Al revisar diferentes ideas sobre el sentido que tiene la plata en la vida diaria, nos damos cuenta que es posible cambiar nuestra vinculación con los recursos materiales y su impacto en nuestro bienestar
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Cuando decimos frases como “voy más rápido, quiero ahorrar tiempo”, o “esto es una pérdida de tiempo”, estamos naturalizando que nuestra vida se reduce al dinero. Son representaciones de un modelo de vida que cree que el “tiempo es dinero”. Suponen que experimentar el transcurrir del tiempo es lo mismo que nos pasa con el dinero. Cristalizan que los hábitos diarios se reduzcan a vivir consumiendo, ahorrando, gastando o invirtiendo. Como si nuestra salud fuera un recurso más a gestionar.
Al revisar diferentes ideas sobre el sentido que tiene el dinero en nuestra vida diaria, comprendemos que es posible cambiar nuestra vinculación con los recursos materiales y su impacto en nuestro bienestar. Como bien lo explica la socióloga argentina Viviana Zelizer, en su libro El significado social del dinero: no existe un dinero único, uniforme y generalizado, sino múltiples clases de dinero, ya que la gente marca el dinero (lo separa, lo diferencia, lo personaliza), para diferentes interacciones sociales.
El dinero para pagar el alquiler no es el mismo que se usa para comprar comida. Algunos lo separan físicamente: en el colchón, en el cajón del ropero, en una caja fuerte. Otros lo hacen virtualmente, utilizando diferentes cajas bancarias, comprando bonos, acciones o dólares. También lo marcan simbólicamente, dependiendo su origen, si fue una herencia, un regalo, un sueldo, un premio, un soborno, un robo.
Si pensamos al dinero como uno de los lenguajes de nuestra organización cotidiana, vemos que influye en cómo nos comunicamos y cómo convivimos. El dinero nos fuerza, en cada acción de intercambio que hacemos, a poner en valor el presente, ese regalo que la vida nos da a cada instante y que nombramos como “tiempo”.
En antropología llamamos a los intercambios como “don”, un hecho social que se produce al dar algo a alguien y que genera un vínculo recíproco que supone esperar del otro un contra-don. Los dones circulan con la certeza de que serán devueltos y tienen como seguridad la virtud de la cosa dada.
Pensemos ejemplos de nuestra cotidianidad. ¿Por qué llevamos regalos a los cumpleaños, una botella de vino o el postre cuando nos invitan a cenar? Vamos a visitar a un amigo a la casa y pasamos por la panadería para llegar con facturas. El vino, el postre, las facturas son el contra-don que nos obligamos a cumplir por haber sido invitados a compartir un agasajo, una comida, una tarde.
El don que recibimos es una invitación desinteresada para que podamos compartir el devenir juntos. El don es un regalo, que implícitamente conlleva, regalar algo al otro. Recordarán quienes hayan visto la película Kung fu panda la escena en la que el maestro tortugo le explica al panda: “La vida es un regalo, por esto se lo llama presente”. Otra bella y simple forma de expresar el valor del presente sin reducirlo a una cantidad de dinero.
El valor de una actividad
El impacto silencioso del dinero en nuestra salud ocurre cuando creemos que si el dinero es un dispositivo de valorización, el tiempo también lo es. Aquí tenemos una de las grandes trampas del modelo “el tiempo es dinero”. El valor que asignamos a una actividad siempre va a ocurrir en el tiempo, es inevitable, pero esto no implica que su valor dependa de ese proceso. El valor tiene sentido en tanto proceso que se da en el tiempo y dependiendo de un contexto cultural. Lo mismo aplica al descanso. Cuando nos exigimos a ser más productivos y dejamos de lado la vitalidad de descansar llegamos a este extremo: ¿necesitamos dinero para dormir? ¿Cual es la condición básica para dormir? No tener hambre, no tener dolencias, que el cuerpo pueda reposar. El dinero puede condicionar todo eso en una expresión mínima, en la comida del día, en la cama, pero no es condición determinante.
Entonces, la lógica del dormir poco para transformar las horas en billetes nos encierra en un esquema sin salida: si no percibo los riesgos para mi salud, naturalizo que es así, que no tiene otro modo de ser. Y así, se termina durmiendo en cubículos para no estar lejos del atractor de dinero, como ocurre en Hong Kong, donde miles de personas viven en casas ataúd que miden menos de dos metros cuadrados.
Considerar el dinero como un recurso que ordena nuestra organización del devenir nos da seguridad para sentir que tenemos el control sobre nuestras acciones diarias. Creemos tener el control de nuestras vidas si tenemos dinero. Creemos que tener dinero es tener tiempo, entonces tratamos a nuestro cuerpo y a nuestra salud como un recurso más. Cuidemos cómo nos vinculamos con el dinero, cuidemos nuestra vinculación con el valor que le damos a ese regalo invaluable que es nuestro devenir.
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