La memoria auditiva en el duelo; cómo las voces grabadas se convierten en tesoros para quienes enfrentan la pérdida
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Desde una casilla de voz de un viejo teléfono bajé un mensaje de mi padre. Por temor a que un día en esta vorágine tecnológica de archivos y backups mal realizados (mi especialidad) se perdiera, decidí enviarlo a mi propia casilla de mail. En el asunto puse un simple “Mensaje Toti” como para poder ubicarlo fácilmente en caso de necesitarlo. No es que lo escuche a menudo, lo hice al principio, durante esos primeros meses después de su muerte, pero no más.
No es un mensaje particularmente lindo: está angustiado, alguna interacción en sus medicamentos hace que esté inquieto y desconfiado de su entorno. Quiere que lo salve de algo inevitable. El final ya estaba cerca. No es un mensaje que guardo por nostalgia tampoco, o porque no recuerde su voz, que por suerte suele resonar mucho más alegre en mi cabeza. Tengo que admitir que lo guardo porque a veces necesito recordar y reafirmarme que estaba incómodo con su vida; por momentos necesito (engañándome tal vez) saber que está más en paz.
Cuando pregunto a otras personas si son capaces de evocar las voces de los que partieron, si las extrañan o si recurren a grabaciones de sus seres queridos (aquellos que las tienen), comparten las más variadas anécdotas. Sin embargo, casi ninguno es indiferente al recuerdo de la voz de aquellos a los que extrañan. Parece ser una parte fundamental del dolor, el duelo, la sanación y el recuerdo.
“Tengo un cassette de 1981 con la voz de mi abuela Matilde, cada vez que lo encuentro, me preparo para escucharlo, pero me da miedo que se rompa o se enganche la cinta”.
“No recuerdo sus voces pero a veces los sueño y ahí aparecen”.
“Tengo grabaciones de papá, hoy son mi mayor tesoro”.
“Extraño la voz de mis abuelos. Las puedo reproducir en mi cabeza y en sueños me hablan con sus voces”.
“Guardé sus mensajes, pero duele demasiado escucharlos. Tal vez algún día”.
“De mi nono recuerdo su risa de felicidad, su tono de puteadas, sus mensajes en el contestador que se borraron...tengo miedo de perder la memoria y olvidarme de eso”.
“Extraño mucho la voz de mi mamá. No tengo nada grabado de ella. Se me fue yendo de a poco, pero de alguna forma, cada vez que recuerdo el mensaje del contestador de casa (que grabó ella), vuelve”.
Con más o menos palabras, cada relato en su estilo, el recuerdo de las voces de los que ya no están es algo valioso. Para los que conservan grabaciones, un tesoro preciado. Para los que no, el proceso mental de evocar esas voces es un ejercicio habitual al que recurren o al que le huyen. Y para otros, el mayor temor es algún día dejar de recordar esa voz, como si el hecho fuera una pequeña traición, verlos finalmente desaparecer a un lugar sin retorno.
Hay cientos de desarrollos de inteligencias artificiales capaces de imitar la voz humana, muchas de ellas incluso gratuitas. Las he usado con mayor o menor éxito con fines profesionales y algunas suenan inquietantemente realistas. Hay algo, sin embargo, que sucede con la entonación, con ciertos modos en los que arrastramos alguna sílaba, pronunciamos alguna palabra, la cadencia y hasta las casi imperceptibles inhalaciones durante oraciones largas. Quiero suponer que esas falencias de la tecnología son pura consecuencia de la gratuidad de las aplicaciones con las que he experimentado y que unos cuantos dólares de suscripción harían maravillas y que muchísimos dólares más se acercarían casi a la perfección confundiendo hasta al oído más absoluto.
Otros desarrollos llevan el asunto más allá y prometen atesorar las voces de nuestros seres queridos fallecidos y hasta convertirlos en asistentes digitales para así hacer “que los recuerdos perduren”.
¿Habrá algo único en la voz humana que podría hacernos distinguirla de aquella que genera un robot? Y aún si fuese indistinguible, ¿tendría el mismo valor? Si bien todos los seres humanos producimos sonido esencialmente en la misma forma fisiológica, nuestras voces son casi tan únicas como las huellas dactilares: similares en la superficie, pero con infinitas variaciones. Algunos se preguntan si está bien aferrarse a la representación digital de alguien en lugar de dejar que su recuerdo evolucione y por supuesto también se transforme con el tiempo.
Además de ese mensaje, hay veces en las que miro viejos videos en los que mi padre hace payasadas frente a la cámara: se pone un sombrero, baila o finge que baja una escalera imaginaria y cuando desaparece detrás de un sillón se escucha su risa de fondo. Ahí me hace reír en su mejor versión.