Efecto del aislamiento: advierten que se quintuplicaron las consultas por casos de bulimia y anorexia en adolescentes
El dato surge del centro de atención de estos trastornos, Aluba; el acompañamiento de los adultos, clave en los tratamientos
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La pandemia y los diferentes aislamientos sociales impactaron en los jóvenes que ya sufrían trastornos de conductas alimentarias (TCA) o que tienen una personalidad proclive a desarrollarlos. La Argentina no fue ajena a lo que sucedió en otros lugares del mundo –en Europa, por ejemplo, crecieron entre 20% y 30% según instituciones especializadas– y también hubo más recaídas temporales. En entidades locales como la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (Aluba), que trabaja hace 38 años en el tema, por ejemplo, se multiplicaron por cinco las consultas.
Mabel Bello, fundadora de Aluba, ratifica que en los momentos más duros de la cuarentena registraron “altos niveles de reincidencia” de adolescentes que ya estaban cerca del alta y también “cinco veces” más de consultas. “Los pacientes buscan el contacto humano, en general son frágiles y difíciles de convencer de que inicien el tratamiento –continúa–. Por eso, apenas pudimos, y con todos los cuidados, reiniciamos la atención personal”.
Los especialistas reiteran historias de pacientes –las mujeres son mayoría, aunque el número de hombres afectados viene creciendo con los años– que con 25 kilos de peso se ven “un abdomen enorme y brazos gordos”. En Aluba afirman que el desarrollo de la bulimia y anorexia tiene un 40% de componente genético y un 60% de social.
“Atendemos a padres con los mismos rasgos que sus hijos –describe Bello–, personalidades con tendencia a lo obsesivo. Se repiten las historias de familias en las que a los adultos les cuesta poner límites y, aunque desbordan de amor, le preguntan a los jóvenes si quieren hacer el tratamiento aun cuando está en riesgo su vida”. En la asociación, hay un Departamento de Familia y, además, padres coordinadores capacitados para ayudar al resto.
Betania Xamo, psicóloga y psicoanalista, e integrante del Instituto Oscar Masotta, subraya que no se puede hacer una “lectura universal o general” sobre el impacto de la cuarentena en aquellos pacientes que padecían algún tipo de síntoma en relación con la alimentación: “Ese síntoma siempre está articulado a cuestiones más singulares, pero las condiciones particulares pueden tanto haber favorecido estos síntomas como haberlos atenuado”.
El abordaje desde el psicoanálisis es diferente al planteo de concepciones vinculadas a las neurociencias y las terapias cognitivo conductuales. Para esta línea, nunca es el “mismo síntoma”, sino que es una señal “a escuchar y analizar” para buscar una “solución alternativa, única y singular para cada paciente”.
En comunidad
En el país la mayor parte de los tratamientos son en hospitales de día, mientras que en el mundo muchos centros de referencia eligen la internación durante un tiempo prolongado. Es el caso de Villa Miralago, en Varese, en el norte de Italia, donde los pacientes pueden residir en la institución más de un año. Allí también hubo un “fuerte” incremento de casos que alargó la lista de espera que tienen habitualmente.
Desde el centro explican a LA NACION que el programa de atención residencial se fundamenta en que trabajar en comunidad aporta diferentes experiencias para “encarar y tratar un síntoma, para suavizarlo y resolverlo”. Entienden que los grupos, organizados en tiempos y lugares comunitarios, favorecen la construcción de una “nueva realidad de estar en relación” con los demás y con los propios síntomas, “de percibir el propio cuerpo” y de ponerse en contacto con otros.
Advierten que los profesionales –nutricionistas, psicólogos, psiquiatras y educadores– realizan el apoyo y la orientación. La psicóloga clínica argentina Adriana Fabiani, que trabaja en el lugar, apunta que cuando se presenta un adolescente con un síntoma que define un trastorno de la alimentación (es decir, haber reducido la ingesta de alimentos o usar mecanismos de compensación) hay que “poder diferenciar el síntoma de la personalidad de base”.
“Siendo la pubertad el inicio de transición hacia la edad adulta y donde se está definiendo el modo de relacionarse con los otros, observamos que los efectos durante el lockdown [la cuarentena] para ese segmento fueron más acentuados –continúa–. Por ejemplo, no asistir a clase dificultó y modificó el trato con los coetáneos y los adultos que tuvo un efecto sobre el humor”. Ese es el momento en que deberían separarse del ambiente familiar para “crear nuevos lazos y relacionarse con otros grupos de pares o de adultos y donde poner a prueba la relación social”.
Hay pacientes en el lugar que pasan más de un año internados. En Villa Miralago apuntan a los aspectos cognitivo, patológico, relacional y metabólico. Indican que la convergencia en la rehabilitación de este conocimiento permite “construir un tratamiento dedicado ad hoc para cada subjetividad. Un camino, donde el silencio del sufrimiento encuentra las palabras para poder contar”. La institución tiene “nodos” en diferentes puntos del país donde –sin internaciones– aplican el mismo modelo.
Estudios del Kings College (Londres) revelan que Japón y la Argentina son los países con más alto índice de trastornos alimentarios, 35% y 30% de la población afectada respectivamente. Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) –entre los que figuran la bulimia y la anorexia– son alteraciones psicológicas en la ingesta de comidas que pueden desencadenar en enfermedades físicas importantes y, en casos extremos, hasta provocar la muerte. Los trabajos muestran que la edad de comienzo es cada vez más temprana.
El tratamiento
Bello describe que los pacientes son tratados, en general, con un equipo integrado por psiquiatras, psicólogos y nutricionistas en un hospital de día: “No medicamos como otros, porque no hay nada específico y tienen como base un trastorno obsesivo compulsivo. No usamos antidepresivos. Somos un centro de referencia, fuimos adquiriendo pericia a lo largo de los años”.
Respecto a la no internación, señala que el compartir buena parte del día en comunidad –como se hace en Aluba– es necesario porque “el impulso puede más que cualquier razonamiento terapéutico”, pero señala que el regreso a la casa, también es necesario porque la familia debe ir acompañando.
Xamo –que analiza con menos dramatismo el impacto que la virtualidad significó en la vida de los adolescentes durante las cuarentenas– subraya que hay un “cambio de subjetividad” y que es el “mercado quien ofrece parámetros de felicidad ‘para todos’. Aunque socialmente ha habido una apertura, dando lugar a la diversidad de cuerpos, tácitamente se ofrece la imagen perfecta como ideal a seguir y conseguir”.
En ese contexto repasa casos como el de una paciente de 14 años con síntomas de anorexia y bulimia que sostiene que “ser flaca es lo único que me hace feliz, Si no como, por lo menos algo hago bien, sino siento culpa.” La profesional refiere que la chica afirma “poder vivir sin comer y que ningún profesional ni sus padres, ven lo que ella ve. Ella sabe lo que tiene que hacer”. Y agrega: “La libertad del sujeto contemporáneo para elegir, muchas veces lo sumerge en una indeterminación y responde a su propia ley”.
El año pasado la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) alertó sobre la repercusión de los aislamientos por la pandemia en “comportamientos” relacionados con la alimentación y en el acceso a sistemas de salud. Plantearon que en el rango de entre los 10 a los 24 años –segmento en el que históricamente se registra una prevalencia en mujeres del 1% para anorexia y del 3% para bulimia– se notaron los efectos de las cuarentenas, en especial entre los más “vulnerables”.
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