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Es admirable el talento, la intuición de algunos para crear expresiones populares que terminan siendo usadas por generaciones. Pero, lamentablemente, muchas veces, esa capacidad se encuentra al servicio de los creadores de falsas historias que distorsionan el verdadero origen de algunos términos o frases.
Es el caso de la palabra chimichurri. Si bien puede debatirse su posible origen vasco o quechua (en ambas lenguas hay voces que se acercan a la mencionada expresión), suele ganar más simpatía la historia de un tal James Curry que probó en nuestras pampas una salsa y se convirtió en consumidor fanático. Se dice sin ningún sustento que, entonces, por ser la preparación que fascinaba a James "Jimmy" Curry, la llamamos chimichurri.
Otra versión fantasiosa habla de un inglés que decía "give me the curry" (páseme el curry) y un paisano que no le entendía dijo "chimichurri". Por lo general, inventos como los que acabamos de mencionar suelen ser simpáticamente aceptados y se difunden de tal manera, que no importa si hay alguna evidencia que permita confirmar la existencia de un tal Jimmy Curry o un gaucho que no entendía al inglés, para darles crédito.
Este es apenas un ejemplo, pero explica las dificultades que enfrentan los investigadores cuando pretenden explicar posturas más serias. Si un profesor o un abuelo nos contó la historia de Jimmy Curry, es probable que con el tiempo vayamos descartando cualquier otro razonamiento y nos mantengamos fieles a las posturas aprendidas en nuestro entorno.
Atorrantes de los caños
Otro caso muy habitual es la creencia acerca del origen de la palabra "atorrante". Hace aproximadamente cincuenta años comenzó a esparcirse una simpática historia de su origen, pero sin que nadie se preocupara por verificarla. Según la misma, ciertos vagabundos de Buenos Aires dormían en caños de desagüe que habían llegado desde Francia para establecer el sistema de agua corriente. Los mismos fueron comprados a una firma A. Torrent -para algunos-, A. Torrans -para otros- A. Torrant -para el resto. La denominación de la firma se encontraba impresa en letras grandes en los caños y por ese motivo, quienes dormían en ellos eran conocidos como atorrantes.
Es una historia que, si bien para algunos puede sonar creíble, es rechazada por los principales lunfardistas de la Argentina y sus fundamentos son sólidos. Primero porque no se sabe de ninguna firma con esos nombres que haya provisto caños al país. Segundo, porque tampoco se han hallado en Francia referencias acerca de tal posible compañía. Y, sobre todo, porque el verbo atorrar (dormir) fue conocido en Buenos Aires antes que se hiciera público el término "atorrante" en 1882.
Que hubo caños en la superficie esperando ser enterrados, es algo que puede confirmarse. Que algunos vagabundos los usaban para dormir, también. Pero ya es tiempo de archivar el cuentito de A. Torrrant y prestar atención a investigadores como José Gobello, Oscar Conde y Athos Espíndola, entre tantos maestros, para aproximarnos a terrenos más ciertos y menos fabulosos.
¿Tuco en la neblina?
La frase "perdido como turco en la neblina" ha dado origen a una serie de explicaciones también insólitas. Como suponemos, cualquiera puede perderse en medio de una neblina. Esa no es condición del turco. Agregamos que el dicho no es conocido en Europa. Solo se repite en la Argentina. Sin embargo, una de las referencias que suele darse, bastante rebuscada, es que la palabra turca es sinónimo de borrachera y, por lo tanto, uno puede perderse como un borracho en la neblina.
Allí el primer error es creer que si turca es borrachera, turco es sinónimo de borracho. Pero la falta de sustento de esta creencia reside en un hecho que volveremos a mencionar: ni en España, ni en Turquía ni en ningún país de Europa existe una expresión parecida a "perdido como turco en la neblina".
Pasemos a la Argentina, entonces. A pesar de que uno imagine que no hay neblinas en Turquía o que los turcos que salían a vender por el las afueras de la ciudades se perdían, la explicación es otra. En quechua, la luciérnaga se llama tucu o tuco. En el Noroeste argentino era habitual una frase que ha sido recopilada a comienzos del siglo XX por los buscadores de este tipo de tesoros: "Perdido como tuco en la neblina", dando a entender que el mencionado insecto se pierde porque su luz no ilumina lo suficiente. Como la voz "tuco" era desconocida en el centro del país, convirtieron la frase en "turco en la neblina", relegando al bicho al olvido.
De bares, cuernos y pantalones
A veces, algún fantaseador publica una información falsa y los sistemas de comunicación del siglo XXI la expanden dándole un vigor y credibilidad inusitados. Ocurrió con "bar". Se multiplicó en la redes sociales la versión que sostenía que su origen se encontraba en las siglas de tres palabras en inglés: "Beer and Alcohol Room" (sala de cerveza y alcohol). Más allá de la falta de sentido que tiene mencionar a la cerveza por un lado y el alcohol por el otro, la palabra bar surgió del inglés bar (barra), que a su vez fue tomada del francés barre. Porque las primeras tabernas no tenían mesas, sólo una barra. De hecho, sigue llamándose de esa manera a un espacio de los negocios que despachan bebidas.
Entre las invenciones más arraigadas, figura la falsa historia que habría dado origen a la expresión popular "poner los cuernos" o el sustantivo "cornudo". El cuento refiere a los señores feudales poniendo cuernos en la puerta de las casas ajenas adonde llegaban de visita con intenciones muy pasionales. Es lo que se denominaba "derecho de pernada". Pero lo de los cuernos no es real. ¿De dónde viene, entonces? Del chivo.
Este animal ha sigo estigmatizado por la infidelidad de su pareja. Esto se debe al carácter promiscuo de la cabra en celo. La simbolización ya era conocida en la Antigüedad, como así también el gesto de los cuernos. Por lo tanto, siglos antes de la irrupción de los poderosos señores feudales, los cuernos señalaban a la víctima de la infidelidad.
Muy consolidada desde hace décadas, se encuentra la historia del vocablo "carajo". Es una expresión de enojo, empleada en fórmulas para insultar que ha encontrado una suave explicación acerca de su origen, tan inocente como errada.
Muchos vivimos convencidos de que ese era el nombre de un canasto en la parte alta de palo mayor de una embarcación. De esta manera simpática se explicaba que la costumbre de mandar a alguien al carajo provenía del castigo consistente en enviar a un marinero a ese sitio del barco, donde los movimientos provocados por las olas y el viento eran más intensos.
Mal que nos pese, esta historia que seguramente nos han referidos nuestros padres o personas con autoridad intelectual en nuestros círculos (profesores, comunicadores, etcétera), jamás ha superado un estudio profundo.
Solo porque varios diccionarios náuticos la mencionan, nos atrevemos a decir que existe un posibilidad de que en la jerga marinera la cofa (meseta en la altura de un mástil) haya recibido ese segundo nombre. Ni la Real Academia Española, ni los diccionarios españoles dan crédito a ese concepto. Pero la fuerza de la repetición, carajo ha encontrado esa salida elegante, que incluso muchos estudiosos de los secretos de la lengua han dado por veraz. La realidad es más oscura y grosera. Desde hace siglos, carajo ha sido, en sus formas portuguesa, gallega, catalana y castellana, una forma de referirse al miembro viril. Mandar a alguien al carajo fue siempre un insulto ordinario, hasta que apareció esta graciosa idea de los marineros y el castigo en el palo mayor, que lo convirtió en una expresión menos insolente.
Para terminar, la curiosa procedencia del pantalón. Circula una definición que parece encajar de la mejor manera. Según la misma, pantalón es una prenda que va desde la "panza al talón". Ocurrente afirmación que no tiene base alguna. Entre los santos, San Pantaleón acaparó muchos seguidores por tratarse de un curador de enfermos. En Venecia construyeron una iglesia —antes del siglo XI— que pusieron bajo su patronazgo. La ciudad fue el punto principal de tránsito en la época de las Cruzadas. Este hecho convirtió al puerto italiano en un centro cosmopolita. Y si tenemos en cuenta, además, el número de heridos que la ciudad recibía en forma constante, se entiende por qué San Pantalón (tal era el nombre veneciano del mártir) era muy concurrido y popular.
La segunda parte de esta historia tiene que ver con aquella Venecia de intenso tráfico. Además de cruzados, la ciudad fue el centro del comercio. Durante las Cruzadas, Venecia era una coctelera de lenguas y costumbres. Entre tanta variedad, los turcos llegaron con una ropa particular. Se trataba de calzas no tan ajustadas que iban desde la cintura hasta los tobillos. Aclaremos que ya se habían usado diseños similares en las estepas asiáticas. Estas calzas que ingresaron por el norte de Italia pasaron a ser un detalle característico de los venecianos, tan devotos de San Pantaleón. Además, entre los personajes de la Commedia dell’arte (grupos de actores que recorrían las ciudades de Italia y otras regiones realizando improvisaciones), figuraba Pantaloni, un viejito que usaba las calzas turcas coloradas y exageraba el estereotipo del veneciano. Por eso, cuando en el siglo XVIII los franceses adoptaron este tipo de vestimenta para usar de entrecasa, llamaron a las calzas pantalon. A principios del siglo XIX pasó a España, como pantalón. Según vemos, ni la panza ni el talón influyeron en su nombre.
Los atajos en la búsqueda de orígenes de palabras y expresiones están llenos de trampas. Es probable que haya escuchado la historia de la trapecista llamada Catalina, a quien todos los espectadores de vaya a saber qué circo le gritaban “Agarrate, Catalina”. O que OK se usaba en la Guerra Civil de los Estados Unidos para expresar “cero personas muertas” (0 Killed), con el correspondiente símbolo del cero, uniendo las puntas del pulgar y el índice. O que un jefe realista le dio el mote de “chancho” al general San Martín y por eso, se dice “a cada chancho le llega su San Martín”, origen tan absurdo como muchos de los que suelen darse por ciertos, solo porque nos gusta conocer buenas historias.
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