Desde la importancia del ejercicio a la alimentación inteligente, cuáles son los pequeños cambios pueden marcar una gran diferencia en el bienestar cognitivo
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A principios de este año participé en un taller virtual dictado por el gran coach motivacional Tony Robbins sobre cómo desatar el poder que llevamos dentro y aprender a crear la propia vida en un camino de éxito y autorrealización. Un punto de las lecciones aprendidas fue cómo combatir el proceso de envejecimiento en términos de agudeza mental.
El estilo de vida incide también en el deterioro cognitivo a través de los años. La falta de sueño, el no ejercicio, el continuo estrés y la mala alimentación, entre otros factores, dañan las células cerebrales. La buena noticia es que el cerebro es un órgano dinámico, con el potencial de cambiar a lo largo de la vida.
Entre los cinco grandes cambios que menciona Robbins se encuentran variantes como consumir más grasas saludables (salmón, palta y nueces), tomar té verde (fuente de antioxidantes, nutrientes y minerales), escuchar música que relaje la mente, ingerir alimentos que ayuden a mejorar la función cerebral (brócoli, arándanos y chocolate amargo) y, el que más me interesó, ejercitarse. Sobre este último comentó algo que siempre me gusta repetir: hace rato que la ciencia descubrió evidencias de que hay una relación positiva entre el ejercicio físico y el rendimiento cognitivo. De hecho, el gurú marcó que hay estudios que demostraron cómo el ejercicio ayuda al cerebro a resistir la contracción física y mejorar la flexibilidad cognitiva. “Y otros estudios también llegaron a la conclusión de que los que hacen ejercicio tienen cerebros sanos y obtienen mejores resultados en las pruebas cognitivas que los que son sedentarios”, puntualizó.
Hacer ejercicio no necesariamente es matarse cinco veces por semana en el gimnasio. También es salir a andar en bicicleta, bailar, nadar, remar, patinar o a caminar de forma recreativa, siempre y cuando se lo haga con una cierta asiduidad.
Por ejemplo, hacer una caminata de 20/30/40 minutos tres veces a la semana, ayuda a mejorar la conectividad de los circuitos cerebrales. Y Robbins agregó algo más: elongar los músculos es otra forma de ayudar a la capacidad intelectual. Según relató, en una investigación pudo verse que la mitad de los participantes que añadieron estiramientos a su rutina semanal frente a otros que añadieron actividad aeróbica moderada lograron mejores resultados en las pruebas de rendimiento cognitivo un año después de hecho el estudio.
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