Los médicos sostienen que las “modas” no son más que reediciones de lo que ya existía; las “intolerancias” y las novedades en medicación para la obesidad
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CÓRDOBA.- Casi todo el tiempo parecen surgir nuevas “dietas” y tendencias en hábitos de alimentación y las promesas son prácticamente las mismas en todos los casos: alcanzar el peso ideal, mejorar la salud, tener más energía. Sin embargo, nutricionistas de larga trayectoria aseguraron a LA NACION que desde hace décadas no hay cambios significativos en materia de alimentación saludable aunque sí hubo novedades en medicación para pacientes obesos que sí la requieren.
Una tendencia que los médicos vieron profundizarse en los últimos años son las decisiones de no comer determinados alimentos aun cuando no haya estudios que comprueben intolerancias o alergias de quien los abandona.
Dietas Keto o “paleo”, alimentación macrobiótica, ayuno intermitente, “hacer un detox”, ser “veggie” (abarca a vegetariano, vegano, flexitariano) o convertirse en un juicer (fanáticos de los jugos) son algunos de los conceptos que más se leen en redes sociales y que, incluso, escuchan los nutricionistas en sus consultorios.
Para Alberto Cormillot en un contexto como el actual los especialistas apuntan más a la “reducción de daños que a la dieta ideal”. El médico se sincera: “Cuando llegan personas con esos planteos y creencias, la clave es cómo se lo puede ayudar. Enfrentarse con una creencia nunca da resultado”.
Subraya que científicamente está comprobado que la dieta mediterránea es la mejor, “protege el corazón, el cerebro, ayuda a ralentizar el envejecimiento, previene enfermedades. Por el resto, saltear el desayuno es peligroso, comer mucha grasa es peligroso, no comer frutas y verduras es peligroso pero la gente hace cosas peligrosas”.
Coincide Mónica Katz con que en las últimas décadas, desde el punto de vista de la alimentación, “no hay nada nuevo bajo el sol”. Plantea que desde la década del ‘70 los planteos son “los mismos remixados, reeditados” y ratifica que siempre pasan por gestionar los nutrientes (“bajar hidratos, subir grasas o proteínas”) o gestionar las calorías.
El sepulturero inglés William Banting en 1863 fue el primero en popularizar una dieta. Bajó 20 kilos en un año comiendo alimentos bajos en carbohidratos y publicó una suerte de folleto titulado “Carta sobre la corpulencia” que se convirtió en best seller. Cormillot detalla que esa es la base de dietas muy extendidas como fue la Atkins en los ‘60 o la Keto ahora.
Sobre denominaciones como las de “súper alimentos” Katz indica que si bien hay “alimentos fantásticos por tener varias propiedades” no cree en ese concepto. “Necesitamos 60 nutrientes cada día y el secreto es comer variedad para contar con vitamina C, selenio, calcio o hierro. Lo importante son los patrones de alimentos variados que nos permiten incorporar de todo”.
La nutricionista Luisina Peláez es menos terminante; sostiene que los seres humanos necesitan “determinadas proporciones de nutrientes para sus funciones” pero que la “cultura de las dietas” hizo que muchos pensaran que tenían que “seguir determinada norma para el peso ideal, aunque no fuera el que debería tener”.
“Hay que consultar con profesionales de la salud para ver qué necesita cada uno, qué se adapta a su estilo de vida, a su cuerpo, a su metabolismo -indica-. Como estándar de alimentación diría que tiene que ser más real de lo que hoy es”. Incluso da cuenta de que a veces “se prohibieron alimentos reales como frutos secos, grasas saludables, huevos, banana o uva a los que se tildaban de engordantes y a cambio se ofrecían ultra procesados como barras o turrones”.
En el banquillo de los acusados
La eliminación de alimentos de las dietas está a la orden del día. En las redes sociales se multiplican los testimonios de quienes dejaron de comer algún producto o los consejos de los que deben “desaparecer” de los hábitos. Los médicos coinciden en que esos preceptos suman seguidores aun cuando ese consumo no les haga mal o sin un estudio que certifique que debe dejarlo.
“Hay mucha gente con espíritu de rebeldía -describe Cormillot-. Hoy las ideologías parecen dar más certezas que algunas autoridades en la materia; hay una suerte de rebelión contra lo tradicional y lo establecido, una búsqueda de nuevas certezas y respuestas”.
Katz admite que abordar las declaraciones de intolerancias es de una “complejidad tremenda” producto de la influencia de las “redes sociales, de los amigos”. Tradicionalmente, repasa, la sal era mala para el hipertenso, el azúcar para el diabético y el gluten para el celíaco pero “hoy parece que todo es malo para todo el mundo aunque no tenga problemas”.
Cita al semiólogo Umberto Eco en el sentido de que “la información mata a la información” y “no se sabe a quién creerle; hay infoxicación”. Ratifica que muchos quitan un alimento sin tener diagnóstico y el problema es que “terminan con dietas muy carenciadas, con brechas enormes entre lo que debieran consumir y lo que consumen. No saben qué comer, qué les hace bien y el impacto final sobre la salud es grande. No se puede convertir la comida en un ilícito”.
Peláez es menos terminante: “Si bien hoy en día se puede ver como una moda también es importante entender que el modelo de producción de alimentos y el consumo de ultraprocesados nos llevó con el tiempo a desarrollar mayor cantidad de alergias e intolerancias hacia determinado grupo de alimentos. En esos casos, eliminarlos o disminuirlos, no estaría mal pero siempre se aconseja consultar con un profesional de la salud que acompañe y guíe ese nuevo tipo de alimentación”.
En medicación, más cambios
A diferencia de lo que sucede, en general, con los alimentos, en los últimos años si aparecieron nuevos y eficaces fármacos contra la obesidad. Los expertos subrayan, precisamente, que no son para ayudar a perder unos kilos sino para pacientes obesos que requieren de medicación.
Mencionan los casos de la semaglutida -que se utiliza para el tratamiento de la diabetes tipo 2 y como medicamento contra la obesidad- o la naltreva. Cormillot admite que “cambiaron la perspectiva”, que no tienen efecto adictivo y sus efectos secundarios suelen ser “pocos”. Sí le preocupa es que los fármacos “suelen terminar transformándose casi en venta libre, la gente se las ingenia para conseguirlos y ahí está el problema”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) analiza incluir los medicamentos contra la obesidad en la lista de esenciales que los países de bajos y medianos ingresos usan como guía de sus compras. En el mundo, según datos de la OMC, hay 650 millones de adultos obesos mientras que 1.300 millones tienen sobrepeso.
“Hay fármacos seguros y eficaces, el único problema es el acceso; la seguridad social no los cubre a todos; esperemos que con las reformas estén alcanzados -plantea Katz-. Son para quienes los necesitan no para algo de sobrepeso”.