Esquel, recostado sobre los Andes, en Chubut, diversifica sus propuestas y se consolida como un destino de todo el año; imperdibles La Hoya, las travesías por Los Alerces, el campo de tulipanes y el viaje a bordo de La Trochita
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ESQUEL.- Bienvenidos a Esquel, dice en letras blancas el cartel de la pista de aterrizaje del aeropuerto, que recibe al único vuelo que llega por día a la ciudad. No es Bariloche, Aspen ni Holanda, pero se destaca por su nieve en polvo única y sus coloridos campos de tulipanes.
Protegido por tres cordones montañosos, Esquel es el valle ideal para bajar un cambio. Un ambiente sereno y ameno caracteriza la ciudad con alma de pueblo, donde actualmente viven alrededor de 45.000 personas. La gente se mueve sin apuro, calma que se ve en las calles a toda hora: los autos circulan sin prisa, el ceda el paso al peatón se cumple a rajatabla y esta sincronización permite hasta que no haya semáforos.
El estandarte de tranquilidad podría ser el Parque Nacional Los Alerces. Creado en 1937 y declarado Sitio de Patrimonio Mundial Natural por la Unesco en 2017, es el lugar más preciada de la zona. La humedad y las lluvias realzan los colores y el aroma que desprenden las plantas, propiciando un escenario de conexión con el verde inigualable.
“Voy al lago”, dicen los locales cuando se refieren al parque, al que se acceder por la Ruta 72. Es que sus casi 260.00 hectáreas albergan cuatro lagos que pueden navegarse en excursiones lacustres o en los que sus visitantes pueden chapotear en los días más calurosos. Navegar por sus aguas es la única manera de llegar a uno de sus puntos más icónicos, como el Alerzal, que alberga el famoso alerce milenario de 2620 años, donde se puede ver la historia de la naturaleza en su estado más puro en el grosor y altura de los árboles.
Para los fanáticos del trekking, hay recorridos de distintas dificultades e incluso opciones para hospedarse y abastecerse de alimentos si quieren alojarse por tiempos más extensos en campings, domos u hosterías. Los más cortos duran apenas 10 minutos, tienen rampas e incluso se pueden observar pinturas rupestres. Para los más aventureros, el sendero más difícil consiste en un recorrido de dos días que se escala en dos etapas.
Una alternativa al parque con senderos para hacer trekking con distintos grados de dificultad, circuitos para andar en bicicleta y un spot frente al lago para disfrutar una tarde o hacer un asado en sus fogoneros es Laguna La Zeta, una reserva natural de 1100 hectáreas situada a 4 km de Esquel.
Esa serenidad se contrarresta con la adrenalina de las actividades que hay para hacer. La más conocida, tal vez, es el esquí. El Cerro La Hoya que abrió sus pistas en 1974 está ubicado a 13 km de la ciudad y es el segundo centro de esquí con más años en funcionamiento de la Argentina. “La mejor nieve en polvo está en La Hoya porque acá hay menos humedad que en los cerros cercanos a lagos, como en Chapelco y en Catedral”, explican los instructores del centro. Es que al estar deprimido en su suelo, recibe menos sol y su forma de hoya conserva la nieve como si estuviese recién caída y no llega al estado de “sopa” o “papa” –como se le dice cuando se empieza a derretir–. También asegura buena nieve para septiembre.
Las 30 pistas de distintos niveles de dificultad confluyen en la cota a 1650 metros de altura, rodeada de un paisaje montañoso y bosques de coihues. Se puede hacer esquí, snowboard, caminatas con raquetas y practicar snowscoot, el nuevo deporte que se asoma en los cerros argentinos: consiste en un scooter con tablas para deslizarse montaña abajo.
El cerro cuenta –de momento– con el restaurante más nuevo del país. El Zorro, ubicado en la base, se construyó hace dos años luego de que la construcción de madera anterior se quemara en un incendio y hoy se para con su frente vidriado al pie de la pista de principiantes.
Con vista a la montaña
Más allá del esquí, hay otras actividades que pueden disfrutarse en las alturas. Con un sistema importado de Costa Rica, una serie de tirolesas atraviesan árboles, sobrevuelan ríos y elevan las pulsaciones en plena montaña a 40 kilómetros del centro. Las administra Daniel García Badiola, que vive en la montaña desde los 14 años y es dueño de la hostería Pueblo Alto Lodge, donde quienes la visiten pueden hacer rafting, cabalgatas, mountain bike, trekking y canopy. Está en el camino al Parque Nacional de Los Alerces y se accede con vehículos 4x4 por una subida de 2400 metros que se desprende de la Ruta 71.
“La semana pasada vino un grupo de amigos que trabajaban de forma remota durante el día con vista a la montaña y cuando terminaban hacían una actividad”, cuenta. La idea de bajar un cambio en Esquel no implica solamente vacaciones, también se puede introducir el home office en un paraíso patagónico y que el contacto con la naturaleza neutralice el estrés que puede generar el trabajo.
Desde un sillón frente a la chimenea de la estancia se puede ver cómo la montaña cambia su color en las distintas estaciones. El naranja abunda en el otoño, el blanco de la nieve la cubre por completo los inviernos y el verde de los árboles la tiñe en verano.
Esta zona del sur, conocida por su frondosa vegetación, tiene un paisaje que deja a sus visitantes sin aliento: una plantación privada de tulipanes a 13 kilómetros de Trevelin. Empezó como una curiosidad para los locales que querían conocerla, creció para traccionar de a poco su costado turístico y desde hace tres años consolida octubre como la nueva temporada alta, hecho que se evidencia en que el año pasado se llegó a ocupar el 83% de la oferta hotelera.
Desde el comienzo de octubre hasta la primera semana de noviembre, la familia Ledesma abre las puertas de su chacra de 10 a 19, donde sorprende su intensa paleta de colores. “Conviene ir después del Día de la Madre, porque antes no florecieron todos y en noviembre se empiezan a pasar”, dice en el aeropuerto Dani Morgan, vecino de Trevelin.
Salto al pasado
Una parada obligatoria en Esquel es viajar al pasado en su pintoresca e histórica locomotora. La Trochita sale de la estación Esquel a Nahuel Pan en un recorrido mágico que en total dura tres horas.
Pasaron treinta minutos desde las nueve de la mañana y nieva en la estación Esquel. Junto al mapa dibujado en una de las paredes de la estación, los pasajeros giran su cabeza a la espera del tren. Por las vías, se acerca largando vapor La Trochita, también conocida como el Viejo Expreso Patagónico, cuyo origen se remonta a principios del siglo XX. Se prepara para encastrase con el resto de los vagones y desfila un par de veces mientras los turistas intentan capturar el mejor ángulo del tren en movimiento. Suena un silbato seguido de un pitido y una campana y arranca su trayecto.
A bordo, la guía cuenta algo de su historia como que algunos vagones son de origen belga y la salamandra que nos da calor servía para cocinar cuando el tren viajaba lentamente tramos de 400 kilómetros en 18 horas. Mientras tanto, del otro lado de las ventanas se ve el arroyo Esquel, los techos a dos aguas de las casas en la ciudad y naturaleza.
Una hora de ida y se llega a Nahuel Pan, la estación donde hay un museo de culturas originarias patagónicas, un local para degustar tortas frita y bebidas calientes en invierno y una fila de puestos artesanales con la montaña de fondo. Mientras sigue cayendo la nieve, la Trochita avanza y retrocede acomodándose para emprender su vuelta.
La gastronomía ocupa un lugar importante y en Esquel, la oferta satisface a todo tipo de paladar. Hay dos claves que no pueden faltar en la visita. Por un lado, la llegada de los galeses a finales de 1885 dejó su huella impresa en Trevelin, donde casas de té como La Mutisia preparan todas las tardes una merienda clásica de sus costumbres. Con una tetera gigante en su entrada y música galesa de fondo, el combo de $4000 incluye tasas ilimitadas de té, tortas de crema, de manzana, de nuez, de chocolate, y la clásica torta galesa, así como también scones y pan casero con dulces y manteca.
Por otro lado, la Patagonia ofrece otros sabores distintivos, como trucha y cordero, que pueden degustarse en restaurantes ubicados en pleno centro, como Don Chiquino conocido por sus pastas caseras y cuyos dueños este año inaugurarán una parrilla a su lado, restaurantes dentro de hosterías como Cumbres Blancas con parrilladas y clásicos argentinos y otros lugares como María Castaña donde se combinan platos locales con tradicionales nacionales.
Esquel no se queda atrás en el tiempo y también tiene una amplia oferta de bares y cervecerías artesanales. “En los últimos cinco años creció mucho la gastronomía”, cuenta Gustavo Simieli, subsecretario de Turismo de Esquel. En el centro de la ciudad hay propuestas casuales como la cadena oriunda de Bariloche Blest, que ofrece desde pizzas y milanesas hasta ragús servidos en canastas de pan. Otra moda porteña que se traslada a esta ciudad chubutense aparece en La Gintonería, donde se puede probar gin de producción local mientras se escuchan bandas en vivo.
Esquel es una ciudad que podría definirse como de 15 minutos, con todo cerca, hasta paisajes impactantes.
Datos útiles
Traslados. Hay transporte público para ir al Parque Nacional Los Alerces, para moverse en la ciudad y para visitar Trevelin y otras aldeas, pero no funciona con la tarjeta SUBE.
Alojamiento. La estada en una hostería de tres estrellas o más –como Las Bayas, El Coirón y el Hotel del Sur– cuesta desde $30.000 la noche por persona en una habitación base doble.
Pases en La Hoya. Los pases de esquí en La Hoya para adultos cuestan desde $10.400 por día; menores, $9000. Flexi pass de 3 días, $27.500 y $23.400 (pueden usarse en días no consecutivos y sirven para el año que viene).
Paseos y excursiones. La Trochita hace su recorrido en distintos días según el mes; el pasaje cuesta $12.000; durante agosto, solo los sábados, a las 10.
En el Parque Nacional Los Alerces, el período de cobro de entrada se extiende desde octubre hasta el domingo de Semana Santa. También en vacaciones de invierno y feriados; cuesta $1500.
Temporadas. La temporada alta en Esquel es de julio a octubre y de enero hasta Semana Santa.