Qué hacer para que los pensamientos negativos no lleven a vivir en estado de peligro; qué camino seguir para encontrar esperanza en el caos
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Lo primero que suelen pensar las personas que viven con altos niveles de estrés es: “Vos decís eso porque no te pasa todo lo que te pasa a mí”. Y sentirse así de incomprendidos, justificando su posición, es gran parte del problema. Cuando se convencen de que la única manera de vivir lo que les está pasando es con un intenso malestar están dinamitando las alternativas desde adentro. Esa implosión puede derribar hasta a los más fuertes.
La coyuntura social y económica no ayuda en nada a tener una mirada mejor. Lo sabemos. El asunto es si a los pies del árbol lúgubre de la coyuntura vamos a dejar nuestra salud y nuestro bienestar. En suma, si vale entregarle nuestra vida a la coyuntura.
Una de las formas que tiene nuestro cerebro de funcionar es la de trabajar en piloto automático. Cuando está en ese modo, no somos muy conscientes de lo que respondemos, pensamos o sentimos. Simplemente nos dejamos llevar por los programas que están instalados allí y que son una consecuencia de nuestra crianza, educación y experiencias previas. Y en piloto automático, los circuitos defensivos del estrés, de lucha o huída tienen más preponderancia que el resto. Esto es así, ya que si hay algo que amenaza nuestra vida es más importante que comer, dormir o reproducirse. Ahora, el problema del estrés en el siglo XXI es que respondemos como si fuera de vida o muerte y se activan todos estos mecanismos del estrés cuando, en verdad, las situaciones no son de vida o muerte. Muchas situaciones son importantes, pero no de vida o muerte. Si nos vamos dejando llevar, vamos quedando atrapados en esa película de terror que nos va contando nuestro cerebro. Podríamos decir que si no hacemos nada para generar bienestar, nosotros vamos a caer en la rutina cerebral del estrés, la ansiedad y otros estados insalubres. De modo que para desplegar alegría y plenitud tenemos que trabajar, sino, nos come la negatividad.
Su principal tarea es la de acomodar la fisiología y la función de todos los órganos a lo que está pasando afuera. Por eso, si se acerca el momento de almorzar y olemos la comida, el estómago segrega jugos gástricos. Cuando llega la noche nos da sueño, y también puede elevarse la presión y la frecuencia cardíaca cuando hay algún peligro, sea real o imaginario. Así funcionan los automatismos en nuestro cerebro.
Ahora, lo que nos vuelve humanos y nos diferencia de otros primates (en algunos casos) o mamíferos es la neocorteza cerebral. Esta neocorteza nos da la capacidad de hacer muchas más asociaciones y así aprender más. También nos da la capacidad de proyectar o de recordar con lujo de detalles, pero sobre todo, nos da la capacidad de tener autoconsciencia.
Como seres humanos conscientes y pensantes entonces no estamos condenados a vivir en la historia de peligro y supervivencia que nos cuenta en automático nuestro cerebro. Podemos elegir cómo ver las cosas y no dejarnos atrapar por la negatividad.
El storytelling de lo que nos contamos puede estimularnos o perturbarnos. Cuando nos habitan y alimentamos fantasmas producimos un refuerzo de esas sombras. Cuanto más alimentadas están, son más robustas. Ellas están más erguidas y nosotros, de rodillas.
Las narraciones que tejemos en un sinfín de conversaciones pueden contaminar nuestra porción de alegría y hacernos sentir que habitamos el sinsentido. La queja sólo amplifica este mecanismo insalubre. E insalubre aquí no es un adjetivo al azar. Es casi un diagnóstico. Esos pensamientos negativos son poderosísimos y performativos. Lo que enuncian, lo realizan. Producen enfermedad en la medida que nos van envolviendo en una química negativa. La acertadamente llamada “mala sangre”.
No se trata de negar lo que pasa o de ponerle “pensamientos positivos” a una situación difícil. Aquí no hay que espolvorear con purpurina artificial nuestra vida. De poco serviría. Tampoco hay que seguir las cinco recetas del anteúltimo gurú con sonrisa blanca que susurra soluciones fáciles preformateadas.
Se trata de saber preservarnos de la oscura negatividad que se contagia más rápido que el Covid-19 y que se lleva más víctimas silenciosamente. Cuando dormimos y un sueño es feo, lo llamamos pesadilla. Nuestros sueños feos despiertos, con total conciencia, son una pesadilla para nuestro cuerpo y nuestra espiritualidad. Darle de comer a esas pesadillas con horas de noticias urticantes y redes sociales que destilan dióxido de carbono es una estrategia condenada al dolor.
Porque si bien existe la expresión: “estar muerto de miedo”, ningún médico escribe: “Marta murió de miedo o de desesperanza”. Puede usted estar seguro que millones se despiden así.
¿Qué podemos hacer?
No hay recetas mágicas. Aprendimos esto de un hombre muy sabio. Primero hay que parar. Después mirarnos, ver cómo estamos interpretando la realidad y preguntarnos si esta forma de interpretar nos hace bien. No se trata de intentar seguir teniendo razón. Se trata de encontrar sentidos de felicidad.
Si nuestra interpretación nos conecta con la vida, luego podemos ir jugando con nuestra mirada. Cuando sentimos que emerge la gratitud o el sentido, avanzamos afianzados por ello.
Si simplemente estás convencido de que todo está mal, un mar de indignación y amargura te va a contaminar la mente, el cuerpo y el corazón.
Tenemos muchas personas que lograron salir adelante de las peores catástrofes humanitarias. Victor Frankl, Nelson Mandela, Boris Cyrulnik, Edith Eger, todos supieron encontrar un significado alentador a pesar de lo que les pasaba. Y así descubrieron algo más. La esperanza los mantenía vivos.
Aprendieron y enseñaron que si te enfocás en lo negativo, las sombras pueden destruirte y terminar con vos. Y el premio fue que, a pesar de todo, pudieron vivir una vida plena.
Hay cosas que van a seguir pasando, y hay mucho que no podemos cambiar. Pero la forma en que respondemos es algo en lo que podemos trabajar para liberarnos y vivir una vida plena, independientemente de lo que pase afuera. Vos sos el que maneja el guión de esta trama interna.
Sin importar lo que pase afuera, es tu respuesta a una pregunta crucial la que va a determinar tu experiencia. Tenés que tomar una decisión, ¿qué historia te vas a contar… cómo querés seguir viviendo?
*Joaquín Grehan es médico dedicado a Medicina del Estrés y Estilo de Vida. Nicolás José Isola es filósofo, PhD, Coach Ejecutivo y especialista en Storytelling.
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