El emotivo final de la Boston, la confitería de 1958 famosa por sus medialunas
Hoy es la fecha que estaba acordada para bajar las persianas de los dos locales que continuaban funcionando; tenía 66 años de historia
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MAR DEL PLATA.– Café, medialunas y un abrazo. Una docena de facturas para llevar y un apretón fuerte de manos, mostrador de por medio, con sabor a sentida despedida. “Los vamos a extrañar”, dice una pareja de turistas. El ticket, la propina y las lágrimas de la clienta que contagian a la camarera. “Gracias por tanto apoyo”, dice y entrega el vuelto. Un sinfín de sentimientos que combinan dolor, nostalgia, indignación y hasta bronca conviven en este punto final para la tradicional confitería Boston que en el marco de una batalla judicial baja la persiana a una historia de 66 años para una marca que fue hasta hoy uno de los emblemas de la gastronomía marplatense.
La última horneada se hizo esta madrugada, en ese templo de la buena pastelería que fue la fábrica que funcionó en la sede de Avenida Constitución. “Se cocinó con la mercadería que había y como para que se venda todo”, confían los empleados, que durante el fin de semana recibieron una catarata de afecto con los habitués que llegaron como parte de su ritual. O, bien, tan solo para despedirse.
Lucía Acuña, que tiene 23 años en la firma, casi que se cuelga de los hombros de la clienta que esta vez no vino por su desayuno sino tan solo para asegurarse que no perderá contacto con quien la atendía todas las mañanas. “Pasame tu celu, hablemos”, dice la mujer, de canas profundas y con pañuelo de papel en mano porque la emoción del momento la supera. “Ustedes son casi familia”, le dice.
Este cierre de confiterías Boston en consecuencia de un acuerdo que en tribunales lograron los actuales dueños de la firma, acusados de quiebra fraudulenta. Todo estaba encaminado para que llegaran a juicio oral pero en agosto presentaron una propuesta que tuvo eco en ese fuero. Así es que a partir del compromiso de pago de un 80% de deudas pendientes se les permite recuperar la conducción de la empresa que desde hace más de seis años estaba bajo administración de una sindicatura.
Un cartel redondo con el sello en tipografía generosa recuerda que confiterías Boston nació en 1958 precisamente en este mismo local de Buenos Aires entre Belgrano y Moreno, frente al Casino Central. Fue una idea de Fernando Álvarez y Miguel Potrone que encontró muy rápida buena respuesta de la clientela. Primero con la cafetería y luego con estas medialunas que se conocen de un extremo a otro del país.
Seis locales llegó a tener la empresa a partir de un proceso de expansión que comenzó a fines de la década del 90. Una segunda generación de los creadores estuvo detrás de ese proceso hasta que decidieron desprenderse del negocio. Como compradores aparecieron y cerraron acuerdo los hermanos Juan Manuel y Pablo Lotero, asociados con Carlos Ludwig y Aston Schonfeldt, ambos de origen austríacos.
Ese salto se planteó como una instancia de relanzamiento y despegue de una marca que ya tenía reconocimiento con su servicio y, sobre todo, sus productos. Medialunas, facturas, “borrachitos” y otras dulzuras tenían clientela a granel, tanto local como de los viajeros que pasaban por la ciudad.
Pero poco tardó en quedar expuesto el proceso de debacle. Ya un año después comenzaron los recortes de personal y problemas de cobro de salarios entre los trabajadores. En el local que tenían en Urquiza y la costa y en el de calle Buenos Aires se avanzó con una medida gremial de toma de las instalaciones durante más de ocho meses. Fue en 2018 cuando esos empleados llegaron a vender café en la vereda frente a una inminente orden de desalojo, que se ejecutó con fuerte intervención policial.
Última jornada de trabajo
“Las pasamos todas”, cuenta Carolina Jara, con 20 años de antigüedad y durante su última jornada de trabajo en confiterías Boston. Recuerda lo que se sufrió con los despidos de decenas de compañeros y el cierre. “Estábamos todos caídos hasta que vino un psicólogo, Gustavo, y nos ayudó a mirar para adelante, a empujar para salir”, cita sobre tiempos que llevaron a la posterior reapertura con apenas 14 o 15 trabajadores, ya entonces bajo administración de una sindicatura judicial.
“Tenemos un fuero Civil y Comercial que nos ayudó a recuperar la empresa, hacerla rentable y estar al día, y una justicia Penal que les dio todas las ventajas a los dueños para pagar deudas a valores de 2018″, dijo a LA NACION. “Recibimos una empresa en ruinas y la entregamos funcionando, estabilizada y con clientes”.
“Pablo y Juan Manuel Lotero fueron los que destrozaron a nuestra querida confitería Boston”, expresan los carteles que trabajadores colocaron en la fachada del local de calle Buenos Aires, frente a la Plaza del Milenio, a metros de la rambla. “Gracias por acompañarnos. Luchar por nuestros derechos siempre vale la pena”, dicen en otro, sobre el cuerpo izquierdo de la vidriera, esta vez escasa de mercadería.
Betty Benítez pasó los últimos 15 años como empleada de “la Boston”, como se reconoce mejor a esta confitería. “Fue mi primer trabajo”, apunta esta joven madre de 36 años. “¿Qué voy a hacer mañana? Ocuparme de ellos y ver cómo se sigue”, cuenta a LA NACION y destaca la fidelidad de la clientela que en especial este domingo las tuvo a todas las empleadas a llanto continuado. “Fue tremendo, durísimo por el cariño de la gente y el dolor de tener que dejar esto que amamos y cuidamos tanto”, asegura.
Se emociona cuando entrega una bolsa con facturas a una mujer que le tiende la mano, se la aprieta bien fuerte y le desea mucha suerte. “Esa señora pasa todos los días: viene a buscar lo que quedó de la jornada anterior, y es también parte de esta familia que somos aquí”, detalla sobre las relaciones que han construido durante tantos años. “Fuimos quienes les servimos café, les despachamos facturas, pero también los que les escuchamos sus problemas, su espacio de descarga y hasta de contención”, insiste sobre la variedad de vínculos a partir de este contacto día a día.
Esta despedida llega justo en coincidencia con uno de los períodos del año más fuertes de trabajo y demanda. Acuña recuerda que octubre es el mes de los congresos que acercan tanta gente a la costa. Los Torneos Bonaerenses y los Juegos Evita que movilizan a decenas de miles de personas. “Es una lástima, es una empresa que logramos ordenar, que tiene oportunidad de crecer y se la entregan a quienes la vaciaron”, asegura Acuña, poco confiada en que sean estos mismos empresarios los que puedan darle una nueva oportunidad a la marca. “Están quemados”, afirma.
Lo mismo coinciden todas en cuando una posible nueva etapa que se pueda abrir, bajo el mismo sello. “Con la Boston sí, con ellos no”, coinciden las tres y así replican el sentimiento de tantos compañeros que ya fueron despedidos o que han sido parte de esta última etapa.
Todo indica que a media tarde, quizá poco después de mediodía, se habrán vendido las últimas medialunas de Confitería Boston. “Las de la receta original”, insisten al remarcar la calidad que lograron sostener en estos años, a pesar de la crisis. Son 40 personas que recibirán este mes de octubre como desempleados. “Es momento de despejar a cabeza y ver como se sigue”, dicen Acuña y Jara.
“Gracias por la lucha ejemplar”, dice un joven cliente que desayunó al final del salón y deja a la pasada una voz de reconocimiento. Pero quizás el símbolo de esta despedida sea la carta que eligieron pegar detrás del mostrador pero a la vista de todos. La firma Olgui, una clienta que a fibrón negro les dejó el sentimiento de tantos que pasaron durante décadas por esas mismas mesas. “Todo mi amor en este día tan triste”, les escribió en una hoja donde les reconoce a los trabajadores “tanta lucha y esfuerzo”, les agradece “los mejores recuerdos” y los alienta, frente al fin de un proyecto, a mirar para adelante: “Hoy toca un nuevo comienzo: Mucha suerte para todos y fuerza”, les deseó.
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