En México denominan al cacao, “la medicina del bienestar”; ancestralmente los mayas decían que fortalecía el espíritu y despertaba las mentes dormidas
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¿Quién dijo que hay una sola manera de meditar? Para quienes les cuesta quedarse quietos y cerrar sus ojos, existen meditaciones dinámicas y sensoriales que ayudan a equilibrar nuestro sistema nervioso en tiempos donde la “lucha/huida” parece ser el mecanismo predominante.
En México llaman al cacao “la medicina del bienestar” porque ancestralmente los mayas decían que fortalecía el espíritu y despertaba a las mentes dormidas.
Por eso, se hacen grandes ceremonias en su honor donde se vive paso a paso todo su proceso desde la semilla hasta que se convierte en chocolate.
Experimentar cada una de esas etapas ayuda a volver a percibir el ritmo natural de nuestro cuerpo para bajar la velocidad.
Una manera diferente de sacudirse el estrés a la que acuden desde empresarios hasta estrellas de Hollywood cuando pisan tierra azteca.
Un viaje sensorial en primera persona
La primera vez que fui a una ceremonia de cacao, lo hice como parte de mi trabajo. Pensé que me iba a inspirar para crear mis experiencias de bienestar.
Fue en Tulum donde me sumergí en un submundo sensorial.
Cuando llegué al lugar, había un círculo alrededor del fuego. El espacio estaba impregnado de olor a copal (la resina de un árbol que usan en México para purificar y “limpiar” los ambientes), de cantos y tambores chamánicos, de luces tenues por las velas, de flores y plantas. Todo esto sumado al intenso sabor del cacao.
Esperando para hacer este ritual había desde familias con niños pasando por parejas y grupos de amigos expectantes.
“Los invito a disfrutar de cada una de las fases de esta ceremonia para que vuelva a traerte al momento presente. El cacao es solo una excusa. Una semilla para que nos conecte con los movimientos que tendrá cada momento. Porque cuando nos detenemos en esos pequeños gestos, cuando empezamos a sentirlos ahí empiezan los beneficios de esta ceremonia”, nos indica Kiauitl, la guía de este ritual, como una especie de dogma para darle foco a toda la experiencia.
Mientras reparte las primeras semillas, ante la mirada expectante de todos, explica que antiguamente las familias mayas usaban las ceremonias de cacao para dialogar. Dicen que le compartían una taza a las personas queridas que iban de visita para frenar, hablar más despacio y con autenticidad.
Kiauitl reparte las semillas tostadas de mano en mano:“Empiecen a tomar contacto con este fruto”, nos dice, “Con su textura, su olor, su rugosidad y finalmente su sabor, ¿qué sienten?”, nos indaga. Mientras muele la otra mitad y las sumerge en una gran olla con agua que está sobre el fuego. El cacao se va cocinando lentamente y nos invita a cada uno de nosotros a agregarle condimentos: miel, canela, un poco de picante (esto corre por cuenta del paladar de cada asistente).
Cocinar al compás del ritmo de nuestra respiración
Se escuchan algunos cantos y un tambor chamánico.
Y entre la multiplicidad de estímulos sensoriales nos invita a sentir nuestra respiración. Por primera vez me detengo a escuchar su ritmo y noto el cambio del suspiro entrecortado de cuando llegué a la exhalación extendida y prolongada que tengo ahora.
Y siento que ese es el primer aprendizaje: El ritmo de nuestra respiración es el barómetro de cómo estamos (sólo hay que observar cómo está: agitada, ecuánime o pausada).
Después nos induce a cantar, a pararnos y bailar alrededor del fuego. No cualquier baile, sino movimientos que expresen nuestro ritmo natural. Y en ese momento siento que mi mente está atenta al sonido de mi voz y a cada movimiento del cuerpo y eso mismo hace que mi diálogo mental se disipe. Casi como si sentir el ritmo natural de mi cuerpo entretuviera a mi mente para no obsesionarse por los detalles de mi vida. Y deduzco que ese es mi segundo aprendizaje.
Al volver a sentarnos, solo se escucha la cuchara de madera que revuelve el chocolate y el silencio se hace cada vez más intenso.
Es ahí cuando nos indica llevar las manos al corazón para percibir sus latidos. Dicen que ese es el primer ritmo que escuchamos cuando estamos en el útero de nuestra madre y por eso volver a sentirlo tranquiliza a nuestro sistema nervioso.
Llega el momento de servir el chocolate líquido. El proceso se hace con la misma pausa y en comunión porque pasa de mano en mano. Empiezo a sentir que cada sorbo me transporta.
Y finalmente este paso se hace respetando el propio tiempo y ritmo que cada uno ya aprendió a escuchar.
Aún en la vorágine del día a día
En esta ceremonia pude vivir y conocer cómo los estímulos sensoriales nos transportan y nos ayudan a frenar para tener mayor registro de nosotros mismos.
El cacao fue sólo un elemento para entender que cuando nos hacemos tiempo, aún en plena vorágine diaria, para volver a conectar con nuestro propio ritmo nos equilibramos. Y esto puede pasar por registrar el tono de nuestra respiración ante cualquier situación desafiante para ralentizarla. Hasta escuchar los latidos de nuestro corazón y preguntarnos conscientemente qué necesitamos para dejar de actuar en automático y empezar a discernir qué tipo de “bienestar” necesitamos en cada momento.
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