Como sucede con el resto del cuerpo, entrenar el cerebro a lo largo de toda la vida es esencial para alcanzar una longevidad saludable
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El escenario parece un futuro distópico, pero para el divulgador estadounidense especializado en temas de longevidad David Sinclair no está muy lejos de la realidad de hoy: un mundo en donde cada vez más personas de 70 u 80 años corren maratones o completan actividades físicas muy desafiantes, y al mismo tiempo un récord de personas adultas con deterioros cognitivos severos, como demencia, Alzheimer, pérdida de memoria y otras dificultades graves a nivel cerebral.
Para Sinclair esto es consecuencia de una brecha creciente en la vida moderna: hay cada vez más conciencia sobre la necesidad de mantener el cuerpo sano, con ejercicio físico; pero la agenda de bienestar tiene (por ahora) menos espacio para rutinas que permitan mantener el cerebro en forma. No son variables independientes, eso está claro: recientemente se comprobó por ejemplo que hacer ejercicios de peso, recuperando masa muscular, mejora la performance cognitiva. Pero hay todo un terreno de la “gimnasia cerebral” que tiene menos desarrollo que el deseable, por distintos motivos.
“Al igual que sucede con los músculos del cuerpo, que si no se usan y no se mantienen en movimiento se deterioran, con el cerebro pasa exactamente lo mismo. Toda actividad que genere un desafío, y en lo posible que sea disfrutable y no sume estrés, es ideal para mantener la mente en forma”, explica a LA NACION Raquel Gabriel, directora del área clínica del Proyecto Suma, una entidad especializada en salud mental. “Lo que decimos siempre es que ‘no hay que jubilar al cerebro’”.
Cuando Julián Bustín empezó a estudiar la carrera de psiquiatría, en los ‘90, el consenso sobre deterioros mentales era mucho más “biologicista”. “Con el tiempo nos fuimos dando cuenta de la importancia de los hábitos para construir una suerte de armadura que atenúa o evita inclusive enfermedades mentales muy severas”, dice Bustin, que se recibió con diploma de honor en la Facultad de Medicina de la Universidad Favaloro, realizó parte de su internado rotatorio en el University Hospital de Columbia y Cornell en los Estados Unidos, se especializó en Gerontopsiquiatría en el Reino Unido y hoy trabaja en Ineco y en la Universidad Favaloro. “Ahora sabemos por ejemplo que es posible reducir la prevalencia de demencias hasta en un 40% si se eliminan factores físicos como la hipertensión (2%), la obesidad (1%), el fumar (5%), la depresión (4%), el aislamiento social (4%) o la falta de actividad física (2%)”, agrega Bustín.
¿Qué es lo más parecido que hay en la actualidad a un “gimnasio cerebral”? Recientemente la Academia Nacional de Medicina aprobó un programa de neuroestimulación que desarrollaron médicos de Argentina, Suecia, EE.UU., España, Italia y Portugal, bautizado MTT 24.5 (por “Mental Training Tech”) que consiste en 24 sesiones y media de una hora y cuarto donde se estimulan distintas habilidades cognitivas. Por ejemplo, escribir o dibujar con la mano “contraria” a la más hábil que tenemos. De hecho en el programa se cuenta que Leonardo da Vinci pintaba con las dos manos, para ser más productivo.
“El cerebro tiene la capacidad de cambiar su estructura y de aprender hasta el final de la vida”, remarca el médico Ricardo Jáuregui, un argentino que dirige la Asociación Mundial de Geriatría y que trajo, junto a un grupo de colegas, el MTT a la Argentina.
Jáuregui cuenta que el brain fitness se puso muy de moda hace dos décadas, con infinidad de aplicaciones y productos que implicaron un abuso en algunos casos, sin basamento científico, lo cual en el ambiente médico hizo que el término perdiera prestigio. Pero hoy hay nueva evidencia sobre el valor de estos esfuerzos a nivel de neurociencias, y asistimos a una suerte de “Renacimiento del Brain Fitness”, que esta vez no tiene que ver con la pintura a dos manos de Leonardo Da Vinci.
El origen de este énfasis parte de dos líneas de estudios pioneros, marca Jáuregui, director médico de We Care. Por un lado, los trabajos del Nobel 2000 de Medicina y científico estadounidense (nacido en Viena) Erik Kandel, que hoy tiene 93 años. Kandel realizó avances revolucionarios para entender la plasticidad del cerebro gracias a sus investigaciones con unos caracoles marinos (Aplysia) que poseen mecanismos neuronales muy parecidos a los del cerebro humano.
El otro estudio muy citado (tal vez más que el anterior) es el de las monjas de la congregación de Notre Dame, que se inició en 1986 con 678 religiosas que tenían en ese momento entre 78 y 103 años, con una media de edad de 78 años y vivían en un convento en Mankato Minesotta. Luego el estudio se trasladó a la Universidad de Kentucky. La particularidad fue que las participantes firmaron un consentimiento para que luego de fallecer se pudieran investigar sus cerebros. El hallazgo más sorprendente se dio al verificar que en algunos casos había signos físicos de la enfermedad de Alzheimer, pero las monjas (en estos casos de más de 90 años) seguían dando y tomando clases, sin rastros de deterioro mental en su día a día. Este “atletismo mental de alto rendimiento” configuró un escudo contra una enfermedad que hoy avanza a pasos agigantados (porque correlaciona alto con la edad) y dio origen al concepto de “reserva cognitiva”, explica Bustín.
Matemática y speedcubing
Mónica Lidia Jacob y Javier Rossi no se conocen, pero cuando LA NACION los contactó para entrevistarlos para este artículo, un sábado lluvioso de julio, compartían una estrategia en común: ambos son “atletas cerebrales” (aunque jamás se definirían así), con un altísimo nivel de disfrute por este entrenamiento intensivo de la mente.
Jacob, de 73 años, contesta las preguntas mientras completa un trabajo de la última materia de la carrera de Matemática en Exactas de la UBA, que retomó en 2020, durante la pandemia. “Me dedico a hacer lo que me gusta, aquello que disfruto haciendo. Estudiar y trabajar son actividades ‘recreativas’; no las tuve ni las tengo asociadas a algo costoso y penoso, a un deber hacer”, cuenta a LA NACION.
Anteriormente, Jacob se recibió de Física, hizo teatro, expresión corporal y pintura al óleo. “Luego me embarqué en la licenciatura en Psicología y un Posgrado de dos años en Psicoanálisis lacaniano. Al terminar, estudié teclado, dramaturgia y escribí una obra corta de teatro. También me encanta el bricolage, y en especial armar mis bibliotecas”. “En fin, me entusiasman tantas cosas –continúa Jacob-, que no me van a alcanzar los 27 años por delante (si es que llego a 100). Parafraseando a alguien de quien mucho aprendí: ‘si de algo he de morir, no será de aburrimiento”.
Ese mismo sábado de lluvia, Rossi, de 57 años, estaba en su casa en Quilmes embarcado en una rutina de “alta competencia mental” que muy pocas personas de más de 50 años en el mundo pueden hacer (son sólo dos en Sudamérica con registros oficiales): armar un cubo Rubik de 4x4 a ciegas. Esto es, recibir una mezcla aleatoria, memorizar la posición de las piezas, definir una estrategia para resolverlo, taparse los ojos y hacerlo sin cometer un solo error. El cubo de 4x4 tiene una dificultad de varios ordenes de magnitud mayor al de 3x3.
“Estoy fascinado con esta práctica. Encontré esta categoría de ‘4-blind’, en la que me siento muy cómodo, que me permite trabajar un montón con la memoria y con la cabeza. Cualquiera lo podría hacer, hay que animarse porque está bárbaro. Podés explorar lugares de tu mente que ni sabías que tenías, corrés todos los límites y preconceptos sobre lo que creías que podías hacer”, apunta Rossi, coleccionista y comerciante de antigüedades y objetos raros.
Tanto Jacob como Rossi hacen énfasis en el mismo punto: la necesidad de disfrutar de estas actividades para que sean efectivas y sostenibles en el tiempo. “Los años pasan para todos, pero la adultez es una posición subjetiva: se puede ser viejo a los 20 y joven a los 100″, plantea Jacob, “por lo tanto hacer lo que a uno le gusta da nuevos bríos y mejora lo anímico y lo cognitivo. Hay un poco menos de memoria, pero la capacidad de razonar está en perfecto estado”.
A nivel agregado, la Argentina es el país de América latina donde más se valora el desarrollo intelectual: un 84% de los argentinos aseguran que están “interesados en aprender nuevos temas”, de acuerdo a un informe Tsunami Latam que cita la experta en agenda Senior Mercedes Jones. Junto a la consultora Alicia Moszkowski, ambas coordinan el capítulo local de la campaña “Stop Edadismo”, que busca derribar mitos y prejuicios falsos sobre la adultez.
Para la especialista en educación Melina Furman, “hay estudios sólidos que demuestran que personas de 80 años que siguen haciendo cursos y aprendiendo tienen el cerebro de personas de 50″. Furman, profesora de Udesa y bióloga de origen, cita una investigación del Calla Lab con octogenarios que hacen cursos y talleres cuyas funciones cognitivas se asemejaron a las de personas de 50 contra un grupo de control que no hizo estas actividades. Para ella, está demostrado que la mayor parte de las veces el impedimento a aprender algo nuevo es más un “auto-boicot” provocado por mandatos que recibimos en nuestra infancia que por dificultades cognitivas reales.
Agenda creciente
Pero más allá del “disfrute”, hay razones económicas y sociales de mucho peso para poner el foco en la agenda de bienestar cerebral.
En una sociedad donde las vidas de 100 años pronto serán mucho más comunes (quienes nacieron en este siglo tienen un 30% más de chance de llegar a esa edad que los que lo hicieron en la centuria pasada), será necesario también estirar el tiempo con capacidad de trabajo y de generar ingresos: a los 66 años quedará todavía un tercio de la vida por delante.
Y todo esto en un contexto donde desde la pandemia quedó en evidencia la gravedad del cuadro de deterioro de la salud mental de la población en todo el mundo, con récords de “burnout” (gente con su mente “quemada”) en las oficinas, de depresión, de enfermedades neuro-degenerativas, etc. El “tanque de combustible” de la reserva cognitiva cada vez tiene menos nafta, a tal punto que los expertos bautizaron a este fenómeno como “la otra pandemia”.
La otra pandemia
Hubo una toma de conciencia: entre 1999 y 2019: la cantidad de evaluaciones económicas académicas sobre los costos de los problemas de salud mental publicados en revistas especializadas pasaron de 100 a 4.000 por año, de acuerdo a un trabajo de los investigadores Gloria Wong y Martin Knapp: “Ya se superó la edad de la inocencia en este aspecto”, remarcaron en el resumen inicial del paper.
Según el Foro Económico Mundial, para 2030 el costo asociado a problemas de salud mental en el planeta superará los seis billones de dólares (seis millones de millones de dólares). Y es una proyección conservadora porque la comisión de Psiquiatría de The Lancet sube esta cifra a 16 billones para el fin de la década, cuando se incluyen pérdidas por deterioro de la productividad laboral y en el valor de la educación.
Por eso hay fuerzas económicas y de mercado muy potentes para aprovechar y apalancar esta tendencia, que van desde nuevas drogas, medicina personalizada, psicodélicos y todo tipo de productos y servicios. Dos casos en la Argentina: el emprendedor Santiago Pinto prepara experiencias para que personas con más de 50 años aprendan a surfear: el “equilibrio” es una habilidad que se subestima durante la vida no adulta y que causa pérdidas multimillonarias (por cirugías por otra de caderas por caídas) en muchos países. El emprendedor Andrés Special lanzó líneas de café, chocolates y kombucha (“Smart Foods”) con hongos que están indicados para mejorar la performance cognitiva.
En Argentina, por caso, INECO relevó que durante la pandemia se cuadruplicaron los síntomas de depresión. La “epidemia de soledad” que señaló hace un tiempo el semanario The Economist en su tapa es uno de los principales factores detrás del aumento de los casos de demencia, indica Jáuregui.
Pilates de la mente.
“Por eso es muy importante que estas actividades de estimulación cerebral se hagan en un contexto social, de interconexión”, remarcan ahora la directora Raquel Gabriel y Gabriela Williams, coordinadora del centro de adultos mayores de Suma, “hay que promover los talleres de memoria, de multi-estimulación cerebral pero idealmente en un contexto de interacción social”. Para la psiquiatra Gabriel, “el fitness cerebral es una técnica, como si fuera un ‘pilates’ de la mente, pero uno puede ir curando su propia rutina de ejercicios mentales, siempre que implique un desafío, algo distinto y no sume estrés”. Bustín, de INECO y la Favaloro, últimamente recomienda mucho los juegos de tablero, por ejemplo, porque involucran desafíos mentales de distinto tipo pero también promueven juntarse con amigos, aprender nuevas reglas, negociar, divertirse, etc.
¿A qué edad conviene comenzar a tratar el cerebro a la par del resto del cuerpo en cuanto a conciencia de entrenamiento? Idealmente, recomienda Jáuregui, a los 30 años, pero en cualquier momento la decisión suma. En una entrevista con LA NACION el año pasado, el ingeniero Alberto Naisberg, experto en bienestar y longevidad, de 98 años, contó que hizo el “clic mental” a los 94: nunca es tarde para empezar. Como dice una frase que se le atribuye a Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre”. O como enunciaba la campaña de lanzamiento del cubo Rubik en Japón a principios de los años 80, que ahora podemos aplicar al entrenamiento del cerebro: “Un instante para descubrirlo, toda una vida para aprenderlo (y disfrutarlo)”.
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