Aunque puede parecer una utopía, la ciencia y la tecnología ayudan a configurar un panorama diferente para la adultez, que augura décadas de plena actividad; siete ideas del nuevo libro del autor para implementar
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La segunda mitad de la vida puede ser mejor que la primera. Hace no mucho tiempo, esta idea hubiera provocado escepticismo, negación, burla o un ceño fruncido en el mejor de los casos. Hoy, sin pecar de ingenuos y reconociendo que en la adultez hay distintas realidades, el concepto suena mucho menos alocado y más realizable que en décadas pasadas. Cada día se suman nuevos avances, que van más allá de la ciencia y la tecnología, y que ayudan a configurar un nuevo panorama para la adultez. Un mapa en el cual disfrutar de una segunda mitad de la vida mejor que la primera sumó chances y probabilidades de manera radical.
La ola de la revolución senior se está desplegando. Para empezar, lo obvio: la demografía está mutando, y más rápido de lo que pensábamos. La “pirámide” poblacional está dejando de ser, justamente, una pirámide para convertirse en un rectángulo, con un tercio de la población por encima de los 60 años como sucede en Japón, la nación hiperlongeva, y como ocurrirá pronto en Corea del Sur, Hong Kong, Italia, España y otros países. América Latina aún goza de lo que se conoce como “ventana de oportunidad demográfica”, o “bono demográfico”, con poblaciones en promedio más jóvenes que las de los países mencionados, pero esta ventana se está cerrando mucho más rápido.
El fenómeno es, en términos históricos, bastante reciente: en la posguerra en los países en vías de desarrollo la esperanza de vida era de 51 años. En contraste, quienes nacieron en este siglo tienen un 30% más de probabilidades de llegar a los 100 años. Más allá de la macro de la demografía, es interesante ver cómo la ola de la revolución senior se refleja en el aumento de las edades promedio a las que se consiguen grandes logros. Los CEOs de las compañías del S&P 500 tenían en 2005 en promedio 46 años, contra 55 años en la actualidad. Desde 2001, la edad media de los actores protagónicos de Hollywood subió de 38 a 50 años. Pasa lo mismo en los deportes: miremos las edades de esplendor de Nadal, Djokovic o Federer, en tenis; de Messi y Cristiano Ronaldo, en fútbol, por no hablar de las carreras de LeBron James y otros basquetbolistas en la NBA.
Cuando se abre la conversación sobre nueva longevidad es muy común escuchar esta reflexión: “Prefiero vivir bien hasta los 80 años y no mal hasta los 100″. De lo que se trata es de romper esta dicotomía, de entender que con todos los avances que estamos viendo en ciencias de la vida, hábitos, cambios de modelos mentales y de formas de pensar, hoy tenemos muchas más herramientas para sumar décadas con calidad de vida.
Un primer paso es empezar a construir un “mindset de longevidad” que implica una planificación distinta, donde surgen diferentes preguntas que llevan a otras respuestas. Esto pasa en todos los campos de la vida, pero un ejemplo muy claro es el del ejercicio físico. El médico Peter Attia, divulgador estrella en los Estados Unidos de la agenda de longevidad, habla del “decatlón centeneario”. La mayoría entrena para bajar su tiempo en la carrera de 10 k, por caso, cuando uno podría preguntarse: “¿Qué tipo de rutina necesito para poder alzar a mi nieto a los 90 años? ¿O para poder acomodar el equipaje en el compartimento de arriba en el avión en un viaje a los 95 años?”.
Cada estrategia de longevidad positiva va a ser muy personal, y por lo tanto distinta. Cada uno tiene diferentes cuerpos, dosis de energía, intereses. Pero hay algo seguro: si este es un plan para varias décadas los cambios tienen que ser sostenibles, y por lo tanto su incorporación debe ser “amable”. De nada sirve una dieta imposible que dure una semana, u obligarnos a escribir con la mano “mala” (la que no usamos) para ejercitar otras partes del cerebro en un programa de brain gym.
El plan tiene que ser disfrutable, también, porque es muy difícil competir con la gente que se divierte haciendo lo que hace. Y por eso hace mucho sentido enterarse, curiosear en la frontera y probar la mayor cantidad de movidas posibles, en la búsqueda de un nuevo set de hábitos, actitudes y pensamientos que hagan un fit natural con una estrategia personal, curada para cada uno, de longevidad positiva.
Aprender liviano
A la hora de aprender alguna nueva habilidad, deporte o pasatiempo, hay una noticia mala y dos buenas. Empecemos por la mala: la curva de aprendizaje arranca con una pendiente tan escarpada (un “muro de frustración”) que ahí es donde nueve de cada diez personas que lo intentan abandonan. Por ejemplo, se estima que solo un 5% de quienes alguna vez tuvieron un cubo Rubik (el “cubo mágico”) en sus manos llegan a armarlo con éxito.
Pero hay buenas noticias también. Una es que muchos de los escollos con los que nos topamos en la subida al primer muro de frustración tienen que ver con fantasías y trampas mentales más que con nuestra capacidad real de avanzar. Un maestro que de chicos nos dijo que no somos buenos en matemática, padres poco entusiastas para acompañar el aprendizaje o simplemente autoboicots: barreras que nos repetimos y construimos alrededor de nosotros mismos. La otra buena noticia es que quienes estudian en detalle el metaaprendizaje (cómo aprendemos) remarcan que hay métodos y secretos para superar esta muralla inicial.
El premio es grande y no se trata de convertirse en un especialista, sino de llegar a un punto tal en el que disfrutemos el proceso de seguir mejorando. Volverse lo que el pedagogo David Perkins llama “un amateur experto”.
En su libro Educar para un mundo cambiante, Perkins dice: “La educación hoy debería apuntar a un amateurismo experto más que a la especialización. El amateur experto es alguien que entiende los aspectos básicos de alguna disciplina y los aplica con seguridad, corrección y flexibilidad”. El autor escribió esto antes del boom de ChatGPT, pero está claro que el método para aprender nuevas habilidades se volvió aún más crucial en esta era de expansión de la inteligencia artificial generativa.
La bióloga y especialista en educación Melina Furman cita a menudo a Perkins y a su concepto de “aprender liviano”. El objetivo no es convertirnos en profesionales de eso nuevo que aprendemos, sino capturar su esencia. Y eso nos permite participar, disfrutar y entender una parte del mundo que antes nos era ajena.
Quitarse capas: el arte de Oriente y Occidente
Quien haya visitado alguno de los grandes museos de arte del mundo (el MET, de Nueva York; el Louvre de París; el Reina Sofía, de Madrid: cualquiera) habrá advertido una particularidad común a todos: no alcanza un día para ver el total de lo exhibido, o al menos hacerlo con detenimiento. Las pinturas, esculturas y otros objetos de arte se acumulan de a miles. Si se hiciera un paralelismo entre los museos y alguno de los cuadros que atesoran serían una pintura barroca repleta de detalles, con todo el lienzo completo con ilustraciones, casi sin espacios en blanco.
El punto llamó la atención de Arthur Brooks, un experto en segunda mitad de la vida de Harvard: tiene que ver con las distintas concepciones del arte entre Occidente y Oriente.
En Occidente, cuenta el autor, tendemos a pensar en el arte como un lienzo blanco que debe ser llenado: en la primera mitad de la vida nos ponemos a completarlo frenéticamente, hasta que casi no quedan espacios. En Oriente, en cambio, se lo ve como un proceso en reverso: una roca o el tronco de un árbol “contienen” una obra de arte que debe ser descubierta o develada.
En la segunda mitad de la vida tenemos que recorrer el camino inverso: despojarnos de capas (lo que los demás piensan de nosotros, el ego, nuestra educación, los mandatos familiares) para aproximarnos lo más posible a nuestro verdadero ser. Brooks cuenta que cada año “tacha” en lugar de agregar ítems a su lista de pendientes de la vida.
Acercarse a la naturaleza
Hay una temática creciente en estudios y mediciones de distintas disciplinas: el del efecto positivo –con evidencia abrumadora– que tiene la exposición a entornos naturales, con plantas, animales y aire puro en la salud mental, la productividad, en distintas variables cognitivas y en la longevidad. La agenda no es nueva, pero se disparó en los últimos años, con la pandemia (que promovió la vida suburbana e hizo más visibles los desafíos de salud mental) y con la crisis climática.
Resultados de cuatro encuestas sobre el “uso del tiempo” del departamento de estadísticas laborales de los Estados Unidos mostraron cuán feliz o estresada está, en promedio, la gente que se dedica a distintas profesiones, y aquellas con un alto contacto con la naturaleza resultaron por lejos ser las que mostraron mayores reportes de bienestar emocional.
Un estudio que se realizó en Inglaterra consultó a más de diez mil personas por su bienestar emocional con una encuesta detallada, pero lo más importante es que se hizo durante 18 años, lo cual permitió evaluar cambios cuando las personas de la muestra se mudaban. Esta información se cruzó con un índice de cercanía a parques, árboles, jardines o cursos de agua. La correlación positiva fue muy alta con respecto a satisfacción con la vida, y con menores niveles de ansiedad y depresión.
El impacto de la exposición a la naturaleza llega inclusive a la longevidad: Peter James y Rachel Banay, entre otros, compararon esta variable en mujeres con la presencia de espacios verdes en los alrededores de las personas bajo estudio, que se determinaron por tecnología satelital. Las mujeres que viven en lugares con mucho verde mostraron un 12% menos de tasa de mortalidad que el resto.
Una de las conclusiones de estos estudios es que aún los pequeños pasos sirven: oficinistas con una planta en su escritorio reportan mejores indicadores de bienestar emocional; y las personas que en su habitación del hospital tienen vista a un árbol se recuperan más rápido. No hay que mudarse a los bosques del sur, con sumar algo de naturaleza ya se hace diferencia.
Tomar las riendas de la longevidad
En materia de divulgación, la temática de longevidad está al rojo vivo, lo que muestra un interés creciente por esta agenda. Los divulgadores de no ficción se colocan al tope de las listas de libros más vendidos y consumo de podcast, como David Sinclair, Andrew Huberman o Peter Attia.
En este torbellino de novedades hay también espacio para las historias más alocadas. En 2023 varios medios reportaron sobre la enorme cantidad de tratamientos de vanguardia a los que se somete el emprendedor tecnológico Bryan Johnson, de 45 años, que está intentando que varios órganos de su cuerpo vuelvan a tener las características que a sus 18 años. Bloomberg informó que el empresario fue a una clínica en Dallas para hacerse una transfusión de sangre de su hijo adolescente, y a su vez a donarle él sangre a su padre. Toda esta aventura le cuesta más de dos millones de dólares al año.
Tanto Sinclair como Attia suelen aclarar que estamos lejos todavía de extender radicalmente la expectativa de vida (el momento en el cual la mitad de la gente que nació el mismo día que una persona ya falleció), sino que el objetivo es prolongar el período de vida saludable.
Aunque el récord de longevidad lo tiene una ciudadana francesa que falleció a los 122 años, en este momento la persona más longeva del planeta tiene 116 años. En la Argentina estamos estancados, cuando décadas atrás teníamos la mayor expectativa de vida de América Latina. Tomar las riendas del proceso de longevidad tal vez no sea mala idea.
Aprovechar la matemática a favor
Cada vez es mayor el volumen de noticias que tienen que ver con logros de personas de 70, 80, 90 años. Y buena parte de estas historias tienen que ver con el campo artístico: Mick Jagger sorprende con un baile increíble dentro de un show, Marta Minujín planea una nueva muestra única, Clint Eastwood estrena una película muy distinta a toda su filmografía, y así.
Nada de esto es casualidad. El profesor de psicología de UC Davis Dean Simonton sostuvo en un ensayo que, al final del día, “la creatividad es un juego de números”. Esto es: los resultados creativos extraordinarios están muy influidos por la cantidad de intentos que uno haga, y eso correlaciona positivamente con nuestra edad y nuestra experiencia.
Hay otra definición de creatividad que sigue el mismo patrón. En su concepción más simple y poderosa, la creatividad es la unión de puntos que nadie había unido, con un valor agregado para la sociedad o en originalidad. Esos puntos son nuestra experiencia: los libros que leímos, las películas que vimos, las relaciones que tuvimos. De nuevo: alta correlación positiva con la edad. A veces esto puede parecer contraintuitivo, porque en los medios de comunicación solemos privilegiar las historias de los “jóvenes genios creativos”: el efecto Mozart, la épica de los fundadores de Google o Facebook a los veintipico. Estas trayectorias son reales, pero más excepcionales de lo que uno podría pensar.
El académico que mejor estudió esta agenda es David Galenson, un economista que da clases en la Universidad de Chicago. Galenson se dedicó durante años a catalogar las vidas de escritores, directores de cine, poetas, escultores y todo tipo de genios creativos. Determinó en cada caso cuándo se logró el cenit creativo: la película más taquillera, el cuadro más caro, el libro más vendido. Cuando puso toda la información en un gráfico de dos ejes, la nube de puntos más densa se ubicó por encima de los 60 años.
La creatividad es, ciertamente, como decía Simonton, un juego de números. O como afirmaba Winston Churchill sobre este universo de la serendipia: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
Entregarse al hygge, como los daneses
Dinamarca y sus vecinos ricos suelen estar a la cabeza de los ránkings de felicidad y de bienestar emocional. La palabra hygge se puso de moda a mediados de la década pasada, especialmente gracias a un fenómeno editorial en Inglaterra: es estar frente a la chimenea hogareña, leyendo un libro o mirando una buena serie, con muebles de madera y luces cálidas, junto a un ser querido, tomando una copa de vino, un café o una sopa rica.
Escandinavia es un lugar también muy interesante para “adelantar la película del cambio demográfico”, porque al igual que Japón, Corea, Italia o España, tiene una población adulta muy importante. Y muchos recursos para políticas públicas e investigaciones. ¿Cómo interactúan las variables de la segunda mitad de la vida con el concepto de hygge? Aquí algunas claves para tener en cuenta. La soledad (y en particular la soledad extrema) es un factor que erosiona mucho el bienestar emocional de los 50+ de esta región. El clima frío radical en muchos meses del año ayuda poco en este sentido. La baja de felicidad por la soledad llega al 28%, según un reporte oficial danés sobre felicidad y adultez.
Los adultos muestran más resiliencia que las personas de otras edades. Tras un evento negativo (un ataque cardíaco, la muerte de una pareja), la tristeza dura un período pero luego se vuelve a un nivel promedio de bienestar emocional. No sucede lo mismo con la soledad y la depresión (de ahí es más difícil volver).
Llevar un diario sobre nosotros de aquí a 10 años
Hay una persona que, diez años antes de que ocurriera la pandemia de Covid, vislumbró el futuro con un increíble grado de detalle no una, sino dos veces. En 2008 y 2010, Jane McGonigal, experta en diseño de videojuegos, futurista y divulgadora, armó una simulación masiva, con miles de participantes, primero para el Instituto para el Futuro de Palo Alto. La segunda fue para el Banco Mundial. En ambas iniciativas se anticiparon muchas tendencias que luego se verificaron con la pandemia real.
El campo disciplinario de McGonigal, el “diseño de futuros” no es nuevo, pero creció en protagonismo en la última media década, y no por casualidad. El mundo se volvió mucho más imprevisible, con una complejidad más elevada en varios órdenes. La “varianza de la realidad” se volvió mucho más alta, como sostiene el futurólogo Matt Clifford. En su best seller sobre este tema Imaginable, McGonigal empieza dando la bienvenida “a una era de eventos inimaginables y de cambios impensados”.
Es que, sencillamente, no estamos acostumbrados a pensar sobre el futuro, afirma la autora. McGonigal participó en estudios de neurociencias donde los participantes son invitados a pensar en detalle y profundidad en su futuro a diez años, en una experiencia que se denomina Pensamiento Episódico de Futuro (EFT en sus siglas en inglés). Es un trabajo mental arduo, que involucra más áreas del cerebro de las usadas cuando pensamos en el futuro en forma más abstracta. “Es casi como ver una película en tu mente”, lo describe.
El proceso, cuando se vuelve regular, hace que se creen “memorias” que pueden ser tan sólidas como las del pasado, y que pueden ayudar a prevenir futuros traumas, además de bajar el estrés y el riesgo de depresión. Una herramienta muy útil para navegar la revolución senior en la segunda mitad de la vida es llevar un diario con nuestro imaginario a 10, 20 o 30 años. Nos ayuda a empatizar con nuestro “yo futuro” y a mejorar la calidad de vida en la adultez. Esa falta de empatía con nosotros mismos con varios años más es, también, una de las fuentes principales de prejuicios y estigmatizaciones negativas sobre la adultez.
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