La versión original de Mickey que se ve en Steamboat Willie, un cortometraje de 1928, será de dominio público
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Mi padre agarra su lápiz mecánico, de esos que se sacuden un poco para hacer que la mina baje, y hace unos trazos en forma de círculos. Estoy apoyada con los codos sobre la mesa, arrodillada sobre una silla para ver mejor y no perderme nada. Verlo dibujar fue una fascinación que comenzó en la infancia y conservé hasta sus últimos días. Era una excusa para evadirse y para entretenerme. Mi mirada se mueve de su cara a su mano y de vuelta a su cara y de nuevo a las líneas en el papel. Tres círculos perfectos, dos más pequeños y uno más grande en el centro. Agarra un marcador grueso negro y rellena toda la superficie que encierran los círculos y me mira mostrándome la figura que se formó en el papel.
“¡Mickey!”, grito entusiasmada, mientras reconozco lo que es claramente el recorte en negro de Mickey Mouse.
Mi padre, Toti, sonríe. A él le provoca la misma fascinación que a mí. En los estantes de su estudio de señor mayor tiene desplegada su colección de Mickeys: desde uno grande de unos veinte centímetros con sus emblemáticos pantalones cortos rojos con dos botones, unos enormes zapatos amarillos y guantes blancos, hasta algunos a cuerda que caminan y varias miniaturas del ratón en todo tipo de poses. Son mis favoritas porque puestas una a continuación de otra uno puede imaginarse a Mickey en movimiento. En la última está corriendo por el escritorio arrastrando un maletín.
Después recurre a un block blanco y dibuja una mano. Antes me explica que todos los dibujos animados tendrán cuatro dedos: lo dice casi como si se tratase de una ley. Me invita a confirmarlo y aún hoy suelo contarle los dedos a las criaturas animadas. Cuando termina dibujando en las esquinas de cada página del block me pide que me acerque y hace pasar las hojas rápidamente como quien mezcla un mazo de cartas. ¡Magia! La mano diminuta de cuatro dedos me saluda. Le agregó además esas clásicas comillas que denotan movimiento. Volvemos a reírnos juntos. Creo que él se alegra de que a mi corta edad haya entendido la lógica del dibujo animado y eso ya le parece una importante herencia.
Después de la medianoche del 31 de diciembre de 2023, el ratón (seguramente uno de los intangibles más valiosos del planeta) pasará a ser de dominio público. Se lee en la prensa: “Disney perderá en 2024 los derechos de autor de la versión original de Mickey Mouse”.
Pero no será el que nos viene enseguida a la mente, el de sus versiones más modernas, sino la que aparece en Steamboat Willie, un cortometraje de 1928 que tuvo un presupuesto que no llegó a los cinco mil dólares pero que hizo historia por ser el primer dibujo animado en el que música e imagen van coordinados. Ahí, vemos a un Mickey capitaneando un barco a vapor, mucho más travieso y parecido a un ratón real, pero desde siempre enamorado de Minnie, quien también aparece en el corto.
Si bien la ley estadounidense permite que los derechos de autor se mantengan durante 95 años, los expertos creen que no serán pocos los asteriscos y advertencias que se pondrán en juego a la hora de poder usarlo.
“Salió de mi mente y apareció en un block de dibujo hace veinte años, en un viaje en tren de Manhattan a Hollywood, en un momento en que la suerte empresarial de mi hermano Roy y la mía estaba en su punto más bajo y el desastre parecía estar a la vuelta de la esquina”, anotó Walt Disney en un ensayo de 1948 titulado “Lo que Mickey significa para mí”.
Después vinieron innumerables personajes, cientos de libros, films, parques temáticos y un mundo de fantasía que aún hoy parece interminable. Sin embargo, como el mismo Walt diría: “Todo comenzó con un ratón”.
Cuando murió mi padre junté pieza a pieza su colección de ratones y la coloqué en una bolsa junto a un juego de ajedrez que creo estaba incompleto. Tengo el registro de haberlo dejado todo en un depósito donde aún guardo papeles y algunas otras pertenencias. ¿O los habré regalado en mi última mudanza? No estoy segura. Lo que sí conservo en mi biblioteca y se viene conmigo donde vaya es el libro El arte de Walt Disney, que naturalmente perteneció a mi padre, y fue lo primero que me llevé cuando vacié su casa. Nuestro fanatismo fue tal que cuando tuve un hámster de mascota decidí bautizarlo apropiadamente Mickey Ham, ya que si bien no se trataba de un ratón bien podía llevar el nombre para honrarlo.
Adentro del libro encuentro recortes de diarios con noticias sobre su amado ratón que Toti fue coleccionando a través de los años, casi como un admirador de antaño lo hacía con una estrella de cine o una swiftie con cositas sobre Taylor. Reconozco su letra especificando el nombre del diario y el año. Su amor por Mickey y su admiración por el talento de Walt Disney estuvo intacta hasta el final. Es que tal vez para él, también, todo había comenzado con un ratón.
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