Dejó su carrera como DT para fundar una pizzería que combina las recetas de su abuela con su pasión por el fútbol: el curioso nombre de su variedad más famosa
Julio Gagliano le contó a LA NACION la conmovedora historia Avellino, que en 2023 cumple 30 años y cuenta con cinco sucursales; la influencia de Los Inmortales, las camisetas de Maradona, Tevez y Benedetto y el concepto que introdujo en Barrio Naón
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La pizza es un plato típico del sur de Italia. Nació como una propuesta diferente para la reina Margarita de Saboya en el año 1889 en Nápoles. Eso es lo que cuenta la leyenda. Esta receta fácil, deliciosa y con una importante carga histórica detrás, se convirtió en una de las más queridas y apreciadas en casi todo el mundo. Y claro está que la Argentina no escapó a esta pasión, gracias a la oleada inmigratoria de los millones de italianos que arribaron a nuestra tierra y no solo instalaron sus propias maneras de cocinarla, sino que también la adaptaron a los ingredientes locales. Ese amor por esta preparación es el mismo que guarda Julio Gagliano, dueño de Avellino y que, en diálogo con LA NACION, se refirió a su pizzería, una de las más reconocidas de la ciudad de Buenos Aires, que este 2023 celebra 30 años.
El vínculo entre la pizza y Julio, de 58 años, es un lazo muy fraterno, tan propio como su identidad como descendiente de italianos. Su abuela, quien vivió hasta los 104 años, nació en Avellino, un pueblito rural del sur de la península itálica. Nieto e hijo de inmigrantes provenientes de ese país europeo, mamó desde pequeño la cultura identitaria napolitana, siciliana y calabresa, la cual, con el paso del tiempo, fue determinante en su juventud para la inauguración de su primera pizzería a la piedra en un barrio muy alejado del ajetreado centro porteño.
Julio resignificó sus experiencias con la nonna, sus recetas, consejos y vivencias propias en Italia y de allí creó, en honor a su abuela, la primera sucursal de Avellino. Con ahorros de toda su vida, concretó un sueño que más tarde sería la base para las cuatro sucursales siguientes en el oeste de la ciudad. En cada una de ellas se evidencia su amor por el fútbol, con camisetas de jugadores reconocidos como Diego Armando Maradona, Carlos Tevez y Darío Benedetto, objetos que a diario le recuerdan su pasado como DT y el sentimiento de por qué abandonó todo para convertirse en un pizzero argentino, pero con el puro tinte italiano.
“Mi abuela era nacida en Avellino. Ella murió hace cuatro años y vivía acá en San Justo. Tenía el terreno largo y ella seguía sembrando el tomate, tenía su hornito de barro, nos juntábamos toda la familia a comer en la casa de mi abuela, claro. Ella preparaba la salsa casera”, recordó con nostalgia Julio, al tiempo que rememoró el trabajoso proceso por medio del cual sus parientes preparaban juntos la salsa en botellas y frascos de vidrio, y las almacenaban para su uso posterior.
Quién iba a saber que ese horno de barro de la nonna marcaría a Gagliano, quien en el ‘82, en las primeras salidas con sus amigos del secundario del Nacional 3 de Liniers, a las pizzerías de Palermo, se encontró con que aquel artefacto para cocinar ese pan con salsa y queso, que era todo una moda; una moda que se referenciaba como “a la piedra”. Esto mismo remontó a Julio a su niñez con su abuela y fue por eso que con arduo trabajo y un prolongado tiempo de juntar la plata, abrió su local en 1993 a sus 28 años con el objetivo de darle al Barrio Naón de Mataderos aquello que le faltaba.
“Eran tiempos difíciles”, señaló, al tiempo que destacó la ayuda de quien actualmente es su esposa y madre de sus dos hijas. A sus comienzos, remarcó que el problema más grande consistió en que no encontraba mano de obra calificada para usar aquel horno y es por ello que pidió la asistencia de los maestros pizzeros de la época, Los Inmortales. Gracias a uno de ellos, dio vida al emprendimiento de sus sueños, a la vez que mediaba con su otro trabajo, ser director técnico. Un segundo amor que Julio mantuvo hasta que el éxito de Avellino requirió de su tiempo completo.
En sus comienzos, las pizzas llevaban la salsa de la nonna, pero eso duró poco, ya que debido a la demanda en aumento, fue necesario recurrir a otra manera de proveer al negocio. En tanto, el propio estilo de preparar esas recetas, que en muchos casos guardaban los secretos de toda su familia, eran distintas por su manera de ser cocidas, con un fuego a leña, expuestas al carbón que las distinguían del resto. Hasta creó una receta propia: la “Juventus”, que reunía los ingredientes de otras famosísimas pizzas en un solo círculo, aunque reconoció que la más vendida en estos días es la fugazzeta.
A medida que se popularizó Avellino y que poco a poco se habilitaron más sucursales, Julio lamentó: “El cuerpo ya no me daba más. En un momento tuve que dejar el fútbol. Yo empecé desde abajo de todo, en la D, después en la C y después en la B. Pero ya tenía dos hijas y bueno, tuve que elegir y me quedé con esto. Todavía me sigo relacionando con técnicos, con jugadores y hay veces que me piden consejos”. Gagliano se recibió de DT en el Club Atlético Estudiantil Porteño junto a José Luis Chilavert y a Claudio “Turco” García. Gracias a esos contactos, casi como un museo, poco a poco adhirió a los diferentes locales las camisetas de grandes futbolistas argentinos con sus firmas originales.
“La pizza es algo tan simple y tan complejo a la vez, porque necesitás hacerla con amor, como todas las cosas. Y si la hacés con amor, sale un producto muy bueno. Es algo tan representativo del sur de Italia como de la Argentina”, describió Julio acerca de la receta, que escapa más allá de una masa de pan, en donde encuentra un significado profundo sobre aquellas familias de la península que fueron pobres y que se la “rebuscaban” con los ingredientes que tenían a su alcance. “A través de un plato se pueden encontrar muchas más explicaciones que las que uno puede ver a simple vista”.
Actualmente, Avellino cuenta con cinco sucursales: Liniers, Barrio Naón, Villa Luro, Villa Real y Emilio Castro. Una de las hijas de Julio, quien se recibió de pastelera, es la que lo acompaña día y noche, mientras que su esposa y su otra hija se dedican a otro emprendimiento totalmente diferente.
¿Qué significa para él este éxito rotundo? “Me pasa con el primer negocio, que me acuerdo de ese nene chiquito al que le regalaste algo y ahora es grande, o de esa mujer embarazada cuando empecé, que ahora tiene una hija y un nieto de 18 años. Eso es el orgullo del paso del tiempo. Ves cómo fue evolucionando la pizzería, de ver una pareja de novios y que ahora son abuelos”, sentenció.
De esta manera, Gagliano, primera generación de italianos nacida aquí, de una ascendencia que se asentó en nuestra tierra en el siglo pasado por culpa de una guerra que se cobró millones de vidas, se transformó en parte de la identidad de Buenos Aires. Porque sí, él es argentino, pero sus sentimientos, al igual que otros tantos miles, reposan sobre sus raíces. Avellino no solo es una simple pizzería porteña, es un recuadro, una fotografía de una historia que marcó a nuestro país, que evidencia la fraternidad entre dos comunidades que aún permanecen entrelazadas, con cultura, familia y con la nostalgia de una receta que en cada bocado nos transporta y nos une con aquellos pasos que dio la nonna de Julio, con sus ilusiones y su esfuerzo, así como su delicadeza para inspirar un plato único, distintivo y el mejor ejemplo de la hermandad entre Italia y la Argentina.
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