La Ciudad de Buenos Aires amaneció hoy con una nueva medida para enfrentar la propagación del nuevo coronavirus: la obligatoriedad del uso de tapabocas en el transporte público y en todos los locales comerciales. Los castigos para los infractores son importantes: de $10.700 a $79.180, y posibles clausuras en el caso de los comerciantes que no respeten la ley.
En una recorrida por distintos barrios, LA NACION comprobó que la mayoría de los vecinos estaba informado y acataba la nueva normativa ya sea con barbijos, máscaras transparentes o soluciones más caseras como pañuelos o cuellos polar. Personal policial y del Gobierno de la Ciudad fue desplegado en los puntos más transitados para controlar el cumplimiento. Muchos, de hecho, lo venían haciendo desde antes de que fuera obligatorio.
Personal policial y del Gobierno de la Ciudad fue desplegado en estaciones de trenes, subte, Metrobus y centros de trasbordo para controlar el cumplimiento aunque, según reconocieron fuentes del Ministerio de Seguridad porteño, en esta primera jornada "se trabajó fuerte en la concientización" antes que en la sanción.
Según peatones, comerciantes y taxistas, hoy, además, se notó un mayor movimiento de gente en las calles siguiendo una tendencia que parece haber comenzado esta semana. Algo que quedó en evidencia también en el incremento de tránsito en los puntos habilitados para ingresar a la Ciudad.
Barbijos para todos
"Todo el mundo estaba con barbijo en el tren, la medida me parece excelente", dijo Rubén Navarrete, un trabajador gastronómico, al descender del ferrocarril Mitre en la estación Retiro. En el rostro llevaba un pañuelo multicolor y en la mochila tenía barbijos para usar en el trabajo. Navarrete toma el tren a diario en Villa Urquiza y lamentó que, hasta la víspera, viajara "muchísima gente" sin ninguna medida de seguridad. "Yo uso protección desde hace tiempo y antes me miraban como a un loco", mencionó.
A pocos metros, en el sector de ingreso y egreso de la estación, unos veinte efectivos de la Policía Federal controlaban, en cuatro filas en las que se respetaba la distancia, el permiso de tránsito y el uso de tapabocas por parte de los pasajeros. "Se está cumpliendo, hasta ahora no vi a nadie que no lo haga", aseguró una empleada de Trenes Argentinos en la línea de molinetes de la terminal.
Los usuarios de colectivos también acataron masivamente la medida. Mientras esperaba el 57 en la estación Juramento del Metrobus, en el centro de Belgrano, Marcela Fernández explicó que ella utiliza barbijo desde hace semanas, "porque es una recomendación de los expertos internacionales". A su lado, otros tres pasajeros aguardaban viaje: todas con algún tipo de protección en el rostro.
"Ayer ya estábamos concientizando y ahora estamos corroborando que las personas usen los elementos obligatorios: si no los tienen, no los dejamos subir –dijo a LA NACION un empleado de Tránsito ubicado en esa misma estación para controlar a los viajantes-. Por el momento no tuvimos que retar a nadie, esperemos que siga así".
Según los pasajeros, los choferes fueron inflexibles respecto a la nueva normativa. "Vine al trabajo en colectivo, un chico subió sin nada y el colectivero le pidió que se tape la boca porque sino no lo dejaba viajar", relató la empleada de un local de golosinas ubicado en Cabildo al 2300. Y contó que la mayoría de los clientes que durante el día habían entrado a su comercio en general habían cumplido. "Los que no traían nada puesto, me preguntaban si podían entrar", dijo.
En los comercios, más flexibilidad
En los lugares grandes como farmacias y supermercados, que cuentan con más personal y con empleados de seguridad, los clientes mayormente respetaron la normativa. "No tuvimos problemas con el tema. Pegamos en la puerta el decreto y hasta ahora hubo una sola persona a la que le tuvimos que advertir y se subió la polera para taparse", apuntó el encargado de un supermercado ubicado en avenida Corrientes, a metros del Obelisco.
En los negocios de barrio, en cambio, la aplicación fue bastante más laxa, dependiendo de la actitud de clientes y comerciantes, quienes en muchos casos colgaron carteles de advertencia, como el que podía leerse en el mostrador de un kiosko sobre Cabildo: "Solo se puede entrar una persona a la vez, con su barbijo, sin excepción".
"Bastantes, pero no todos", respondió Alejandra Cons, cajera de la confitería y panadería Antigua Belgrano, respecto del uso de barbijo entre la clientela. Y consideró que el riesgo de sanciones para los infractores iba a contribuir a fomentar su uso: "Esto es Argentina: que haya multas hace que la gente se lo tome más en serio".
Aunque para los peatones no son obligatorios, barbijos, pañuelos, tapabocas y otras variantes más creativas ya se transformaron en una postal común en las calles porteñas. Es algo que viene creciendo desde hace días y que ahora cobró mas fuerza: la enorme mayoría de las personas que circuló hoy a pie por la Ciudad llevaba algún tipo de tapabocas.
Hay quienes, sin embargo, todavía se anima a andar a rostro descubierto. Como Alejandro, un vecino de 61 años que prefirió resguardar su apellido quien, desde que comenzó la pandemia hasta la fecha, no utilizó jamás protección alguna. "No uso barbijo porque unos días dicen que sirve y otros que no. Y en casa no tengo aguja, ni hilo, ni nada para hacerlo", argumentó. De todos modos, ya le pidió a una amiga que le fabrique uno. "Lo voy a tener que empezar a usar porque ahora te obligan", agregó con resignación.
Fotos: Ricardo Pristupluk, Daniel Jayo y Tomás Cuesta
Edición Fotográfica: Enrique Villegas
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