¿Qué tan lejos está la humanidad de lograr extender radicalmente la expectativa de vida?; la posibilidad de llegar a festejar el cumpleaños 110 todavía se topa con barreras y discrepancias en la comunidad científica
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Cuentan los historiadores de la Unión Soviética que Joseph Stalin, el líder que condujo al país durante la Segunda Guerra y que falleció en 1953, era un fanático de los récords de longevidad, y también muy crédulo con las historias que le contaban en este sentido. Para congraciarse, era común que los gobernadores le llevaran a Moscú los casos del “georgiano que vive a los 184 años” o de “la abuela estonia que tiene 158 años”.
Obviamente todo con documentación respaldatoria falsa, que se encargaban de mandar a fabricar los gobernadores para complacer a Stalin. En lo que hace a máximos de longevidad científicamente comprobados, el récord actual lo posee la ciudadana francesa Jeanne Calment, que falleció en 1997 a los 122 años y medio de edad (dejó de fumar a los 117 años), y para hombres el japonés Jiroemon Kimuda, que falleció en Kioto en 2013 a los 116 años.
Pero la fascinación por la longevidad extrema es milenaria y atraviesa todas las culturas del planeta. Y no se detiene: por estos días la plataforma Netflix tiene entre sus documentales más vistos a Vivir 100 años: los secretos de las zonas azules, una producción de cuatro episodios donde el escritor Dan Buettner, que publicó un best seller sobre este tema, recorre comunidades “donde la gente es feliz y vive por más tiempo”. Aunque hoy hay más de cinco zonas, la serie se centra en las originalmente planteadas de Okinawa (Japón), Icaria (Grecia), Cerdeña (Italia), Nicoya (Costa Rica) y Loma Linda (California).
La denominación de zonas azules fue usada por primera vez en un artículo académico de demografía en el que se investigaba a los centenarios de Cerdeña, en 2004. Posteriormente se fueron agregando comunidades que con ciertas características y prácticas locales dieron lugar a una cantidad estadísticamente significativa de casos de longevidad extrema.
Pero aún con las supuestas mediciones más precisas de la edad, las dudas persisten. En los últimos años, el actual jefe del departamento de Demografía de Oxford, el australiano Saul Newman, se dedicó a investigar con buen herramental econométrico y modelos de inteligencia artificial los reclamos de longevidad de las zonas azules y se encontró con datos que no lo convencieron para nada.
En un paper que publicó en julio de 2019, Newman observó que los “supercentenarios –personas de más de 110 años– están concentrados en lugares sin registros oficiales de nacimientos y baja expectativa de vida”.
Vale una aclaración: los supercentenarios son toda una rareza estadística, se estima que solo el 2% de las personas que llegan a cumplir 100 años pueden festejar su cumpleaños 110. En términos de números, hay una “barrera” muy elevada para seguir viviendo entre los 100 y los 110 años.
Números certeros
En los Estados Unidos, el principal explicador estadístico de la concentración de supercentenarios no es ni la dieta mediterránea, ni la vida pausada ni las redes comunitarias: es la entrada en vigencia de registros estatales serios de nacimiento, que está asociada a una caída de más del 70% en los reclamos de longevidad extrema, cuenta Newman. En Italia, donde los registros son más uniformes, las edades altas son explicadas por variables como la pobreza extrema y la baja expectativa de vida promedio de ese lugar (algo muy raro).
Y con respecto a las “zonas azules” de Cerdeña, Okinawa e Icaria, Newman cuenta a LA NACION que se corresponden con áreas de bajos ingresos, reducidos niveles de alfabetismo, altos registros de crimen y baja expectativa de vida comparada con los promedios nacionales. “La pobreza relativa y la baja expectativa promedio de vida son predictores inesperados de centenarios y de supercentenarios, y por lo tanto respaldan la hipótesis de fraude y errores en la generación de registros confiables de longevidad”, marca el demógrafo de Oxford.
Pongamos la lupa en el caso de Okinawa, famosa por la difusión de las ideas de moai (relaciones con amigos, familia y comunidad en general) y el ikigai (propósito en la vida), que luego se irradiaron a todo Japón y al mundo. Newman resalta que Okinawa también rankea primero en consumo de cerveza y de personas que viven de planes sociales. También es el último lugar en Japón en consumo de vegetales y de pescado, los alimentos más sanos. “En su discurso venden que la gente es realmente feliz, cuando tienen uno de los niveles de depresión clínica más altos del país”, dice el académico australiano. Japón hoy es el país con pirámide demográfica más senior del mundo, y en 2030 se convertirá en la primera nación hiperlongeva, con cerca de un 30% de su población por encima de los 65 años.
Newman comenzó a interesarse por el tema hace años y su primer paso fue buscar en diarios historias de personas que decían tener más de 110 años. Encontró que solo el 15% de ellas tenían registros de nacimiento oficiales confiables. El profesor de Oxford encontró pistas de fraude en estudios econométricos “forenses”: por ejemplo muchas fechas de nacimiento se agrupan de manera inusual en los primeros días de un año, como si alguien hubiera completado los formularios a mano sin los datos reales.
¿Qué razones puede haber para alterar las estadísticas de edad? Como en la historia de Stalin y los gobernadores, hay motivaciones por detrás e intereses económicos (turismo, suplementos dietarios, laboratorios, etc). Con algunos casos extremos y delirantes: en 2010 la policía japonesa encontró el cuerpo momificado de Sogen Kato, quien supuestamente era el hombre más viejo del país y había fallecido hacía 30 años. Su hija ocultó su muerte para poder seguir cobrando su pensión.
–Newman, ¿ Hay algún argumento de la narrativa de las zonas azules que le parezca válido?
–Absolutamente no. Hay problemas fundamentales con todos los aspectos de los datos de las zonas azules, y dudas considerables sobre la forma en que sus impulsores arribaron a sus conclusiones y trataron su evidencia.
–¿Algún lugar le llamó particularmente la atención?
–Okinawa tiene niveles de felicidad por debajo del promedio de Japón; por muy lejos los mayores niveles de pobreza y bajos ingresos… y estas son apenas algunas de las anomalías más salientes que ponen en duda la narrativa de las zonas azules.
–¿Por qué cree que ocurre esto?
–Mi opinión es que las zonas azules son una construcción vergonzosa y pseudocientífica que explota nuestro deseo colectivo de tener vidas más largas y mejores. Pero se contradicen con las estadísticas y registros oficiales.
Aunque Newman es un escéptico de las zonas azules, no lo es tanto con la agenda y discusión general de longevidad. De hecho, uno de sus estudios más citados propuso que el “límite” de 125 años que algunos demógrafos y expertos en longevidad advierten para la vida humana no está correctamente calculado (y por ende podríamos vivir más tiempo).
Un país propio
De los 100 casos récords mundiales de longevidad extrema correctamente registrados, 96 corresponden a mujeres. “El único país donde los hombres viven más que las mujeres en promedio es Islandia”, marca a este diario José Ricardo Jáuregui, el médico argentino que preside la Asociación Internacional de Geriatría. “En la Argentina estamos estancados en esta variable, cuando décadas atrás teníamos la mayor expectativa de vida de América Latina. Inciden las condiciones económicas y el empeoramiento del sistema de salud, aunque no podemos estar seguros porque aún no tenemos los resultados del último censo”, precisa Jáuregui, también director médico de We Care, un centro para adultos.
Jáuregui mira con algo de escepticismo la movida de quienes promueven la posibilidad de vivir cientos de años en un futuro cercano. Y obviamente no es el único.
Uno de los más conocidos es el bioquímico Charles Brenner, bautizado por la prensa “el escéptico de la longevidad”, quien se la pasa criticando en redes sociales y conferencias las ideas de Aubrey de Grey (el gurú original de la escuela de la longevidad extrema, muy asociada a la visión de la singularidad de Silicon Valley) y, más recientemente, de David Sinclair, de Harvard, que asegura que está trabajando en terapias para demorar el proceso de envejecimiento.
Tanto Sinclair como el reconocido médico canadiense Peter Attia suelen aclarar que estamos lejos todavía de extender radicalmente la expectativa de vida, sino que el objetivo de sus investigaciones es prolongar el período de vida saludable.
En este torbellino de novedades hay también espacio para las historias más alocadas. En 2023 varios medios reportaron sobre la enorme cantidad de tratamientos de vanguardia a los que se somete el emprendedor tecnológico Bryan Johnson, de 45 años, quien está intentando que varios órganos de su cuerpo vuelvan a tener las características que poseían cuando tenía 18. Bloomberg informó que el empresario fue a una clínica en Dallas para hacerse una transfusión de sangre de su hijo adolescente, y a su vez a donarle sangre a su padre. Esta aventura le cuesta más de dos millones de dólares al año, que se reparten entre 30 médicos que los asesoran.
Johnson tiene compañeros de ruta: en la primera mitad del año se anunció la fundación del “primer estado de la longevidad extrema”, bautizado Zuzalu (sus impulsores tomaron del nombre de una sugerencia de ChatGPT, seguramente basada en todo el material que hay en Internet sobre las denominadas zonas azules). Con este ideario montaron en junio una “ciudad pop-up”, una suerte de campamento de lujo en Tivat, Montenegro, a orillas del Adriático, al cual asistieron unos 780 entusiastas de la agenda de longevidad, varios de ellos cripto-millonarios; con la idea de fundar a futuro un Estado propio que permita probar y acelerar (con menos regulaciones) los avances médicos para vivir más años con buena salud.
Luego de la experiencia de Zuzalu, entre los lugares que están en la mira de este grupo aparece Rhode Island, en los Estados Unidos, con pocos residentes y relativamente cerca de los laboratorios que hoy están en la frontera de este tipo de conocimiento.
Cada vez más
¿Cuántas personas de más de 100 años piensa que hay en la Argentina? Es probable subestimar el número porque hasta el propio Indec lo hizo: en el Censo de 2010 se esperaba que para 2020 hubiera alrededor de 9 mil personas con más de esa edad en la Argentina. Pero según estadísticas del Registro Nacional de las personas (Re. Na.Per) en el país viven 15.491 personas con más de 100 años. “Más precisamente: tienen 100 años 4105 habitantes y hay 11.385 con más de esa edad; y estos datos son de 2020″, especifica Mercedes Jones, socióloga y especialista en la agenda etaria.
A nivel global, los avances científicos, la producción académica y los negocios que giran alrededor de la longevidad extrema estallaron en forma reciente. Según Merril Lynch este sector movía 110 mil millones de dólares en 2019 y para 2025 se estima que el valor llegue a los 600 mil millones de dólares.
En su libro Ser Mortal, el gerontólogo Atul Gawande cuenta que la enorme dificultad para extender el récord de vida humana se debe justamente a que la muerte es un fenómeno complejo: aunque la causa formal de deceso muchas veces es la misma (paro cardio-respiratorio, etc), el proceso jamás se repite de la misma forma. Así como ninguna avalancha en una montaña es igual a otra, lo mismo sucede con la combinación de fallas en nuestro cuerpo que llevan al final de la vida.
Pruebas en mascotas
Algunos de los grandes avances a nivel de ciencia y start ups llegaron por una ventana inesperada: la empresa Loyal logró una inversión de 58 millones de dólares para investigar y comenzar a comercializar drogas que servirán para extender la vida de los perros. El hecho de que este sea un terreno de vanguardia y más fértil que el de los humanos tiene su lógica: las regulaciones para medicina animal son más laxas que las de las personas. Y la demanda e interés en extender la vida de mascotas es enorme, con perros que forman parte de la familia en lo que la socióloga estadounidense Andrea Laurent-Simpson llama “hogares multiespecie”. Loyal fue fundada por Celine Halihua, una científica que en el pasado conoció a Aubrey de Grey, el primer gurú de la extensión de vida que tuvo mucho éxito en los medios y en Silicon Valley pero irritaba a la comunidad de biólogos: en 2005, 28 científicos renombrados escribieron un ensayo en el que decían que sus estrategias estaban “más en el terreno de la fantasía que en el de la ciencia”.
Al año siguiente De Grey recibió un cheque de 3,5 millones de dólares de Peter Thiel, uno de los cofundadores de Pay Pal, y tiempo después cayó en desgracia por un escándalo de acoso sexual.
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