El empresario gastronómico habla de su primer año como legislador y del perfil mediático que adquirió tras su casamiento con Pampita
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Es hijo de diplomático y por eso nació en Nueva York y vivió parte de su infancia en Suiza. A su perfil de empresario gastronómico (es dueño de los restaurantes La Mar y Tanta y está por abrir Barra Chalaca en Palermo y en Lomas, todas del grupo de Gastón Acurio) se suma su flamante carrera como legislador porteño representando a Juntos por el Cambio. “Ex de”, “actual de”: eso también se dice de él. Porque Roberto García Moritán no se casó con cualquier mujer sino con Pampita. Y eso, en Argentina, es algo así como una revolución.
Hablamos de revoluciones mediáticas, claro, a las que se acostumbró a los ponchazos. “Al principio me costó el mundo de los medios, pero Caro me exigió que lo resuelva. No me quedó otra; era imposible que pudiéramos estar juntos si para mí eso resultaba un problema. Y me fui acostumbrando. El punto de inflexión fue nuestro casamiento. Llegué a la fiesta nervioso, medio estructurado, hasta que dije: ‘¡Ya está! O lo dejo de sufrir o va a afectar la relación’. Algo en mí cambió definitivamente. Después, con el reality, se fue haciendo más fácil. Y ni qué hablar ahora que la política me obliga a exponer mis ideas”, dice.
–El mensaje de Pampita fue te adaptás o te adaptás. Advertencia de kilómetro cero...
–Ella es espectacular. Y en la intimidad es mucho más enorme que en público. Más allá de lo generosa y cálida que es, me ayuda a ser mejor todos los días. A su lado terminé de entender que la exposición es parte de mi trabajo y que no voy a lograr nada de los resultados que tengo en mente si no me amigo con los medios y las cámaras. Las fotos siguen siendo un problema porque siempre me veo mal, pero creo que con la tele mejoré bastante. Soy muy sincero, trabajador y me seduce ser parte de un equipo que quiere transformar la Argentina, llevar adelante una batalla cultural. No tengo miedo de estar en la línea de fuego, representar a la persona que labura, la pyme, la bandera del mérito.
–Te casaste en 5 meses y hablás de tirar abajo el edificio donde funcionan los Ministerios de Desarrollo Social y Salud de la Nación, que además luce un mural de Eva Perón. ¿Te considerás un tipo audaz?
–Sí, siempre fui de ir al frente. Queda claro a la hora de presentar proyectos, ¿no? De todas formas, lo del edificio tiene una explicación más que lógica, porque estamos hablando de una mole que obstaculiza una de las principales arterias. Hay 22 carriles, 140 metros de ancho y en el medio, un edificio. A mí lo que me importa es buscar respuestas que mejoren la vida del ciudadano. Y uno de los grandes temas a resolver para los tres millones de porteños que vivimos en la ciudad(más los tres millones y medio que la visitan a diario) es mejorar el tema del tránsito. Un edificio ahí te complica todo. Además la mala idea de que ahí funcione el Ministerio de Desarrollo Social, donde ya tuvimos este año más de 600 protestas. Esa combinación, desde ya, nos perjudica a todos. Lo del mural de Eva es otro tema.
–Pequeño detalle. Imagino el momento de la implosión...
–A Eva la incorporaron en 2011. Si le querés encontrar una ideología o búsqueda simbólica al edificio, yo iría por el lado de la corrupción. Incluso existe un totem en unos de los costados que es terrible: un tipito que mira de reojo con una mano para atrás. Es el monumento a la coima. Yo sé perfectamente que se trata de un edificio racionalista de 1936 (en muy mal estado), donde en un principio funcionó el Ministerio de Obras Públicas. Y no quiero meterme en cuestiones emocionales porque soy más racional. No voy en contra de las ideologías y sé que el peronismo tiene esa manera tan efusiva de mostrar sus admiraciones. Pero vengo de una escuela diferente, en la que no estamos tan politizados ni tenemos lógicas tan radicales. Además, si el edificio se llega a demoler, será porque lo vota la mayoría en un esquema democrático y republicano.
–¿Y adónde lo mudarías?
–Debe estar donde exista la mayor conflictividad social. En el conurbano sería de mucha más utilidad. A mi criterio, lo primero es sacarle de encima toda la carga emocional. Yo lo único que quiero es que los argentinos vivamos mejor.
–¿Hablás con Pampita de estos temas? ¿Coinciden?
–No hemos debatido puntualmente el tema, pero siempre hablamos de todo. Ella es muy cercana a la gente, empática, con mucha sensibilidad social. Recuerdo una situación puntual en Navidad. Yo estaba cargando comida en el auto, repleto de fuentes y bolsos, además la beba (su hija Anita, de un año y dos meses). Se acercó un señor a ofrecerme medias, pero no me daban las manos. Le dije: “No, muchas gracias”. Ya dentro del auto Caro me lo cuestionó de una manera que dejé todo, corrí dos cuadras y le compré todas las medias. Ella es muy exigente pero también muy sensible. Y no le gusta la provocación política sino el debate respetuoso. Pero es difícil cuando la oposición está tan radicalizada.
–¿Ya no te enoja que te llamen “el marido de Pampita”?
–Nunca me enojé. Eran ellos los que decían que yo me enojaba para provocarme. ¡Pero cómo me voy a enojar si me llena de orgullo estar casado con Pampita! El chiste comenzó cuando me metí en política. Intentaron quitarle mérito a mi trayectoria adjudicándole mi oportunidad solamente a Caro. Y está bien, es parte del juego.
–Pero ella odiaba eso...
–Ella entiende el juego de los medios, pero no está acostumbrada al agravio. A Caro todos la quieren, es un símbolo de la argentinidad. Afortunadamente entiende mis causas e intenciones, cree mucho en mi visión de ciudadano. Y me defiende, sí. Porque somos familia, nos amamos y comparte muchas de mis reflexiones.
–¿Tenés vínculo o simpatía personal con algún opositor?
–Me caen todos bárbaro, pero son pésimos gobernando.
–¿Cristina te cae bárbaro?
–Ella tiene que dejar actuar a la justicia. Admito que es una gran comunicadora y ha sabido conquistar un sector de la sociedad. Y lo ha hecho con el dinero de los contribuyentes. El populismo tiene la virtud de la billetera ajena. Y con eso todos nos volvemos mucho más lindos, agradables y carismáticos.
–Se habla del odio, que está y es innegable. ¿No habría que bajar mil cambios?
–Es que los fanáticos son los dueños del odio. Ese amor absoluto y ese odio absoluto son típicos del fanatismo. Los que no somos fanáticos de nada no odiamos. El discurso de odio se da en las sociedades donde las minorías no tienen lugar ni refugio para defenderse. No aplica al oficialismo que gobierna el país. Ellos llaman odio a la crítica.
–¿Cómo era el Moritán preadolescente que llegó a la Argentina desde el pueblito suizo?
–Un chico inocente que miraba con ojos de asombro lo que acá ya era natural. Hablaba español con un poco de tonada francesa. Al poco tiempo de llegar me robaron el reloj que me había regalado mi padre. Íbamos con mi hermano, nos agarraron dos chicos del cuello. Yo lo contaba aterrado, pero para el resto de la gente era normal. Y bueno, uno se acostumbra. Es muy doloroso. Como padre de adolescentes, hoy nunca duermo tranquilo. Lamentablemente, vivimos en estado de alerta.
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