Con construcciones de estilo musulmán, los famosos patios colmados de flores, los tablaos y la gastronomía, Córdoba, a mitad de camino entre Granada y Sevilla, invita a quedarse unos días
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Si bien ya pasaron ocho siglos desde que el rey Fernando III tomó Córdoba y la unió al Reino de Castilla, la impronta árabe de cuando fue la capital del califato de Al Ándalus sigue siendo el corazón de su identidad. Su gran casco histórico –uno de los más extensos de Europa–, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994, se desarrolla en torno de la monumental Mezquita, la más grande construida después de La Meca y uno de los tres monumentos más visitados de España.
Los ecos de aquella ciudad que fue el centro cultural y científico más importante de Occidente, aún rebotan en las calles del barrio de la Judería que la rodean. Por estas callecitas estrechas circulaba el conocimiento entre árabes, judíos y cristianos que traducían textos, levantaban una universidad y bibliotecas. La población triplicaba la actual, llegando al millón de habitantes y era, junto con Bizancio –hoy Estambul–, las ciudades más grandes del mundo medieval. Séneca traducía y difundía el pensamiento de Aristóteles, se cruzaba con el filósofo musulmán Averroe y el médico judío Maimónides.
Con una superficie de 24.000 m2, la Mezquita es el mejor lugar para empezar. El patio de los naranjos, donde los musulmanes realizaban el ritual de lavado de pies antes de ingresar a orar, se comunica con las calles linderas mediante varios arcos en la muralla. Es el lugar para tomar sombra bajo sus árboles perfumados y escuchar el runrún del agua que corre por las canales. También para admirar la Torre Campanario de la Mezquita y tomar coraje para subir y tener la mejor vista de Córdoba desde lo alto.
Además de los techos de teja que esconden patios que conoceremos a pie más tarde, se ve el río Guadalquivir, el antiguo puente romano que lo cruza y la torre de Calahorra del otro lado. Antes de los quinientos años de la Córdoba andalusí, fue romana por ocho siglos.
El interior de la Mezquita quita el aliento: un bosque de 800 columnas y arcos rojos y blancos habla de las sucesivas ampliaciones que fueron haciendo los califas con los siglos, a medida que la población aumentaba. El punto más espectacular lo componen el mihrab (el lugar que indica hacia donde debe orientarse el rezo), y la macsura que está delante, el espacio reservado al califa y sus acompañantes que dirigía la oración cada viernes, bajo una cúpula íntegramente trabajada. Se utilizaron 32 toneladas de mosaicos bizantinos dorados y de colores que trazan un diseño geométrico y vegetal, además de frases escritas en árabe antiguo.
Actualmente se la llama Mezquita Catedral, porque con la caída del califato de Córdoba en 1236, los cristianos comenzaron a realizar aquí sus misas y ceremonias. En 1523 decidieron construir una catedral que generó mucha oposición a punto tal que tuvo que intervenir el rey Carlos V que finalmente autorizó la construcción. Años más tarde, cuando visitó la ciudad, entró en la mezquita y dijo: “Habéis destruido algo único para construir algo que se ve en cualquier lado,” y detuvo las obras.
La nave católica de estilo renacentista ya estaba terminada y convive con las frases en árabe que dicen “Alá es grande”, como un signo más de la convivencia entre religiones.
A pocas cuadras está el otro gran atractivo de Córdoba, el Alcázar y sus jardines, que fue la residencia de varios califas omeyas hasta que decidieron instalarse en Medina Azhara, ocho kilómetros al oeste. Fue en los días de Abderraman II que los jardines tomaron la forma más o menos definitiva a como se pueden visitar hoy. Era el lugar privilegiado del harén, los baños y la huerta que se regaba gracias al acueducto que traía el agua del Guadalquivir, impulsada por una gran rueda hidráulica conocida como el molino de la Albolafia.
Del Alcázar a la torre
Más tarde el Alcázar fue el hogar de los reyes católicos, Isabel y Fernando, cuando dirigían las últimas operaciones militares que terminaron con la caída de Granada y el retiro definitivo de los moros de España. Allí recibieron varias veces a Cristóbal Colón cuando fue a proponerles su aventura. Un monumento los muestra conversando en los espléndidos jardines estructurados en tres niveles en donde el agua –esa obsesión árabe– es casi tan protagónica como las flores y árboles. Dos estanques de más de 40 metros de largo, con chorros de agua que dibujan arcos sobre ellos, están flanqueados por canteros de alelíes y rosales, y cipreses podados en forma cilíndrica.
A pocos metros del Alcázar, sobre la orilla derecha del río puede verse casi intacta la noria de madera de diez metros de diámetro que regaba los jardines, el molino de la Albolafia que forma parte del escudo de la ciudad. Y cruzando el río, el antiguo puente romano, también conocido como Puente Viejo, fue el único hasta la construcción del puente San Rafael en 1953. Un escriba del Imperio Romano relata que Julio César tuvo que atravesar el Guadalquivir creando un paso temporal con piedras en el año 45 a.C. En la era musulmana, tomó la forma actual, de 331 metros sobre dieciséis arcos que conectaban la torre de Calahorra con la puerta de la ciudad en la murallas.
La última y más drástica remodelación ocurrió en 1927 para permitir el tránsito vehicular, pero desde 2004 el puente volvió a ser peatonal y forma parte del centro histórico. Quienes lo cruzan a pie, no solo podrán ver en perspectiva el Alcázar y su muralla, sino una pequeña reserva natural, llamada los Sotos de la Albolafia donde anidan unas 120 especies de aves.
Del otro lado del puente está la torre de la Calahorra, una fortaleza de origen islámico concebida para la protección del puente y entrada a la ciudad. Desde 1987 funciona allí el Museo Vivo de al Andalus, ocho pequeñas salas que aparecen a medida que se sube la escalera caracol de piedra, donde se exhiben objetos y escenas de la vida cotidiana entre los siglos IX y XIII. Instrumentos médicos y musicales, tapices, herramientas, una maqueta de la noria y otra de la mezquita y salas como la de los filósofos, donde se los ve a Maimónides, Averroes y el monarca cristiano Alfonso X, el Sabio como si conversaran, cada uno con su ropa característica. La intención del museo es subrayar una vez más una época donde oriente y occidente eran lo mismo y reinaba la convivencia pacífica y la cooperación entre árabes, judíos y cristianos.
La escalera termina en la terraza donde se aprecia también las eras geológicas de la torre. Las troneras para disparar proyectiles explosivos fueron agregados después de la aparición de la pólvora, en el 1200. Desde allí se tiene una postal del Guadalquivir, el puente donde van y vienen los turistas, y el marco imponente del Alcázar que se muestran en su esplendor al atardecer cuando encienden las luces.
El lugar de reunión
A pocas cuadras del Alcázar, en la calle San Basilio, está la Asociación de Amigos de los Patios cordobeses que organiza cada mayo desde 1921 el Festival de los Patios Cordobeses. En ese mes, los participantes abren sus patios a los visitantes. El resto del año, algunos pueden espiarse desde la vereda, otros están abiertos y piden una colaboración voluntaria.
La casa construida alrededor de un patio interior viene de la época romana, cuando era el lugar de reunión, el ágora, y que los árabes conservaron agregándole una fuente. Casitas pequeñas o grandes mansiones, todas tienen su patio colmado de flores. Macetas, a veces pintadas todas del mismo color cuelgan en las paredes blancas cargadas de petunias, begonias, claveles, geranios y malvones.
Los marqueses de Viana tenían en su mansión doce patios y un jardín. Es la casa señorial más importante y mejor conservada de Córdoba, convertida hoy en museo privado. Se trata de una casa auténtica y vivida por familias que la habitaron entre 1425 y 1980.
Lo divertido de los laberintos es perderse y llegar al punto deseado de manera inesperada. En las calles de la Judería, compiten los bares, los negocios de souvenir que ofrecen castañuelas, abanicos, imanes con forma de toro o de maceta con malvones. Se escucha una guitarra amplificada que toca flamenco y los tacazos y palmas de un tablao improvisado en una plazoleta.
El legado árabe no está únicamente en la arquitectura, jardines, fuentes y palabras. También vive en los platos de la gastronomía cordobesa: el salmorejo, las berenjenas con miel, el alfajor son algunos de los sabores que trascendieron los siglos. La taberna La Viuda, sobre la calle San Basilio, justo al lado de la Asociación de Amigos, ofrece tapas y raciones que rescatan la cocina tradicional. Esta casa de 300 años es el lugar para probar el salmorejo, una especie de gazpacho; la mazmorra de almendras y avellanas, el flamenquín cordobés (un arrollado de cerdo, jamón cocido y queso, rebozado y frito) o rabo de toro, acompañados de vinos de Montilla Moriles, como se llama a la D.O. de los vinos andaluces, en su mayoría de uvas blancas a excepción del tempranillo que es tinta.
La palabra al Andalus apareció escrita en árabe y en latín en las monedas bilingües que acuñaron los musulmanes en los primeros años de la conquista de España. Ocho siglos más tarde, aquella convivencia parece perdida, pero resuena como un anhelo y ejemplo en las calles de Córdoba.
Datos útiles
- Cómo llegar. Renfe, la compañía de trenes, ofrece servicios diarios de alta velocidad Barcelona-Córdoba por 90 euros (5 horas) y Madrid-Córdoba por 12 euros (1 hora 50).
- Visitas. Mezquita Catedral: entrada 13 euros; Torre Campanario, 3 euros. Alcázar de los Reyes Cristianos, 5 euros. Torre de Calahorra, 4,5 euros.
- Dónde comer. Taberna La Viuda (San Basilio 52). Platos cordobeses en un salón de 300 años; Amistad (Plaza Maimónides 3). A pocas cuadras de la Mezquita-Catedral.