Desde su inicio como un refugio gastronómico, hasta convertirse en una plataforma cultural que fusiona cocina, música, arte y la esencia de Los Reartes. Un espacio que combina las pasiones de su creador en un rincón donde la identidad y la gastronomía se entrelazan.
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La historia de La Tasca es una historia de transformación. Y sobre todo, de aprendizaje. Así lo resume Manuel Giannone, el alma detrás de un proyecto que es mucho más que gastronomía: además de una excelente cocina, acá hay una librería, una disquería con vinilos y cds -que se suman a una impactante colección propia de más de mil discos- y, recientemente, una galería de arte para difundir y potenciar a artistas locales. Por eso, a Manuel suelen etiquetarlo como un “gestor cultural”, aunque más allá de eso, La Tasca es su fiel reflejo: un muestrario de todo lo que lo apasiona. “Mi restaurante no es sólo un restaurante: hay una identidad muy marcada por las cosas que a mí me gustan que tienen que ver, específicamente, con el arte”, explica.
Se podría decir que Manuel encontró en La Tasca lo que vino a buscar, casi sin proponérselo. Antes de que él se pusiera al frente, este restaurante era una especie de secreto a voces en la zona. Una suerte de imán para buscadores de tesoros. Allí los esperaba Cecilia Russo, un personaje clave en esta historia. Recién separada, había armado un ranchito en un lugar apartado en Los Reartes, donde se puso en pareja con Dieter, un austríaco que se ganaba la vida pintando casas. Un día, allá por 1999, Cecilia lo estaba esperando con un asadito, cuando cayeron unos turistas preguntando dónde podían ir a comer. “Ella miró el asado… y se lo vendió”, ríe Manuel. “Ahí se dio cuenta de que esto podía ser un negocio, pero siempre fue muy informal, había que venir, tocar la puerta y ella te atendía como si fuera el living de su casa… ¡que de hecho lo era!”, agrega.
En 2010, Manuel pegó la vuelta de Europa y se instaló con su familia en Villa General Belgrano, donde regenteaban una pizzería y, luego, una casa de pastas, ambos locales ubicados en el centro. Embebido en un ritmo frenético, Manuel solía cerrar al mediodía y enfilaba los 10 kilómetros que separan a la Villa de Los Reartes para comer con Cecilia. “Ella siempre me decía ‘me estoy poniendo vieja, comprame esto porque vos entendés de qué se trata este lugar’, pero yo no lo veía todavía como una forma de vida posible”, cuenta.
Hasta que un día, casi sin pensarlo, accedió. Primero le alquiló el espacio y luego lo compró. Al principio, sostenía su emprendimiento en General Belgrano y, en paralelo, comenzaba su era en La Tasca. “Me di cuenta de que necesitaba bajar un cambio porque no estaba llevando un ritmo de vida que me gustara. El restaurante de la Villa me generaba un montón de cosas bonitas, pero en un momento no lo quería ver más. Entonces, me venía a La Tasca y hacía todo lo que en el otro no hacía”, comenta.
“Ella me cambió la vida”, dice, sin titubear. Cecilia murió hace cuatro años y sus cenizas fueron esparcidas allí mismo. “Me hizo transformarme en un gastronómico, dándome la oportunidad de tener tiempo libre para caminar, pensar y de ofrecer producciones artísticas, que es lo que siempre me gustó”, completa. El impacto de Cecilia fue tan grande que todavía cae gente preguntando por ella. “Caló muy hondo en la gente que busca estos recovecos aislados”, dice Manuel. Como el grupo de alemanes que, hasta la pandemia, eran habitués del lugar, adonde iban religiosamente todos los martes. “Luego de una nota que salió en Lugares en 2017, donde se contaba esa historia, mucha gente se acercó para conocerlos”, revela.
Declaración de principios
La era Gianonne de La Tasca comenzó formalmente en 2016, como un emprendimiento familiar. En ese momento, la zona no estaba muy desarrollada. El entorno no podía ser más ideal: una pequeña y acogedora construcción que, calle de por medio, tiene a sus pies el hermoso río Los Reartes. De entrada, la idea estaba bastante encaminada. “Ambiente de cocina y arte”, fue el primer lema que, desde entonces, quedó fijo. Entre la expertise gastronómica de Manuel y el aporte de la artista visual Gabriela López Trück, el espacio fue tomando forma. “Esto arrancó de forma muy lúdica, sin menú. Al principio se comentaba qué había para comer y para tomar. Teníamos básicamente tres platos: una sugerencia, una pasta y una carne, más una entrada”, recuerda.
Así, con un menú acotado y apostando al boca a boca, La Tasca comenzó a crecer. Manuel había leído una frase que lo había dejado impactado: “El paisaje tiene que ser tu alacena”. Entonces decidió escribir unos lineamientos, que a la luz de la secuencia de vida, fueron premonitorios: “Trabajar con productos de estación, agroecológicos -que en ese momento era muy difícil- y de productores locales. Otro lineamiento era ‘que los platos se terminen’, esto significa laburar siempre con productos frescos y cuando se terminan, se terminan”.
En el fondo, mientras tanto, Manuel atravesaba un cambio sustancial de vida: “Cuando comenzamos, dije ‘no hago nunca más una pizza’”. “En ese momento, estaba renegado, pero con el tiempo me di cuenta de que en realidad necesitaba abrirme y crecer gastronómicamente…. ¿cómo voy a renegar de la pizza? Estas paredes de La Tasca las pude comprar con tanta mozzarella que vendí. Fue una búsqueda que dio sus frutos”, agrega.
Al igual que Cecilia, al principio Manuel vivía en el entrepiso de La Tasca y el restaurante era, por definición, una prolongación de su vida cotidiana. En el salón empezaron a acumularse los vinilos que musicalizaban su día a día, mientras las paredes comenzaron a poblarse de cuadros que pintaba Gabriela. Y una gastronomía honesta, completaba la experiencia, en un ambiente cargado de identidad propia. A la propuesta se le fueron sumando shows en vivo, presentaciones de libros y una huerta.
El mundo interior
Siempre inquieto, Manuel fue cargando a La Tasca de todo su interior. “Siempre hubo arte circulando, cuadros de artistas locales que se exponían y vendían, pero siempre de manera informal. Ahora, presentamos la galería formalmente con una muestra de mosaico contemporáneo, a cargo de la artista cordobesa Guillermina Gómez y el maestro italiano Giulio Menossi”, cuenta.
También hay, en el resto de las paredes, una muestra permanente con artistas como Dante Montich, Fabio Egea, Mario Simpson, Raul Teppa, Cristina Santander y Crist. “Y no sólo eso: ahí adentro yo produzco, escribo y grabo un programa de radio, donde escuchamos discos enteros. Ahí está transparentado absolutamente lo que soy yo, con lo bueno y lo malo”, añade.
“¿Cuál es la identidad ahora? Y… hay que venir a verla”, invita, aunque revela: “Siempre tenemos algunos platos fijos, que cambian las guarniciones, y las sugerencias del día que se modifican periódicamente: en temporada baja, los fines de semana; en temporada alta, cada dos días”. Dentro de los destacados: la bondiola braseada con alcachofa horneada y ensalada y los crepes de vegetales en panqueques de remolacha y rúcula (rojo y verde).
Una experiencia humana
Manuel vuelve una y otra vez al concepto del paisaje como alacena para profundizarlo. “Compro los quesos y los dulces de leche de productores de Villa General Belgrano, los hongos de pino los recolectamos nosotros del bosque que tenemos acá, las gírgolas son de un productor de Los Reartes, el 80% de la verdura es agroecológica y también tenemos la huerta. Hacia eso vamos, lo gastronómico y lo artístico, sumado a la producción de espectáculos”, indica.
Pero Manuel no sólo espera a posibles comensales. Sabe que su espacio propone un marco para una interacción mucho más elevada: alguien que encuentra una pieza de arte para contemplar y emocionarse, un libro que buscó durante mucho tiempo o una canción que se escuchaba en su casa cuando era pequeño.
Es un hecho: la gente se acuerda de La Tasca porque el secreto es su identidad. De La Tasca no te olvidás. “A mí me gusta que haya una charla. La gente viene, le encanta el lugar, el río, todo. Después prueban la comida, y cuando se arma la charla, se interesan por mi vida y yo por la de ellos. Esa interacción es impagable. Hay gente que vuelve y me trae un disco o un libro. Es hermoso”, cierra.
Datos Útiles
Costarena Raúl Alfonsín s/n
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En temporada alta (enero, febrero, marzo y julio, abre de de 11 a 20.30 (cerrado los martes). En temporada baja, de viernes a domingos, de 11 a 19.
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