Originado a partir de unas pocas barricas sobresalientes de la cosecha 1990 que Nicolás Catena guardó para consumo personal, se convirtió en uno de los vinos más buscados por los coleccionistas
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Nicolás Catena no recuerda si fueron 13 o 14 las barricas de la cosecha 1990 que dieron origen al vino más caro de la Argentina. Después de todo, confiesa, “había guardado esos barriles que se destacaban para consumo mío, de mi familia y de mis amigos”. Quien torció ese destino fue justamente uno de sus amigos. Al probar el vino, el chef Francis Mallmann no dudó en cuestionar el propósito del bodeguero: “Le pareció extraordinario y me dijo que lo tenía que sacar a la venta”, recuerda Catena.
Eso hizo y así, casi sin quererlo, introdujo un cambio radical en los vinos de alta gama argentinos. Un cambio en el estilo, pero también en la percepción internacional sobre nuestros vinos. Hoy el Catena Zapata Estiba Reservada es un vino de culto cuyo precio promedio en la plataforma Wine Searcher –algo así como el Google del vino– es el más alto para una etiqueta argentina (US$801). Las primeras añadas se ofrecen en Londres a más de 6700 dólares la botella y en una subasta realizada en Beijing un Estiba 1997 se vendió a 26.000 dólares.
“Cuando Nicolás Catena decidió elaborar un vino para ser disfrutado por hijos y nietos, la vara fue directo a lo más alto: había que elaborar un vino que creciera ya no con el paso de los años, sino de las décadas. El resultado fue un vino que no sólo honró el legado familiar, sino que también marca un antes y un después en la vitivinicultura argentina”, sostiene Andrés Rosberg, ex presidente de la Asociación de la Sommellerie Internacional (ASI).
"Un día Robert Mondavi me dice: “No hay que inventar nada, Nicolás, los franceses lo inventaron todo. Solo hay que hacerlo un poquito mejor que ellos"
Nicolás Catena
Pero el cambio estilístico que introdujo el Estiba Reservada fue algo buscado y pensado. Detrás estaba la pasión de Catena por el Cabernet Sauvignon y por hacerle un lugar a la Argentina entre los vinos “world class”.
Vacaciones en California
Nicolás toma como punto de partida de su relato los comienzos de los ochenta. Tercera generación de una familia ligada a la vitivinicultura, hasta entonces su apellido dominaba el mercado del vino de mesa con marcas legendarias como Crespi, Facundo o Casa de Troya. “Vendí todo y me quedé solo con el vino fino, que lo elaboraba en una bodega que se llamaba y se llama Esmeralda”, cuenta.
Había adquirido Esmeralda en el 66, y dentro del inventario se topó con toneles llenos de la cosecha 1963 de un notable Cabernet Sauvignon. “Me pareció buenísima y en vez de sacarla con las marcas tradicionales de Esmeralda yo dije “No, este vino se merece una marca nueva” –recuerda–. Y elegí Saint Felicien porque la moda entonces era ponerle nombres franceses a los grandes vinos”.
Saint Felicien no solo fue un éxito de ventas, sino también el vino que inauguró la costumbre –hoy ya establecida en la Argentina– de colocar el nombre del varietal en la etiqueta, algo que hasta ese momento solo hacía Estados Unidos. Pero volvamos a los 80.
“El asunto es que vendí todo y me fui de vacaciones”, retoma Nicolás. ¿El destino? Berkeley, California. Llega allí en 1982 como profesor invitado del Departamento de Economía Agrícola de la Universidad de California en Berkeley.
“Cuando llegué me doy cuenta que Napa Valley estaba a una hora de viaje, entonces lo primero que hicimos con mi mujer fue ir a visitar bodegas el fin de semana”, dice y agrega: “La primera que aparecía en el mapa era la de Robert Mondavi”. (Para ese entonces, Mondavi ya era la figura más relevante del vino norteamericano).
Ese domingo Nicolás y su esposa Elena probaron todos los vinos de Mondavi, los que estaban a la venta, pero también vinos en proceso de elaboración, vinos viejos... “. En cuanto empecé a probarlos me di cuenta que eran otra cosa, que no tenían nada que ver con nuestros mejores vinos –asegura–. Los nuestros eran muy oxidados, ajerezados, de un estilo que le llamaban español-italiano. ¡Eran ricos, sí! Pero completamente diferentes a los californianos: era otro mundo... y me gustó muchísimo”.
Nicolás volvió a Berkeley con el firme propósito de desentrañar los secretos del vino californiano, dominado entonces por el Chardonnay en los blancos y el Cabernet Sauvignon en los tintos. “Me puse a estudiar todo lo que hacían en la viña y en la bodega. Eran conscientes de que una menor producción por planta se traducía en más intensidad, y empleaban varias técnicas para lograrlo. Además, prestaban mucha atención a la higiene en bodega y estaban convencidos de que el secreto estaba en el roble: en la crianza en barricas pequeñas, como se hacía en Francia”.
Los californianos estaban obsesionados con la idea de hacerse un lugar en el trono que ocupaba el vino francés (de hecho, la primera falta de respeto a esa supremacía había llegado en 1976 en el llamado “Juicio de París”, cata ciega en la que un grupo de expertos dio más puntaje a los vinos californianos que a los franceses). “Un día el mismo Robert Mondavi me dice: “No hay que inventar nada, Nicolás, los franceses lo inventaron todo. Solo hay que hacerlo un poquito mejor que ellos”.
Napa quería ser Burdeos con el mejor Cabernet, Sonoma quería ser la Borgoña con el mejor Chardonnay. Testigo privilegiado de esa disputa, Nicolás se lanzó a una cata sistemática de vinos francés. “Me hice amigo del dueño del restaurante The French Laundry, que tenía una colección de vinos franceses, y que cuando iba me servía grandes cosechas de premier crus classés franceses. Siempre me cobraba lo mismo... 10 dólares la botella”. [The French Laundry cuenta con 3 estrellas Michelin, y hoy allí una botella de un premier crus classés como Château Latour o Château Lafite Rothschild no baja de los 3200 dólares].
Nace un nuevo estilo
A comienzos de los 80, la presencia del vino argentino en los mercados de exportación era insignificante. No solo exportábamos poco: lo hacíamos a precios muy bajos. “El principal mercado de exportación en el mundo, en ese momento, era Estados Unidos”, recuerda Nicolás, que en su regreso a la Argentina volvió con una idea clara: hacerle un lugar al vino argentino allí.
Pero para eso había mucho que cambiar. “Volví con el proyecto de hacer un Cabernet Sauvignon y un Chardonnay en el estilo californiano, o californiano-francés como lo llamo, porque el mundo iba en la dirección de Burdeos y Borgoña, no de nuestro vino ajerezado -dice-. Mi proyecto era imitar lo que estaban haciendo en Estados Unidos”.
En 1983 Nicolás compra lo que considera los mejores viñedos de Agrelo (Luján de Cuyo), y comienza a plantarlos con Cabernet y Chardonnay; además, contrata consultores internacionales, y no a cualquiera: Paul Hobbs, californiano y experto en Chardonnay; Jacques Lurton, oriundo del terruño con más experiencia en Cabernet: Burdeos (Francia). Y, por supuesto, compra muchas barricas francesas de roble de 225 litros.
La meta era clara: no inventar nada, sino hacerlo mejor que los franceses y que los californianos. “Al igual que Robert Mondavi, yo también le quería ganar a Burdeos”.
La primera cosecha del proyecto es la 89, pero no conforma a Nicolás. La revancha llega al año siguiente: “Ahí nos entró el miedo de que no lo íbamos a vender el vino, porque era un estilo muy diferente al de Saint Felicien, iba más hacia la fruta, no al sabor ajerezado. La cosecha 90 la destinamos casi entera a exportación y salió a la venta en Estados Unidos con la marca Catena Clásico... ¡y la vendí toda en 30 días!”
Un dato no menor fue el precio: el Chardonnay llegó a Estados Unidos a 13 dólares la botella y el Cabernet a 15. Entonces, el vino argentino más caro se vendía allí a US$ 2,95 y el chileno a 4.95; incluso un buen Cabernet de Napa no superaba los 10 o 12 dólares. “Fue nuestro importador el que nos sugirió ese precio: “Este vino tiene calidad para 15 dólares”, nos dijo. Y generó una imagen absolutamente nueva para el vino argentino, porque creo que cambió radicalmente la percepción de la calidad del vino no solo a través del vino sino de su precio”, sostiene Nicolás.
Los mejores barriles
Pero dejemos al Catena Clásico y volvamos al Estiba. “Me quedé con los 13 o 14 -no recuerdo bien- barriles del Cabernet de la cosecha 90 que habíamos identificado como los mejores, y los dejé en barrica 5 o 6 meses más, porque a mi me gusta el roble. Pensé “Lo voy a guardar para consumo familiar y de mis amigos”. No era muy racional esa idea porque eran muchas botellas, pero esta cosecha era toda una novedad: era la primera que íbamos a exportar, todo un acontecimiento para la empresa”.
Un día, corría 1991, Nicolás se juntó a almorzar con Mallmann en su restaurante Patagonia y le dio a probar el vino que había reservado para consumo personal: “Recuerdo que me impresionó muchísimo y le dije que tenía que ser el vino insignia de su colección –cuenta el chef–. Él pensó en el nombre, después se diseñó esa etiqueta tan linda y finalmente Marina Gayan [hoy la única master of wine argentina] hizo el estuche tan característico del vino”.
Fueron unas 4000 botellas las que conformaron la primera añada del Estiba Reservada, la 1990, que tuvo una excelente acogida. “Toda la investigación que hicimos en torno al Estiba mostraba que ganaba el nuevo estilo por sobre el que veníamos haciendo, así que entonces giramos toda la elaboración de nuestros vinos hacía ese estilo. Rápidamente la competencia hizo lo mismo”, cuenta Nicolás.
El estilo californiano-francés fue adoptado en la alta gama del vino argentino, y fue con ese estilo que la Argentina comenzó a hacerse un lugar en el mundo del vino. De eso da cuenta un artículo publicado en la prestigiosa revista Wines Spectator a poco del lanzamiento del Catena Clásico en los Estados Unidos, que destacaba solo 10 vinos “world class” en Sudamérica: 9 chilenos y un Argentino. El argentino llevaba el mismo Cabernet del Estiba.
Con una producción limitada (y precio alto) fue rápidamente adoptado como vino de culto. “El Estiba Reservada es mi sueño de juventud”, confiesa Alejandro Vigil, el segundo enólogo en estar detrás de su elaboración, tras tomar la posta que dejó José “Pepe” Galante en los años 2000. “El Estiba Reserva es la expresión más cercana a lo que entendemos como vinos bordeleses. Es además la elegancia y finura envuelta en Agrelo”, agrega.
A partir de su segunda cosecha, la 1991, y hasta la 1999, Estiba Reservada es un 100% Cabernet Sauvignon elaborado solo con las mejores uvas de la finca de Catena Zapata en Agrelo. “A partir del 2000 le agregamos muy pequeñas cantidades de Petit Verdot, Merlot y Malbec, tratando de imitar los blends de Burdeos. Y con el tiempo volvimos al Cabernet Sauvignon, y más recientemente lo único que le agregamos es un poco es Cabernet Franc”, precisa Nicolás.
"A pesar de ser un vino del que se elaboran muy pocas botellas -y se exportan aún menos-, se convirtió en una de las etiquetas argentinas más buscadas por amantes del vino y coleccionistas alrededor del mundo"
Andrés Rosberg, sommelier
Vino de culto
A ese aura de vino de culto contribuyó el ser un vino que no es presentado a la crítica internacional -“era un vino para la familia y los amigos”, justifica Nicolás-, así como también la particularidad de que solo se vende en Argentina... con dos excepciones: China y Brasil.
“Un día vino el dueño de la empresa que importaba nuestros vinos a China a visitar la bodega y nuestro error fue hacerle probar el Estiba Reservada -recuerda Nicolás-. Estaba yo y el tipo me dice “Quiero este vino”. “Mire es un vino para el mercado interno, no tengo mucho”, le dije. “Yo le compro todo lo que tenga, póngale el precio”. Era un tipo de muchísimo dinero, billonario, y se puso tan violenta la cosa que le dije “Bueno, le vamos a dar lo que nos queda”. Y el tipo se llevó el vino y lo vendió en una fortuna. No tengo forma de comprobarlo, pero me dijeron que vendió a 700 dólares la botella. A partir de ese momento, todo lo que le ofrecemos lo compra”.
El caso de Brasil es diferente. “Venían los brasileños a la Argentina, compraban el Estiba y lo revendían en Brasil. Entonces nuestro importador en Brasil me dijo “Mire, yo el mejor vino que usted tiene no lo tengo”. Y entonces empezamos a darle una pequeña cantidad, ¡y lo vende carísimo!”.
“A pesar de ser un vino del que se elaboran muy pocas botellas -y se exportan aún menos-, se convirtió en una de las etiquetas argentinas más buscadas por amantes del vino y coleccionistas alrededor del mundo -comenta el destacado sommelier Andrés Rosberg-. Pero me atrevo a pensar también que su impacto a nivel local no es menos importante. Nos enseñó que la búsqueda de la excelencia debe ser implacable e incesante; nos recuerda siempre el enorme potencial que tiene el Cabernet Sauvignon de Luján de Cuyo; y, por sobre todo, nos mostró que el vino argentino podía soñar sin miedo y en grande”.
Por su parte Nicolás, que fue quien soñó este vino, con cada nueva cosecha sigue guardando una partida de Estiba Reservada para él, para sus amigos y para sus 8 nietos.
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