El ikigai, se traduce como “la felicidad de estar siempre ocupado” y se enfoca en que cada persona pueda descubrir su verdadero propósito en la vida
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Hay personas que siempre han sabido qué quieren hacer con su vida y otras intuyen que tienen un don, un talento pero no saben exactamente cuál es: son exploradoras del ikigai. Encontrarlo hace que la vida tenga más sentido. Iki significa vida, y gai, valor o mérito. Héctor García y Francesc Miralles son dos autores españoles que relatan en su bestseller ikigai, Los secretos de Japón para una vida larga y feliz la importancia de descubrir “nuestro propósito vital en un mundo que no sabe a dónde va”.
Malena Higashi nació en Buenos Aires, pero lleva la cultura nipona en la sangre. Se formó en Letras y es una entusiasta difusora en el país de esta cultura: una auténtica filosofía de vida, llena de secretos para vivir más y mejor. Caracterizada por hábitos saludables y tradiciones milenarias entre las que se destaca la búsqueda del ikigai que podría traducirse en “la felicidad de estar siempre ocupado” y encontrar la razón de ser para tener una vida plena.
Higashi es descendiente de japoneses -tercera generación- y experta en chadō. Aprendió este arte como un juego de su abuela Emiko Arimidzu y profundizó su conocimiento en la escuela Urasenke en Kioto a la que accedió becada en 2017. “La ceremonia del té me cambió la vida; atravesé un proceso de transformación profunda”, reconoce la autora de El viento entre los pinos y amplía: “Te va moldeando y es inseparable de tu propia vida; se rige por cuatro principios: armonía, respeto, pureza y tranquilidad”.
Encontró su ikigai en la práctica de la ceremonia del té. Un ritual típico de Japón en el que un anfitrión prepara el té verde a uno o más invitados, común entre los samuráis del siglo XIII y que aún persiste hasta hoy.
Para ella, se trata de un camino de exploración hacia un desarrollo personal que puede llevar toda la vida. “Son procesos largos de aprendizaje que están muy vinculados a la filosofía zen; no es de manual”, aclara. Y destaca que la ceremonia del té le hace valorar más lo efímero: “Ese disfrute y esa energía que se vive en la práctica es fugaz; no queda grabada en ningún lado. En Japón se habla de ichi go ichi e: cada momento es único y no se vuelve a repetir”. Es necesario tomar conciencia de la singularidad de cada instante, que por lo tanto, merece la pena celebrarse. La gratitud es también uno de los pilares fundamentales del chadō que se manifiesta en todos los participantes del encuentro.
En su libro García y Miralles invitan a repensar la vida, para sentir dentro de uno lo que es realmente importante. Un ejemplo de esto fue un hecho sorprendente, conocido como La Gran Renuncia en 2021: solo en Estados Unidos, en dos meses ocho millones de personas renunciaron a sus puestos y a los consiguientes sueldos a cambio de la libertad personal.
Sentirse útil y transmitir valores
En una cultura donde el valor del equipo reemplaza al individual, los trabajadores japoneses se sienten motivados por ser útiles a los demás, recibir agradecimientos y ser estimados por los colegas. Tal es el caso de Delia Mitsui, directora del Centro Cultural Nichia Gakuin. “Mi ikigai es sentirme útil a través de mis acciones”, explica. Y asegura que da lo mejor de sí en cada cosa que realiza, fiel a los principios de la cultura japonesa: “Eso me hace sentir bien, me motiva y encuentro mi felicidad a través de la felicidad de los demás”.
Docente y escritora, destaca que en la escuela japonesa se enseñan valores como cuidar el espacio y buscar el bien común. “Los chicos cuando terminan de comer levantan sus platos y hay un encargado de limpiar la mesa; además mantienen ordenadas las aulas y al sacarse los zapatos también lo hacen de manera prolija”, destaca.
Su historia es muy inspiradora: Delia es hija de japoneses, nació en Paraguay pero vive en la Argentina desde los siete años. “Cuando era chiquita, todavía no había mucha información sobre Japón, no existía internet y recibía muchas cargadas por el hecho de tener estos rasgos”. Sentía mucho complejo y pensaba: “por qué tuve que nacer con esta cara y no igual que todos los demás”. A los 17 años, tuvo la oportunidad de hacer de traductora de un campeón olímpico japonés de vóley y se percató de que su dominio del idioma era insuficiente.
Decidió irse a estudiar a Japón donde vivió dos años muy intensos y encontró su verdadera identidad. Quedó maravillada con la organización y cultura japonesa y, con renovado orgullo de sus orígenes, tomó la decisión de volver: “Esto se lo tengo que transmitir a los chicos de la Argentina”. Fue así como se dedicó a la docencia y lleva 43 años difundiendo el idioma y la cultura.
El ikigai puede ir cambiando a lo largo de la vida. Precisamente esto le sucedió a Delia. “Cuando era joven jugaba al vóley y hacía atletismo. Sentía que tenía una habilidad y que debía esforzarme para mejorar cada vez más, eso me motivaba muchísimo. Conocí mucha gente y tuve hermosas experiencias. En ese momento el deporte era mi ikigai”, reflexiona. Luego de su estadía en Japón, su misión cambió.
El arte del ikebana
Leticia Tanoue, presidente de la Escuela Ohara de ikebana, descubrió su propósito en el arte japonés de los arreglos florales. “La vida me fue llevando a una conexión muy fuerte con la naturaleza donde encontré mi razón de ser”.
Con mucho orgullo narra sus raíces japonesas: su padre llegó con 14 años en 1930 y estableció su familia en la Argentina; su madre era hija de inmigrantes nipones.
Su casa estuvo marcada por una fuerte impronta oriental. “El ikebana formaba parte de nuestro entorno en el hogar: era una expresión cultural arraigada”, aclara.
Fue en una exposición en el Jardín Japonés donde conoció a dos profesoras discípulas de Ofelia Tsuji (fundadora en la Argentina de la escuela Ohara) que despertaron su interés por perfeccionarse en esta tradición ancestral. Viajó a Japón y obtuvo la certificación oficial en 2014 para enseñar y transmitir este conocimiento. Desde entonces, está dedicada a la práctica y enseñanza de este arte centrándose en la transmisión de su valor cultural y artístico.
Durante la pandemia compartió todos los días un arreglo floral en redes con un mensaje esperanzador para sus fieles seguidores. “El ikebana es como una lección de vida, hay que dedicarle tiempo, estudiar en profundidad y cuidarlo”, resume la especialista. También habla de una introspección: “Nos concentramos en nosotros mismos, transmitimos nuestro ánimo y tenemos que saber manejar un estado de bienestar que se refleja en la obra”.
Tanoue destaca que el concepto de ikigai abarca diversos aspectos: “Está la pasión, la vocación, la misión y la profesión”. En su caso, cuenta que, como siempre, eligió una vida muy austera, no se preocupó demasiado por el aspecto que ella llama “mercantil de la vida” aunque reconoce que en un momento hasta tuvo cuatro trabajos para poder mantener su pasión.
Queda claro que tener un propósito da satisfacción, felicidad y significado a la vida. Esa razón de ser se logra alcanzando el ikigai al fusionar lo que apasiona, aquello en lo que se destaca con facilidad, lo que el mundo necesita y lo que otros valorarían al punto de compensarlo económicamente.
¿Cómo lograrlo?
No es algo que se puede conseguir de la noche a la mañana, sino que es un proceso que se desarrolla y evoluciona con el tiempo. No obstante, los expertos destacan algunas tareas sencillas y prácticas como plasmar las pasiones en papel. Esta acción no solo ayuda a enfocarse en ellas, sino también a materializarlas fuera de la mente y a elaborar un plan más concreto. Se trata de descubrir qué es aquello que a uno le gustaría hacer siempre, esa será la pasión.
Una vez identificada, es hora de explorar cómo se puede vincular con las necesidades del mundo. La pregunta crucial es: ¿qué creés que el mundo necesita de ti? Esa será la misión.
El tercer paso consiste en anotar las ideas de cómo presentar esa “pasión” al mercado y convertirla en una fuente de ingresos. ¿Por qué te pagarían otras personas? Esta pregunta define o debería definir la profesión.
Por último, potenciar y resaltar esos talentos y dones naturales que marcan la diferencia con respecto a otras personas y constituyen la ventaja competitiva única de cada individuo. Es decir, ¿en qué te destacás y te resulta fácil realizar? Esa será la vocación.
Sin duda, encontrar el ikigai implica salir de la zona de confort y embarcarse en un proceso de autoconocimiento profundo que permite reinventarse y descubrir lo que realmente brinda plenitud y felicidad. Perseverar en la búsqueda y nunca darse por vencido. Como dijo el maestro del té por antonomasia Sen no Rikyu en el siglo XVI: “Cuando este camino deseas seguir, en tu corazón es donde encontrarás a tu propio maestro”.
Las raíces
En un trabajo de investigación sobre el ikigai, Akihiro Hasegawa, coautor y psicólogo clínico y profesor de la Universidad de Toyo Eiwa incluyó el término como parte del lenguaje cotidiano japonés.
Según Hasegawa, su origen se remonta al período Heian (794-1185). “Gai viene de la palabra kai (”conchas” en japonés, que eran consideradas muy valiosas) y de allí se derivó ikigai como una palabra que significa valor en la vida”, explicó en una entrevista con BBC.
Además existen otras palabras que usan kai: yarigai o hatarakigai, que significan el valor de hacer y el valor de trabajar. El ikigai se puede entender como un concepto amplio que incorpora estos valores en la vida.
En su investigación, Hasegawa descubrió que la gente japonesa cree que la suma de las pequeñas alegrías cotidianas resulta en una vida más plena.
La dieta de Okinawa
En esta isla al sur de Japón, el índice de muertes por problemas cardiovasculares es de los más bajos del país y la nutrición tiene un papel muy relevante en ello. Tras estudiar la alimentación de los habitantes más longevos durante 25 años, en el bestseller de los autores españoles ikigai se citan las siguientes conclusiones:
- Variedad de alimentos, sobre todo de origen vegetal.
- Comen al menos cinco platos de verdura o fruta al día.
- Los cereales son la base de la dieta.
- Apenas consumen azúcar de forma directa y, si lo hacen, es de caña.
- Utilizan casi la mitad de sal que el resto de los japoneses, 7 gramos al día comparado con la media del país que es de 12.
- Ingieren menos calorías por día: 1785 en comparación con la media de 2068 del resto de Japón.
- Incluyen 15 antioxidantes naturales casi a diario: tofu, miso, bonito, zanahorias, goya (verdura de color amarga), konbu (tipo de alga), col, nori, cebolla, brotes de soja, hechima (un tipo de pepino), habichuelas de soja, boniato, pimientos y té sanpincha.
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