino, más conocido como La Mona Jiménez, nació en Córdoba, el 11 de enero de 1951. Con tan solo 15 años hizo su primera presentación en una famosa radio de la ciudad. A los 34 se lanzó como solista y a partir de ahí nada ni nadie lo detuvo, su música se escucharía en todos lados, desde los elegantes casamientos de Buenos Aires hasta los bailes de pequeños pueblos del interior.
Pero no todo fue un lecho de rosas en la vida del ganador de 12 premios Gardel. Según explica la curadora, al principio su imagen fue muy resistida en algunos sectores de clase alta que ahora lo aplauden y lo escuchan. “Cuando construyó su casa aquí, en el Cerro de las Rosas, algunos vecinos juntaron firmas para que no se instalara. Sin embargo él no se amedrentó. Al contrario, compró varias casas cerca de la suya para su familia y luego hasta levantó su propio museo en el mismo barrio”, explica Nicolossi. Ahora la gente de todas partes viene al bar y escucha su música, aunque más no sea a través de un ‘consumo irónico’”, agrega. Cada cumpleaños de La Mona cientos de personas se reúnen en la vereda para saludarlo y a veces él, lejos de esconderse, sale al balcón para agradecerle a los fans. “Podría estar encerrado en un country, pero ama su público”, relata.
“Nadie se quiere perder la oportunidad de conocer la vida de un personaje tan fascinante como La Mona, con más horas encima de un escenario que los Rolling Stones”, afirma la mujer. Cuándo se le pregunta a qué cree ella que se debe este fenómeno cita las propias palabras del músico quien alguna vez admitió: “canto como el c..., pero con el corazón”.
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