Agostina Bisio, creadora de una comunidad por la que pasaron más de 90 mil mujeres y que logra cambios reales, ideó un método que le permitió dejar el sobrepeso
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Cumplía años y una amiga le regaló una camisa celeste para que la luciera esa noche en su festejo. Pero cuando se la probó, le quedaba chica. Agostina Bisio, que en ese momento vivía en Villa del Parque, estaba casada y aún no tenía hijos, pasó todo el día recorriendo locales hasta que finalmente encontró la misma camisa dos talles más grande: XXL. “No podía creer que me había pasado el día de mi cumpleaños perdiendo el tiempo así”, relata Agostina que vivió 30 años con sobrepeso.
Cuenta que probó todas las dietas posibles. Llegó a pesar 94 kilos. Sufrió bullying. Tuvo dolores de cuerpo. De articulaciones. Presión alta. En una reunión de amigas, rompió una silla. Hasta que logró, de manera constante, no solo regular su peso sino una calidad de vida sana. Quienes la seguían en su cuenta de IG, donde mostraba su amor por los perros, le preguntaron qué había hecho para lograrlo. Y así, en plena pandemia, hizo un vivo improvisado donde contó su experiencia. La escucharon 150 mujeres.
Hoy, tiene 37 años, una hija de pocos meses y desde la cuenta Proyecto Sirenas lleva más de 34 talleres donde motiva a un cambio en la calidad de vida. Más de 90.000 mujeres hicieron su taller. Al último, se sumaron 21.000 de las cuales 3000 lo hicieron por primera vez. Pronto lanzará una aplicación que concentrará toda la información que brinda en las redes sociales. Agostina pone el centro de atención en su historia, en su cambio y se rodea de expertos (nutricionistas, psicólogos, cardiólogos) que aportan el contenido profesional. Dice que la vitamina más importante es la N, la de decir que no. “Mi objetivo es que hagan un cambio en su estructura mental. No es fácil. Yo hablo desde mí, desde lo que me pasó. Desde lo que me dolió”, sintetiza.
–Decís que tuviste sobrepeso durante mucho tiempo. ¿Cómo era tu vida?
–El sobrepeso me marcó en cada etapa de mi vida. Y nunca estuve amigada con la idea de estar en ese estado. Intentaba hacer algo por cambiarlo y no me salía o lo abandonaba. Con el tiempo, y a partir de los 18 años, cuando me casé, hice una escalada a un peso bastante alto y llegué a 94 kilos. Me estabilicé con subidas y bajadas, que es un poco la historia de los que atravesamos este tema. Bajaba quince, subía veinte. Y así todo el tiempo.
–¿Qué fue lo que cambió después?
–A los 29 años empecé a sentir dolores articulares, migrañas, arritmia, triglicéridos altos, hígado graso, hipotiroidismo. Vivía mal. Era joven para quedarme dura en una habitación, para no poder levantarme de la cama. Y fue mucho más allá de lo físico, fue una sensación interna de: “Quiero dejar que esto sea un tema en mi cabeza que me modifica el estado de ánimo, la vida”. Fui a una clínica, de las tantas que probé, y comprendí que lo que más me ayudaba era el cafecito que hacía con el grupo. Esa charla, el apoyo. Eso me marcó. Y empecé un proceso de descenso en donde corté con alimentos adictivos. Y me preocupé y me ocupé en decir: “Tengo que cambiar para mí, para sentirme mejor y para sacarme este tema de la cabeza. Antes bajaba para ir a comer un viernes afuera o para irme de viaje. Era para algo externo.
–Armaste un método para vos que después lo profesionalizaste. ¿Cuál es la clave por el que se suman tantas mujeres?
–Cuando uno empieza a hacer estos procesos, se siente mejor y, al sentirte mejor, coqueteás de nuevo con ciertas cosas que te hacían mal. Y así arranca lo que yo llamo la mancha de humedad, una mancha que crece de a poquito. Entonces decidí hacer un proceso donde no me iba a tender una trampa a mí misma. Me es más fácil abstenerme que detenerme, dije, porque siempre que intento hacer eso no me sale. Me puse metas internas, consignas, desafíos diarios que, años después, cuando bajo Sirenas a la a la comunidad, refiero todas estas cosas que hice. Sabía que yo era mi peor enemiga, entonces tenía que tenderme una red de contención y me hacía cositas todos los días que me ayudaban. Me tracé un camino: comer real, cuatro comidas, tomar agua, hacer ejercicio, le puse un moño a eso y lo llevé para el lado de que se explique profesionalmente, de forma científica, con asidero. Y así arrancó.
–Debés recibir muchas críticas por esto.
–Al principio fue muy difícil. Pero yo hablo desde lo que yo viví. No quiere decir que una mujer con 40 kilos extra sufra las mismas cosas que pasé. Esta es mi historia y le interpelará a aquella mujer que sienta, escuche y diga: “A mí me pasa eso”. Otra, quizá dice: “A mí no me pasa”. Pero acá la cuestión es, ¿realmente no te pasa? Durante mucho tiempo intenté comerme esa película. Hay una fina línea entre la sobreadaptación y la mentira: ¿digo que me acepto porque realmente me quiero así o digo que me acepto porque no puedo con este tema? Yo me atreví a meterme ahí y a bancarme las balas que vengan, porque sé lo que es sobreadaptarse, sentirse mal y lo que es sentirse bien. Me animé a decir: “Yo estuve mal y estar bien está buenísimo”. Yo le hablo a la gente que necesita escuchar. Merecemos saber cómo se vive sin esa incomodidad.
–¿Hay un autoengaño en esa aceptación?
–Uno se acostumbra a vivir con una careta. Te preguntan: ¿estás bien? Sí, estoy bien, pero en el fondo no estoy bien. ¿Te sentís bien? Sí, sí, me siento bien. Capaz que me quedé sin aire corriendo un bondi y no te lo digo. En la diaria, hay muchas cosas que las normalizás y las callás; las callás con comida y se van transformando en una forma de vivir en la que tu cabeza se acostumbra a perder algo de lo genuino que tiene uno. Por eso es tan importante el descubrirse, porque dejás de perder tiempo en disimular. Las personas que tenemos sobrepeso muchas veces tenemos depresiones, no queremos salir de nuestra casa, nos sentimos mal físicamente y eso nos repercute socialmente. Y yo digo todo lo que pasé.
–¿Qué simbolizaba para vos la comida?
–Simbolizaba sacarme la angustia, el estrés, darme esa dopamina que necesito porque en otros lados quizá no la tengo, porque no la he construido, porque el estrés lo tapa, porque no he sabido buscarla. Hay algo que tapa la comida, que no estás pudiendo ver, porque no sabías instrumentar que hay otras gratificaciones: en los afectos, en los vínculos, en el deporte, en el buscar estar desestresados. En querer vivir mejor.
–Tener la oportunidad de cambio.
–Totalmente. Y por eso hablo mucho de la epigenética. Si yo escucho que el vox populi es “porque yo genéticamente soy así”, no me están dando la oportunidad de que pueda hacer un cambio. Me están sentenciando. Yo estoy convencida de que esa persona, con el apoyo suficiente, puede cambiar. Buscar herramientas es ponerle foco a todo lo que comprende esto. ¿Tengo que ir a los médicos? Voy a los médicos. ¿Tengo que hacer terapia? Hago terapia ¿Tengo que ir al gimnasio? Voy al gimnasio. Es dejar de tapar y empezar a conocerse.
–¿Tenías el mandato de ser flaca? ¿Lo veías como una exigencia social?
–Yo siempre estuve en grupos de amigos en donde me sentía a gusto y más allá del bullying que uno pueda sufrir, no tenía el mandato de ser de determinada manera. Lo mío siempre fue una incomodidad interna. Lo que me llamaba la atención era cómo vivía una persona sin tener el tema del sobrepeso en la cabeza, cómo era crecer en un estado emocional que no esté todo el tiempo buscando un cambio. Nunca tuve una mamá que me diga ¡Bajá de peso! No era un tema familiar. Pero sí me pasaba a mí que yo me decía: “Qué lindo debe ser ir a bailar y no tener miedo a que te digan una barbaridad”.
–¿Sufriste mucho bullying?
–Sí, mucho. Me gritaban todo lo que te puedas imaginar. La gente es muy hiriente. Siempre cuento la anécdota de un remisero: fuimos a bailar con mis amigos, yo estaba sentada adelante y me dijo: “Sos gorda, eh”. Solamente eso. Me marcó para toda la vida. Yo era la simpática o la que es linda de cara, pero a la que le falta cuerpo. Al principio, no lo veía como un problema, pero cuando fui creciendo, fue un tema fuerte.
–Una inseguridad constante.
–Todo el tiempo. Yo espero y estimo que hoy no pase tanto eso. El bullying constante te marca. Aunque tengas seguridad y trabajes mucho en vos, los insultos te marcan. Te meten para adentro. Si un remisero te habla así, no querés volver a tomar un remís y si un chico se te rió en un bar, después le vas por el costado a los grupos de chicos. Cuando bajé de peso, un día fui a un boliche y estaba esperando que alguien me insulte. Porque me había quedado esa marca, esa herida.
–Hoy hay mayor aceptación social. ¿Sentís que quizás en esta época no hubieras sufrido tanto?
–Cuando este tema te hace mal, no importa en qué época vivís. Te pueden decir que es sano tener sobrepeso porque es aceptarte tal como sos, pero si vos te sentís mal, te sentís mal. Me dicen que salud mental es aceptarse. Bueno, salud mental también es desafiarse, es que si tenés un tema recurrente en la cabeza, puedas alivianar esa carga, que te pongas un proyecto y cumplas una meta. Hay muchas personas que no solamente salen de la obesidad, sino que cuando hacen el cambio generan situaciones en su vida que son contrapuestas. Escalan montañas, corren maratones, viven mucho más felices. Logran que el cuerpo sea puente para lograr otras cosas.
–Tu mensaje suele ser de exigencia, de que es un proceso largo y que hay que estar preparado para iniciarlo.
–Sí y me parece que eso tiene que ver con la forma en la que estamos viviendo, que es todo ya, gratificación ya. No tolero la frustración, lo saco; estoy atravesando un proceso que me incomoda, lo saco. Lo primero que yo digo es que bajar de peso es difícil, hacer un proceso de cambio de hábitos es difícil, entrar al gimnasio es difícil. No te anotes si no estás dispuesta a atravesarlo. Venimos bombardeados de metodologías que nos intentan convencer de que todo tiene que ser fácil, rápido y no tiene que costar. ¿Pero cómo sin esfuerzo? No hay vida sin esfuerzo. Lo más lindo de la vida te espera después de atravesar esos procesos que, obviamente, son difíciles, porque no tienen una recompensa ya.
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