“Linda y flaca”. Por qué los estándares de belleza pueden convertirse en un agobio constante
Aún resuenan los ecos de la denuncia pública de la socióloga Catalina Singer que, tras su visita a la Argentina, planteó que aquí los modelos “estéticos son la dictadura”
- 7 minutos de lectura'
Después de haber visitado la Argentina, como lo hace con frecuencia desde que se mudó a Barcelona, la socióloga Catalina Singer hizo un posteo en Twitter que se volvió viral. Para ella, confesó después, fue un comentario “al pasar”, pero sus palabras se hicieron eco en más de 5000 retuits y casi 100.000 likes. “Me sentí muy fea durante toda mi estadía en Argentina, volví y se me pasó. Siento que los estándares estéticos allá son la dictadura”, escribió la cordobesa, de 39 años, el jueves pasado. Tal fue la repercusión de sus palabras que, sorprendida y un poco agobiada por la situación, Singer prefiere no hablar más del tema. Pero los mensajes de aprobación a sus dichos siguen multiplicándose en las redes. Cientos de mujeres coincidieron con su reflexión. Muchas, además, apuntaron a un mismo blanco: la exigencia de tener que estar flacas para verse bien.
“Salis de Argentina y te relajás. La presión del peso, de la ropa, el concepto de ‘ser linda’ es agotador”, le respondió la usuaria MXV, entre las múltiples respuestas que compusieron el hilo de la historia. “Estamos entre los tres países del mundo con mayor malestar corporal o infelicidad corporal, como lo llamamos ahora -dice la médica nutricionista Mónica Katz, especialista en trastornos de la alimentación-. Por otro lado, hemos construido como sociedad global, pero sobre todo en nuestro país, un ideal estético con eje en la delgadez. Pero ese modelo que anhelamos es mortífero para el cuerpo y también para la mente. Y, sin embargo, lo aceptamos”, cuestiona Katz.
Como muchas de las extranjeras que también respondieron al tuit de Singer para compartir su experiencia, la canadiense Sharon Haywood, fundadora de la ONG AnyBody, que trabaja por la diversidad corporal y está presente en ocho países, se dio cuenta de que “era gorda” en una visita a la Argentina. “No encontraba talle en ningún local de ropa. Algo que, a pesar de tener una ley de talles aprobada y reglamentada, sigue sucediendo”, dice Mercedes Estruch, coordinadora de AnyBody Argentina. Según los resultados de la encuesta que esta organización realizó el año pasado, que contó con 7777 respuestas, el 63% dijo que le costaba encontrar talles. Cuando esto sucede, el sentimiento más frecuente es de tristeza, y la mayoría refiere sentirse enojada consigo misma “por cómo está mi cuerpo”.
“La delgadez es un valor en sí mismo, y en nuestro país se nota mucho más que en otras partes del mundo”, coincide Estruch, que comparte la mirada de Singer en cuanto a la contradicción que existe entre el avance de la agenda del feminismo y la jerarquización de la belleza y la delgadez. “Celebramos que sea un tema de debate, que muchas marcas y campañas publicitarias apuesten aunque sea desde el discurso por la diversidad de los cuerpos. Pero para lograr un cambio es necesario que todo este trabajo se sostenga en el tiempo. Las redes sociales también juegan un rol clave en la afirmación de la belleza hegemónica, y es peligroso sobre todo en una sociedad con un índice altísimo de trastornos alimentarios”.
“Volví y se me pasó”
Eso tuiteó Singer ya de regreso en Barcelona, la ciudad catalana que eligió para residir desde hace más de una década, y donde según su experiencia no se vive con esa presión constante por la belleza. Consultado por LA NACION, el médico estético Lisandro Farollch coincide, en parte, con esa declaración. Como argentino con más de 20 años de residencia en Barcelona, el especialista considera que los estándares de belleza también condicionan a la gente que vive a 13.000 kilómetros de distancia de la Argentina, aunque de una manera distinta.
“Es cierto que el tema de la delgadez no es un objetivo tan presente aquí. Las mujeres no están pendientes de la dieta todo el tiempo ni tienen la preocupación constante por bajar de peso como sí sucede en la Argentina. Quizá los cánones de la belleza pasan más por lo facial. La gente que viene a mi consultorio se pincha bótox todo el tiempo, y no lo hace nada más que un grupo selecto de gente. Es un tratamiento estético muy generalizado, al que acceden hombres y mujeres de distinto nivel socioeconómico”, señala el experto, que también es docente en la Escuela Internacional de Medicina Estética y Cirugía, una institución académica catalana.
“Hay que reconocer que Barcelona es una de las ciudades con una onda muy casual dentro de España. No se ve lo mismo en Madrid o Andalucía, donde las mujeres se producen muchísimo y a toda hora. El catalán suele ser más austero, y las mujeres no se maquillan tanto. Pero también es una cuestión de moda. Aquí eso es tendencia. Un look más andrógino”, opina.
Sin embargo, y de acuerdo con los datos que aporta Farollch -que se desprenden de las estadísticas de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME)-, el número de tratamientos estéticos aumentó un 5,4% desde 2016, y alcanza al 35,9% de la población española. Además, según el estudio Consumer Beauty Insights, realizado entre 800 personas de todo el país, 7 de cada 10 encuestados estaría de acuerdo en “cambiar algo de su rostro”, y más de la mitad tomaría la decisión al ver los primeros signos de envejecimiento frente al espejo.
“Aquí nadie quiere tener arrugas. No les importa tanto el cuidado del cuerpo y esa locura por verse más flacos. Pero nadie resiste a las patas de gallo y todos se pinchan [aplicación de toxina botulínica] para suavizar las arrugas del entrecejo”, asegura Farollch.
El show del cuerpo producido
La mirada de la psicología Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), apunta sobre las consecuencias de un fenómeno que naturaliza las intervenciones técnicas sobre el cuerpo. “La presión social está puesta en lograr un cuerpo que tiene que verse bien para la ceremonia voyerista, el espectáculo y su consiguiente rédito -dice Cruppi-. La emancipación del cuerpo biológico y la naturalización de las prótesis traen cierta liberación, a la vez que la imagen se desprende del cuerpo cobrando vida propia y convirtiéndose en el show del cuerpo producido, sosteniendo el ideal interminable de belleza, juventud e inmortalidad de la época”.
Si en la Argentina los estándares estéticos son una “dictadura”, como graficó Singer, la médica especialista en cirugía plástica, estética y reparadora, Mónica Milito, pone el zoom en algunos países de la región, como Colombia y Venezuela, y también en Estados Unidos. “Son países que tienen un fuerte estereotipo de la mujer bonita. Pero la realidad es que en cada lugar ese arquetipo cambia según las culturas. En Brasil, por ejemplo, se pondera a la mujer voluptuosa, con curvas y más volúmen -sostiene Milito-. Pero creo que en nuestro país hubo un cambio con respecto a la delgadez. Ahora es flaca pero con un cuerpo más trabajado, una idea asociada a lo saludable que cobró más importancia luego de estar un año encerrados por la pandemia”, dice la especialista, que admite el peso que tienen la publicidad, los medios y las pasarelas de la moda en el mandato del peso.
“Raramente veremos allí, o en las redes sociales donde pisan fuerte las influencers, otros cuerpos que no sean los que marcan los estándares de la belleza y la figura delgada”, reconoce Milito, que no coincide del todo con la mirada que plantea que en Europa es todo más relajado. “Las francesas tienen un look más natural, pero se cuidan para verse flacas. Y hay estudios que muestran que las españolas han comenzado a obsesionarse por los tratamientos estéticos. Esa es la imagen que se vende”, concluye Milito.
Otras noticias de Salud
Más leídas de Sociedad
“Un aumento sostenido”. Las tres razones por las que un hospital universitario registra un boom de demanda
Quejas y mucho enojo. Ya comenzó el paro escalonado de subtes: a qué hora interrumpe el servicio cada línea
¿Quién es Andrés Palau? La “oveja descarriada” heredera de un legado que convocará a una multitud en Mendoza
Crisis educativa. Preocupa que menos de la mitad del país cuenta con datos fehacientes de sus estudiantes