Derivado de la escalada, se practica en diferentes parques de Buenos Aires; requiere fuerza y coordinación muscular y se lo suele describir como una meditación activa
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El slackline (cinta floja) es un deporte basado en el equilibrio que propone permanecer en balance sobre una línea de polyester o nylon tensada entre dos puntos fijos, como árboles, columnas o fijaciones hechas en la piedra. A diferencia del funambulismo, en el que se camina sobre un cable metálico totalmente tenso, en el slackline la cinta no se tensa del todo y tiene suspensión y balanceo. Tampoco se usa ninguna herramienta para ayudarse a mantener el equilibrio, tal como varas u otros medios. Conjuga concentración, equilibrio, fuerza y coordinación muscular. Muchos lo describen como una práctica cercana a la meditación, ya que lleva a permanecer en el momento presente, aquí y ahora.
Martín Sangougnet es estudiante de la UBA, hace slack desde 2018, y actualmente dicta clases en el grupo Slackline Natural, que se reúne los sábados, de 11 a 14, cerca del Rosedal de Palermo. También practicó en otros lugares como Parque Saavedra y la costa del río, en Vicente López.
“Empecé a acompañar a un amigo que hacía, lo probé y me gustó. Si bien practiqué muchos deportes, este es el que más me motivó. Como todo, no es algo que se aprende de un día para otro, pero cualquier persona lo puede desarrollar. Lo que más me gusta es fluir con la cinta y mantenerme lo más posible caminando y concentrándome en la respiración. Es una meditación activa”, asegura Martín, que practica esta actividad en sus diferentes modalidades: highline (en altura), longline (línea larga); rodeo cinta corta sin tensión (una parábola) y trickline (con trucos).
Controlar la respiración
Mantener el equilibrio requiere control del cuerpo y la respiración, y sobre todo evitar estar en tensión arriba de la cuerda. Involucra el cuerpo en su totalidad, y volver a subirse a la cinta después de cada caída es el gran desafío.
“El slack me motiva a desafiarme constantemente. No se trata de competir con los demás, sino con uno mismo. Si un día algo no va, puede ser porque no se está bien o no se está presente en el momento. Todo lo que te esté pasando, la cinta te lo va a devolver. Es buenísimo, porque te hace dar cuenta de un montón de cosas. Por ahí te estresás ante determinada situación, y está en vos parar y respirar profundo, para ver por dónde volver a arrancar. Cuando uno encara la cinta, puede ir y tenerla clara, y al otro día estar un poco más indeciso y se le complica más”, explica Martín. Esto sucede muchísimo, principalmente en lo que es la altura, pero también a nivel del piso.
Samael Nubile tiene 29 años, comenzó a practicar slackline en 2014 en Boulder, un muro de escalada donde había una línea slack, y nunca más paró. “Empecé a subirme para jugar, me motivó tanto que dejé de hacer escalada y me sumergí en este mundo. Durante los primeros cinco años me manejé de forma independiente. Compré un equipo, iba al parque por mi cuenta, veía videos en Youtube. Así conocí a los chicos del Club de Slack (hoy fuera de funcionamiento), y ahí comencé a dedicarme de lleno”, cuenta Samael, que por estos días se junta a practicar con diferentes grupos en Parque Avellaneda o en el Parque República del Ecuador, de Palermo.
También dice que lo que más lo motivó de la actividad es el desafío de autosuperación, la idea de que cada caída es un aprendizaje, así como la pertenencia a un grupo: “La comunidad del slackline es hermosa. Cuando vas al parque podés encontrarte con el más titán de los titanes y también al que recién está arrancando y no se hace distinción. No hay competencia. También siento que es una meditación activa. Medito cotidianamente y subirme a la cinta me permite hacerlo activamente, conectar con el cuerpo y con la mente. Además, me motiva mucho el contacto con la naturaleza”.
En la Argentina no existe ningún slackpark o parque acondicionado especialmente para la práctica de este deporte. Por esa razón, suele realizarse en ambientes naturales como parques, playas o jardines, ya que es muy simple de instalar y solo se requiere de árboles o puntos fijos donde asegurar las cintas. En cualquier caso, todos coinciden, en que es un programa muy entretenido para hacer en grupo.
En algunas de sus modalidades más extremas, como el highline, el slack es un deporte de riesgo y el equipo debe ser usado con cuidado y mantenerse en buen estado.
“La práctica del slack abarca también varias cosas a tener en cuenta respecto de la seguridad, sobre todo si se practica en altura, en cuanto a los nudos, tipos de cuerdas, manejo de arnés, casco, equipos de escalada, que requiere gran cantidad de estudio y trabajo, ya que es un deporte que está en continua actualización. Un equipo básico tiene un valor de 100 mil pesos en adelante, dependiendo de la marca y el tipo de cinta, y cubren una distancia de 15 metros”, explica Martín.
Por lo pronto, en Buenos Aires hay algunas comunidades de slackline consolidadas, como La Plata Slack (@laplataslack), que entrenan en diferentes parques de la ciudad; West Side Slack (@westsideslack), un grupo de Zona Oeste que se junta en El Floreal de Haedo, y algunas comunidades autoconvocadas que se reúnen en Palermo o el Parque Avellaneda. Entre todas, hace 8 meses crearon la Asociación de Slackline y Deportes de Equilibrismo de Buenos Aires. También se practica en diferentes spots del país, principalmente en las provincia de Córdoba, Mendoza, San Luis y Entre Ríos, Neuquén, Chubut y Santa Cruz.
A gran altura
Su origen se atribuye a dos escaladores del valle de Yosemite, en California, Adán Grosowsky y Jeff Ellington, que a principios de la década de 1980 empezaron a caminar sobre cadenas flojas y cables en estacionamientos. Luego sumaron sus equipos de escalada para armar líneas y caminar sobre ellas. Así nació este deporte que, en poco tiempo, se expandió por todo el mundo.
Como la cinta es ligeramente elástica, los atletas pueden, además de mantener el equilibrio y caminar, hacer trucos impresionantes como saltos y flips (trickline). Incluso se pueden realizar posturas de yoga (yoga slackline) y poner en práctica otras modalidades como el highline, que consiste en caminar en una altura considerable sobre el suelo o el agua; el longline, para caminar largas extensiones, hasta cientos de metros o el waterline, que se practica sobre ríos o lagos. Para los más avanzados, existe la posibilidad de fusionar todos los estilos y hacer trucos en cintas largas o en altura.
El free es una variante del highline, pero mucho más riesgosa. El deportista recorre la línea sin correa de seguridad. Uno de los atletas que lo practicó fue el norteamericano Dean Potter, que murió en un accidente al practicar base, es decir, saltando con un traje especial de wingsuit y paracaídas desde un pico del Parque Nacional Yosemite. Potter es considerado el iniciador del highline en la Argentina a partir de algunas prácticas que realizó en El Chaltén años atrás.
En Youtube, también se pueden ver videos del californiano Andy Lewis, caminando por líneas de cientos de metros, o del suizo Julian Mittermaier que, en 2014, con 21 años, batió un récord al subirse a una cinta de 224 metros de largo y a 200 metros de altura, en la presa de Mauvoisin, en Suiza.
La película En la cuerda floja, que se estrenó en 2015, y el documental Man On Wire, de 2008 y ganadora de un Oscar, son referencias para los highliners. Cuentan la historia de Philippe Petit, el funambulista francés que unió las Torres Gemelas en 1974 al caminar por un cable, aunque a diferencia del slack, lo hizo sobre un cable de acero valiéndose de una barra que actúa como centro de gravedad.