Alimentación infantil. ¿Cómo comen hoy los chicos?
El regreso a clases y las viandas escolares nos dan la oportunidad de pensar estrategias para cuidar el paladar de los niños e instalar buenos hábitos en sus comidas
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Empezaron las clases y todo lo que viene con ellas. Solo escuchar la palabra “vianda” ya me da escalofríos. Trabajo mucho y pensar en la organización que requiere la idea de la vianda para la escuela por momentos me supera. Por un lado, porque armo propuestas balanceadas al milímetro que muchas veces vuelven a casa intactas. Y por el otro, porque si quiero simplificar solo veo paquetes de azúcar con harina, grasa y sal, envueltos en plástico individualmente. Y en el medio, uno hace malabares como puede. Lo que es seguro es que el regreso a clases vuelve a poner el foco en la comida fuera de las vacaciones, donde todo se descontrola un poco. Empecemos a despejar algunas cuestiones.
Primero: en qué recipiente mandamos la vianda es fundamental. A mí me gustan las telas con cera de abeja para envolver la comida, ya que no ocupan lugar, no son descartables y mantienen muy bien, pero a mi hija no le gustan en absoluto (creo que le dan vergüenza). Así que elegimos juntas qué recipiente sacaría de la mochila… y eso ayudó bastante. Lo que sea que usemos se acompaña siempre con una botella de agua con hielo que sirve de refrigerante durante el día.
Observá a tus hijos. Yo descubrí que si está entretenida o jugando o con sus amigos, mi hija come poco: quiere aprovechar el tiempo y enseguida sale corriendo. A las pocas horas, claro, saquea lo que encuentra. En cambio cuando se sienta tranquila, con hambre y atención, come mucho. ¿A qué voy con esto? A que la clave está en no mandar de más ni de menos. Pero no podemos focalizar en la vianda si no tenemos claro lo que pasa en casa.
Por otra parte, los niños no son tan quisquillosos, realmente. Es más la percepción general y el lugar que les damos para opinar sobre absolutamente todo. El mercado logró que los chicos crean que son clientes, que pueden elegir siempre y que las cosas se hacen a su gusto y pedido. De a poco es nuestro trabajo como padres (y no es una labor menor) deshacer ese camino. Volver a tomar las riendas de su alimentación, teniendo en cuenta que lo que les damos les tiene que gustar, que el placer es fundamental, que comer algo solo porque “hace bien” no alcanza si tiene gusto a cartón corrugado.
Otra cuestión que me preocupa: ¿por qué existe la “comida de niños”? Los más chicos deben comer lo mismo que comemos los adultos, simplemente que en otras proporciones o presentaciones. No se cocina aparte para los menores. No se compra algo diferente, no se los aparta del menú familiar. Un gusto que les den los abuelos o los tíos es otra cosa, pero comer, comemos todos lo mismo. Pensemos que toda una cultura del menosprecio al paladar infantil fue inyectada en la sociedad durante años, cuando en realidad los niños aprenden a comer por imitación, nos imitan a nosotros y a los buenos ejemplos que logremos poner cerca (también imitan a sus pares, claro, con malos hábitos).
Tampoco está bueno obligarlos a comer: incentivar a probar, siempre, pero no tiene que gustarles. Sí hay que dejar en claro que los gustos cambian y que más adelante le daremos otro intento a la remolacha, por ejemplo, que se lo merece con ese color increíble que tiñe todo. Los estímulos no son solo visuales, táctiles o auditivos, sino también olfativos y gustativos, por lo cual condimentar es fundamental, que la comida no sea siempre igual. Conozco niños que vienen a casa y creen que todas las milanesas son como las hacen en la suya, que todos los ravioles son de ricota y que solo se comen con crema. No pueden salir de ese encierro en su paladar porque no están acostumbrados al cambio, porque les resolvieron sus comidas por años con las mismas cinco herramientas.
Entonces: lo que queremos que coman es lo que más les ofrecemos. El desarrollo del paladar es paulatino y lleva tiempo, pero es una de las mejores herramientas para una salud a futuro más lógica. Intentemos que la comida real sea lo familiar, en el más amplio de los sentidos: lo que conocemos y lo que come nuestro círculo cercano.
Cierro con unos tips simples para recordar:
- Los adultos controlamos qué se compra y qué no. Si compramos y dejamos a mano lo que no queremos que coman nuestros hijos… no nos podemos quejar. Dejemos de comprar porquerías por reflejo.
- Los chicos no eligen el menú, eligen del menú que nosotros presentamos. Pueden elegir, por ejemplo, qué fruta comer.
- No es necesario dejar el plato vacío. El objetivo es que prueben, no que les guste enseguida. Y que coman lo que quieran, al igual que nosotros: un día repetimos, otro no terminamos nuestro plato.
- No subestimar su paladar, siempre en algún momento nos sorprenden. Que prueben todo, un mordisco, un bocado, no una porción. Por diversión.
- Los niños toman agua.
- El postre no es diario ni es premio. Es ocasional. El azúcar no es amor. La atención sí.
- Los chicos aprenden a comer imitando. O sea, comé bien vos. Si te salteás comidas, si picás cualquier cosa, si te atracás… te van a imitar.
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