En un mundo abarrotado de palabras y ruidos, el silencio irrumpe y nos confronta. Cada vez más personas se adentran en la práctica de algún tipo de meditación, ejercicios de contemplación o silencio. ¿Qué buscan? ¿Qué encuentran?
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El silencio nos conforma. Así como en una melodía los silencios son tan importantes como los sonidos, éste nos constituye, nos atraviesa y envuelve.
El silencio es mucho más que la ausencia de sonidos: es un espacio, un sitio, un escenario siempre listo para que la palabra sea dicha. Pero no cualquier palabra, sino aquella que crea, que recrea y que construye.
La escucha, quietud y contemplación, parecen acciones tan ajenas a nuestro tiempo y sin embargo son tan humanas y necesarias. Aparecen cuando dejamos hablar a otras formas de relacionarnos evitando la palabra.
Así como los antiguos griegos practicaban el ocio como camino hacia la creatividad, el silencio es una herramienta fundamental para el autoconocimiento y para ser más felices. Una perlita que nos permite conocernos, encontrarnos con el otro, y lograr la plenitud en comunidad, en medio de nuestra cotidianeidad.
La práctica del silencio consiste en el hábito diario de parar 20 minutos. En ese período de tiempo silenciamos las tres dimensiones de nuestro yo: el cuerpo en la quietud, la mente al tratar de no engancharse con los pensamientos y dejarlos pasar y nuestro interior, ese lugar al que algunos llaman alma y otros corazón o espíritu. Y ¿cómo se logra esto? Simplemente, tomando la decisión de parar. La receta: elegir un rincón en nuestra casa es clave para acomodarse, respirar profundamente y conectarse con uno mismo.
Este ejercicio espiritual tan sencillo, va ahondando en cada uno y los frutos son inmediatos: nos sentimos más calmos, más perceptivos e intuitivos. Nuestra mente se aclara, van cayendo velos, comenzamos a conocernos y a hacernos cargo de nuestra responsabilidad en este mundo de sanar y tratar de ser felices. Porque la práctica del silencio no es un camino de rosas, acaso ¿alguno lo es? Con el ejercicio diario de parar y mirarnos, nos conoceremos en profundidad pero esto implica también enfrentarnos a nuestras heridas, nuestros miedos y nuestras sombras, aquello que no nos gusta de nosotros.
Un día, con la práctica diaria del silencio, ese espejo en el que nos miramos se transforma en puerta. Primero, nos asomamos temerosos pero luego extasiados y llenos de entusiasmo ante el maravilloso mundo interior que nos habita, que somos. Ese día descubrimos que estamos despertando ¿a qué? A la vida! Y emprendemos la aventura de caminar hacia lo mas profundo de nuestro ser.
La autora es ingeniera civil. acompañante espiritual y autora del libro “El Silencio, historia de una búsqueda”
@marianadelsilencio
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