Federico Amores es argentino y lleva 17 años al frente de un negocio gastronómico que convoca multitudes en la playa del litoral catarinense más amada por los argentinos.
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Federico Amores (42) llegó a Praia do Rosa “porque quería escapar a algún lado”. Podría haberse ido a la Patagonia o a cualquier otro punto de Latinoamérica. Tenía 18 años, se había criado en Posadas (Misiones), vivía en Buenos Aires, y tenía la energía de quien está por vivirlo todo. “Vine a surfear y trabajaba, pero no demasiado”, confiesa Federico en un alto de sus tareas al frente de Lola, su restaurante en el centrinho de Praia do Rosa, a una hora y media de Florianópolis, al sur de Brasil. “El cambio era 2 por 1 y vivía bien”, agrega. Y cuenta que el bar de unos amigos y una pizzería fueron sus primeras experiencias gastronómicas, “hasta que apareció papá, que fue el inversor”.
Llevaba un año en Rosa y no daba señales de querer volver cuando su padre, Mario Amores, metalúrgico, lo fue a visitar para ver qué estaba haciendo. “Se enamoró de Rosa. Y encontró esta propiedad, donde hoy funciona Lola, con cartel de venta. No dudó. Por eso estamos acá”, dice Fede que entonces estaba entusiasmado con el proyecto, pero pensaba más en surfear que en montar un restaurante.
La inauguración fue en la temporada 2005/2006 y a todo pulmón. Abrieron todos los días del año, como hasta ahora. Y empezaron sirviendo pizzas y pastas, mientras dedicaban los inviernos –cuando la demanda baja notablemente– a hacer obra, decorar y poner a punto el restaurante. ¿Por qué lo llamaron Lola? “No sabemos bien. Hay una historia que dice algo de una abuela, pero es mentira. Lo cierto es que nos gustó que sonaba bien tanto en castellano como en portugués. Además, para darle seriedad al proyecto ¡algo tenía que poner en la carpeta que le prestaba a papá!”, ríe Federico.
Con el tiempo, Lola se convirtió en un ícono de de Praia do Rosa, esta playa que había sido plantación de mandioca hasta que en la década del 70 un grupo de hippie de Porto Alegre llegó para surfear. A las pizzas –que hasta hoy son un éxito–, se le sumó la propuesta de pescados, risottos y un wok –de camarones, de hongos y algunos más–. “Nos gusta que el ambiente sea relajado. Tenemos movida surfer”, comenta Fede que le debe sus conocimientos de cocina a la experiencia, más que a los pocos cursos que hizo en escuelas de gastronomía de Buenos Aires.
Sin embargo, no todo fue soplar y hacer botellas en la historia de Lola. “Tuve que alquilarlo un tiempo por un problema personal”, desliza Federico. Entonces amplía: “Perdí un hijo y quedé muy mal. No sabía qué quería hacer de mi vida y me tomé un tiempo”. Habla de la muerte de Francisco, su hijo mayor, que por entonces tenía 8 años. Cuenta que fue por muerte súbita mientras estaban en Córdoba, visitando familiares. “No hubo mucho para hacer, ni se supo bien qué fue. Pudo haber sido una bacteria extraña, cómo le pasó a la hija de Benjamín Vicuña y Pampita. Fue en la misma época, hace 11 años”, agrega Fede, que además es papá de Emma (10), y de Joaquina (5), que es fruto de su actual relación con Julia López Naguil.
“Me tomé algo así como tres años y unos chicos brasileños que trabajaban conmigo en la cocina agarraron Lola. Fue duro. Pasaba por la puerta y extrañaba mi lugar. No veía la hora de volver”, recuerda Fede que por entonces encontró una salida laboral y emocional como profesor en la escuela de surf de Capitao David, que es toda una institución en Praia do Rosa. “A Lola vienen muchas familias con hijos adolescentes y me recuerdan de aquella época. Los vi crecer”, dice Fede antes de introducir en la charla a Juli, que fue fundamental en el resurgir del restaurante.
Ella cuenta: “Llegué desde Buenos Aires hace 10 años. Unos amigos de mis padres tenían una posada y yo venía de vacaciones, primero, y luego a hacer temporada. Tenía 20 y estaba harta de la ciudad. Entonces me enamoré del lugar y de Fede. Lo conocí en la playa. Juntos volvimos a agarrar Lola para arrancar de nuevo. Había que renovar la energía. Pronto vino mi papá que es músico y productor, Raúl López Naguil, y nos convertimos en los primeros en tener una buena propuesta musical, con escenario, en un restaurante de Rosa”. Y agrega que su hermana Sofía es violinista y cada tanto toca en Lola. Al igual que Ramiro López Naguil, su hermano, baterista de El Indio Solari o incluso Gaspar Benegas, guitarrista.
“Con todo lo que me pasó aprendí a disfrutar más de las cosas. Incluso la filosofía de Lola cambió cien por cien. Ahora, más que nunca, cocinamos con cariño y nosotros atendemos a la gente. Tenemos un equipo grande, de treinta personas, que está hace muchos años. Rodrigo Aguirre, el chef, llegó hace diez. Y lo importante es que apostamos al grupo humano. Porque abrir y que te vaya bien está buenísimo, pero mantenerlo por 17 años, mucho mejor”, resume Fede.
Datos útiles
Lola. Queda, como la mayoría de los restaurantes, en la zona que comúnmente denominan centrinho. Tiene lindos balcones con mesas que dan a la calle. La fama se la deben a las pizzas, que tienen una versión para delivery con Lolita, que está a cargo de un uruguayo, Andrés Barriola. Además es variada la propuesta en pescados y mariscos. Los camarones apanados salen deliciosos. La música en vivo es súper agradable y en consonancia con el lugar. Abren todos los días a la noche, y los sábados y domingos suman el mediodía. Calle principal s/n. T: +55 (48) 99842-5831. IG: @lolarestobar
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