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John es chino y desde que llegó a la Argentina en 1993 siempre se dedicó a la gastronomía. “Tenía restaurantes de tenedor libre”, dice, recordando épocas pasadas donde por menos de $10 por persona era posible sentarse y comer hasta reventar. Aunque esos lugares eran convenientes para el bolsillo, es cierto que no tenían buena fama. Muchos decían, por prejuicio o experiencia, que ahí solo comían “los valientes”. Sobrevolaban un sinfín de fantasmas vinculados a la higiene y la calidad de los productos.
Pero tres décadas después, John, que prefirió no dar su apellido, pasó del tenedor libre a ser uno de los dueños del Royal Mansión, un restaurante ubicado en Montañeses y Mendoza que abrió en enero de 2020. Allí se sirve alta cocina china y un robot lleva las delicias a la mesa moviéndose con precisión a través del salón.
Las formas doradas que tapizan las sillas, los dos chefs cantoneses que trabajan en el lugar y la vajilla fina, no solo hablan de como John pulió su propuesta, sino que, a su vez, es un ejemplo de la transformación del Barrio Chino.
La zona pasó de ser un lugar conocido por vender pescado fresco y productos orientales, pero con restaurantes, en algunos casos, con mala fama, a ser un polo turístico y gastronómico de alto nivel. ¿La clave del cambio? Algunos dicen que las nuevas generaciones, los hijos de los primeros inmigrantes, son, en su gran mayoría, los que transforman la oferta del barrio, que no para de ampliarse.
El más argentino entre los chinos
Lin Wen Chen, eligió que su nombre en español sería Carlos, por Gardel. Llegó a la Argentina cuando tenía dos años y aún vive entre esos dos mundos. Si bien sus rasgos hablan de China, apenas dice una palabra se transforma en un perfecto porteño. Él es locutor, pero también se dedica a ser un puente entre su comunidad de origen y los argentinos, un rol que le da gran centralidad y le supone una enorme responsabilidad.
Carlos cree que el tiempo es la fuerza que transforma a un tenedor libre en un restaurante sofisticado y esa ola de progreso es la que impactó de lleno en todo el Barrio Chino, que, según él, desde 2018, pero sobre todo en los últimos dos años, renovó y multiplicó su oferta, como también elevó la propuesta de los comercios históricos de la zona.
Un viaje al pasado
Para colocar un señalador en el principio de esta historia hay que situarse en 1985. En ese momento, coincide la gran mayoría, empezó a llegar el grueso de la inmigración china, justo cuando la Argentina emergía de la dictadura y el gigante asiático, al mando de Deng Xiaoping, se debatía si ir, o no, hacia una economía más abierta al mundo, un “socialismo con características chinas”.
“Los chinos empezaron a llegar a la Argentina a partir de 1985. En la zona donde hoy es el barrio, los inmigrantes chinos venían a matar la nostalgia”, cuenta Carlos. Al comienzo se instalaron supermercados, el primero se llamó Casa China. “La comunidad venía a comprar y se juntaban a charlar. Esto se empezó a expandir sin ningún tipo de planificación, no es que se fundó un barrio, sino que con el tiempo fueron llegando más actores”, describe.
La familia de Carlos llegó a la Argentina en 1982. Su padre hacía bijouterie y luego abrieron un supermercado llamado Lucy, en Caballito. Él cuenta, entre risas, que a los 28 años fue por primera vez a un supermercado Coto y se tomó una foto entre las góndolas: “Nunca había ido a comprar a otro lado”.
El por qué del boom supermercadista en la Argentina es sencillo: los inmigrantes chinos veían a ese negocio, aunque demanda un gran sacrificio, como algo relativamente fácil de llevar adelante. Además, les aseguraba tener siempre comida en la mesa. Y muchos decidían vivir arriba del supermercado para que la vida fuera más sencilla. “El chino, ante todo, es práctico. Una cartera puede ser verde y un zapato marrón y que no combinen ni ahí, pero si esa es la combinación perfecta para las actividades del día, ya está. Para los chinos la función va primero y la forma después”, explica Carlos.
Por ejemplo, buena parte de las góndolas de los vinos en los supermercados chinos son de madera porque muchos de ellos dominan en arte de la carpintería. Sin embargo, en los supermercados de las nuevas generaciones ese tipo de góndolas están siendo reemplazadas por otras más modernas y luminosas.
Crecimiento
David es el presidente de la Asociación Civil Barrio Chino. Su nombre original es Wang Guang Yu. Él heredó un gran respeto por la labor de su padre, que fue el primer presidente de la asociación, y ahora le toca continuar con su legado. Dice que parte del florecimiento del barrio se debe a que los chinos son muy comunitarios. “Primero buscamos seguridad, nos ayudamos entre nosotros y somos muy trabajadores”, resalta. De hecho, un detalle que hace palpable el lugar que ocupa el trabajo en la comunidad, es que cuando dos chinos se saludan o se despiden se suelen decir Xīnkǔ, que significa “sacrificio”.
En 2009 se instaló el arco de 11 metros de alto y ocho de ancho que marca el ingreso al Barrio Chino (中国城) con un León Fu a cada lado como símbolo de protección, que fue una donación de la propia comunidad china. Al año siguiente, Carlos, junto a otros miembros de la comunidad, empezaron a celebrar el Año Nuevo chino, como una gran fiesta que pretendía atraer a un público heterogéneo. Era una idea para que se empezaran a mezclar las costumbres de chinos y argentinos.
Sin embargo, no todos estaban, ni están de acuerdo. Las celebraciones atraían a un público importante, pero no necesariamente crecían las ventas y los comerciantes dicen que aumentaban los robos. Como describe Carlos, había, y aún hay, una puja entre lo comercial y lo cultural.
“Las nuevas generaciones van abriéndose más y traccionan a los mayores, que llegaron acá a laburar y cuyo foco siempre estuvo en eso”, explica Carlos.
Chang Chia Chi se llama Antonio porque en la década del 80 su hermana era fanática de un animé cuyo protagonista llevaba ese nombre.
Junto a Carlos, él es uno de los organizadores de las celebraciones por el Año Nuevo. Su propia historia es, a su vez, una muestra de cómo el barrio fue evolucionando. Antonio es dueño de la única óptica de la zona y asegura que la masividad que fue ganando el barrio a él no siempre le sirve porque llegan cientos de personas que se prueban los lentes y la gran mayoría no compra. Aún así, comprende que es necesario tender puentes con el resto de la Ciudad.
También a él le tocó entender que debía elevar su propuesta estética. “Yo vendo anteojos caros y la gente me preguntaba si eran truchos o verdaderos. Un día decidí cambiar toda la óptica, modernizarla, y ahora ya nadie me pregunta eso. Lo mismo pasó con los restaurantes. Acá se cocinaba como se cocina en China, que no era ni higiénico ni antihigiénico, sino que lo hacían como allá, en la calle. Pero acá eso no gustaba y por eso se modificaron muchas cosas y se hicieron capacitaciones para mejorar algunas cuestiones. Ahora la oferta es muy distinta”, explica.
Hoy es posible encontrar muchos lugares nuevos, y algunos no tan nuevos, pero sí muy sofisticados, como la tienda Tina & Co, donde se pueden encontrar un sinfín de productos de todo el país e importados. Algunos de los locales que abrieron en los últimos dos años son, por ejemplo, el bazar de lujo Zarco, o restaurantes como ¡Oh Tea!, Puppo Kdog o el ya mencionado Royal Mansion, entre muchos otros. Además, están los restaurantes históricos que fueron o están siendo remodelados, como China Town, en la esquina de Mendoza y Arribeños.
En la calle Blanco Encalada, que sería, por ahora, el límite del Barrio Chino, también hay nuevos locales, algunos muy exitosos, como la pizzería Togni´s. Sin embargo, Carlos no ve a ese tipo de locales como parte del barrio. “Lo que define al barrio, creo yo, no es tanto la ubicación geográfica, sino el concepto. Esos locales no tienen que ver con lo asiático”, indica Carlos.
El gran Big Bang del Barrio Chino porteño ocurrirá hoy, cuando la desarrolladora VíaViva, que ganó la concesión para convertir al bajo viaducto del tren Mitre en un nuevo polo gastronómico y comercial, empiece a inaugurar los primeros 25 locales en el tramo que va desde Juramento hasta Mendoza. El mes que viene se habilitará el corredor que llega hasta Olazábal, con otros 26 locales. El proyecto completo llegará hasta Monroe.
Y, en línea con lo que señala Carlos, para mantener la identidad todos los locatarios deberán ofrecer algún producto o servicio vinculado a las tradiciones o sabores asiáticos. Por ejemplo, una reconocida marca de alfajores va a vender un sabor nuevo pensado para el Barrio Chino. Sólo se conseguirá en ese local.
Todo ese proyecto, más los comercios instalados por las distintas generaciones de chinos que llegaron al país (unos 180.000), conformarán el “Gran Barrio Chino”.
“Gran en chino se escribe 大 (Dà). Gran tiene una carga positiva para los chinos. Gran es integrador. Gran es avance. Gran es movimiento para adelante, es crecer. Por eso ahora será 大中国城 (Dà zhōngguó chéng), es decir, el Gran Barrio Chino”, explica Carlos.
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