La historia de una despachante de aduana que dejó todo y optó por seguir su pasión; necesitaba un cambio produndo y conectarse con la naturaleza
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A sus 34 años dejó todo y salió en busca de concretar su pasión. “Empecé a sentir una insatisfacción gigantesca a la que no le podía poner nombre. El vacío me invadía. Dejé el trabajo que tenía, no soportaba seguir en una oficina, necesitaba el contacto con la naturaleza”, revela Soledad Louzao, de 49 años.
Ella es un ejemplo de vida para aquellos que no se animan seguir sus sueños. “Aprendí a no avergonzarme de esa Soledad que estaba en un proceso de profundo cambio, me ayudó mucho la mirada de mi hija, que no me juzgaba y que me impulsaba. A la gente le parecía una locura y a ella fantástico, era a la única a quien escuchaba”, recuerda Louzao que hoy vive de lo que la apasiona: el contacto con el agua.
Reminiscencia
Desde pequeña supo que tenía una conexión especial con el agua: en su niñez solía frustrarse y tener muchos berrinches; en esas ocasiones lo único que la calmaba era llenar de agua la bañadera y meterse adentro. También tiene recuerdos de cuando viajaba con su familia a la costa argentina y que apenas se metía en el mar, se quedaba horas y horas allí. “No me podían sacar”, recuerda.
¿Es esta pasión algo hereditario? Según Louzao, no. “Mi familia nunca detectó esto que me pasaba, solo sabían que me gustaba la música y los idiomas. Lo que me pasaba con el agua nunca lo vieron venir. Incluso, no tengo ningún familiar que le guste nadar”, afirma.
Uno de los momentos más especiales que vivió en el agua fue cuando en los 90′ viajó con su ex marido de luna de miel a las Islas Maldivas. Allí hizo buceo por primera vez en su vida y esta experiencia le “voló la cabeza”. “Le pude poner nombre a las sensaciones que me pasaban con el agua, el por qué me enloquecía ir a la playa, estar en el mar, hacer deportes acuáticos”, destaca.
Pero esa experiencia fue solo un puntapié. Pasaron los años y Louzao tuvo a su hija Esmeralda, seguía casada y trabajaba como despachante de aduana en su propio estudio. En palabras de ella, su vida “era demasiado convencional y tenía una sensación de vacío absoluto”. A medida que avanzaba ese malestar no lograba orientarse sobre qué hacer para sentirse plena y ser feliz.
El momento de epifanía
Al tiempo se separó, dejó su trabajo de toda la vida y con Esmeralda ya casi mayor de edad decidió empezar un proceso de profundo cambio. “Empecé a armar mi camino pero al principio me costó, arrancaba trabajos y me daba cuenta de que al tiempo me dejaban de gustar. En una época me puse una bicicletería, en otra una escuela de buceo, pero al ser en Buenos Aires no era lo mismo que enseñar en el mar”, dice.
A la par de los miedos que le iban surgiendo por estos cambios en su vida hasta ese entonces “convencional”, Louzao empezó a viajar. Solo quería estar bajo el mar. Buceó en el Mar Rojo, Tailandia, Honduras, Costa Rica y muchos más lugares idílicos, pero su destino favorito sigue siendo las Islas Galápagos; allí nadó cerca de tortugas, iguanas, lobos marinos y tiburones.
No todo era color de rosas, dice Soledad: “los que me rodeaban pensaban que yo ya estaba grande, que no estaba para probar estas cosas. Hay un prejuicio instalado de que para hacer cosas así tenés que tener menos de 30 años. Me di cuenta que está bueno deconstruir este mito de la edad y lo que se supone que podés hacer con tu vida en cierto momento”, aconseja.
“Yo vivía mal, me pasaban los días sin pena ni gloria, por eso cuando me decidí a dejarlo todo y apostar por esto estaba muy segura”, enfatiza.
No volvió a tener pareja desde ese entonces, para Soledad el agua es el complemento del amor. “Me sumerjo y me siento enamorada. Es una sensación física inexplicable, es lo mismo que me pasaba cuando me enamoraba de algún hombre y desde que hice este cambió no lo volví a sentir por una persona”, cuenta.
Tuvo momentos de mucho miedo y de incertidumbre por los cambios que estaba haciendo, pero que hoy no se arrepiente. “Solo me importa lo que pasa hoy, no pienso en el mañana”, afirma. Ahora hace un tiempo que llegó a la ciudad de Buzios en Brasil, se instaló temporalmente allí y consiguió trabajo como instructora en una escuela de buceo.
Su nueva vida
Según Louzao, es un constante aprendizaje, todavía está incorporando el portugués, la cultura brasilera y otros desafíos más. Enseña a principiantes y turistas a descubrir la magia del mar y con otros grupos más avanzados bucean en las profundidades del agua, cerca de arrecifes, corales y peces.
Cuenta que en su vida diaria se encuentra con tortugas o peces en situaciones diversas, “hace poco ayudé a una tortuga que estaba atrapada en una red de pesca, hacer eso me da propósito siento que hice algo importante”, confiesa. Le fascina ese contacto con la naturaleza aunque aclara que no es siempre bonita. “La naturaleza es muy cruda y abajo del agua pasan muchas cosas, animales que se comen entre ellos y corrientes fuertes. El mar pone su rigor y se hace respetar, esa conexión con el planeta me hace sentir viva”, remata Soledad.
Respecto del buceo, Louzao recomienda tener en cuenta lo siguiente:
- Es una actividad de confianza, cuenta con profesionales entrenados y con equipos seguros
- La utilización de los equipos es simple y la metodología también
- Lo principal es tener ganas de hacerlo
- Al momento de acercarse al océano hay que intentar ser respetuoso y agradecido de que el mar te reciba
- Pueden bucear chicos de hasta 8 años, “mientras estés sano físicamente y no tengas un problema de salud que te lo impida no hay límite de edad”
La historia de Soledad es inspiradora: cortó los hilos que la ataban a su “otra vida”, se transformó y hoy es un 100% más feliz que hace diez años. Pudo llenar ese vacío que sentía y vive de lo que la apasiona. “Salgo del agua y siento que fue un día ganado. No estoy apegada a los sitios porque eso te retiene, quizá en un momento encuentre un lugar en el que me quiera quedar, pero por ahora quiero seguir conociendo la inmensidad del mar”, concluye.
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