Es el territorio insular más grande de las Baleares, signado por su atractivo natural y patrimonial. Jorge Luis Borges estaba entre sus principales adeptos.
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A pesar de hallarse en pleno Mediterráneo, hubo un tiempo en que la mayor de las Baleares era un lugar remoto. Hasta que, en 1837, empezó a circular la primera línea regular de barco entre Barcelona y Palma –un viaje que requería unas 18 horas–, los viajeros no tenían más remedio que embarcarse durante casi dos días si querían pisar tierras mallorquinas. Lo contaba George Sand, la controvertida escritora de viajes y compañera del compositor Chopin, en el relato de los 95 días que ambos pasaron en una celda de la cartuja de Valldemosa en 1838. En su crónica Un invierno en Mallorca, Sand describía, en una narración, que, por cierto, no estaba exenta de ofensas a los nativos, cuán rural, plácida y aislada le parecía la isla.
Han pasado casi 180 años desde la visita de aquellos primeros turistas extranjeros –cuya lista engrosaron Rubén Darío, Miguel de Unamuno o Jorge Luis Borges– y, aparentemente, poco queda de aquella “isla de la calma” que tanto inspiró a poetas y pintores. El cambio llegó de la mano del boom del turismo en los años 60 y 70, el de Mallorca como isla de la primavera eterna, tal como rezan los carteles promocionales de la época, el de la proliferación de hoteles a pie de arena y el del puente aéreo entre Palma y Fráncfort, Berlín o Düsseldorf.
Mallorca cambió, cambió mucho, pero si uno agudiza los sentidos y se aleja de las costas más concurridas, descubrirá una Mallorca que sigue haciendo honor a ese subtítulo que le pusieron a principios del siglo XX. La isla de la calma sigue existiendo en muchos lugares y son numerosas las familias que perpetúan un modo de vida que les viene heredado de sus bisabuelos, de sus repadrins, como dicen aquí.
Conviene empezar por Palma, la capital, y arrancar el día con fuerza desayunando uno de los dulces más típicos y más exportados de la isla: las ensaimadas, ese bollo en forma de caracol que tiene tradición milenaria. Ya lo elaboraban los árabes y los judíos asentados en Mallorca en la Edad Media, aunque más tarde la receta sería modificada por los cristianos, quienes le añadirían la manteca de cerdo que hoy da carácter a esta adorada especialidad regional. La ensaimada es uno de los símbolos de Mallorca y, en el centro histórico de Palma, hay varias familias que las hornean desde hace generaciones, como es el caso de la pastelería Forn Fondo, que se inauguró en 1742 y que continúa regentada por la saga de los Llull. También Ca’n Joan de s’Aigo –una heladería histórica del siglo XVIII, dirigida desde hace 300 años por la misma familia– la sirve con café con leche para desayunar o merendar; y otro obrador más con prosapia es el Horno Santo Cristo, de 1910, que abrió una de sus tiendas en un bello edificio modernista.
Después del desayuno merece la pena estar entre los primeros para entrar a las terrazas de la catedral de Mallorca, un espacio de panorámicas privilegiadas que hasta hace bien poco tenía el acceso cerrado al público. En ellas, los visitantes pasean entre arbotantes y torres góticas, se acercan al rosetón mayor y sacan fotos de las vistas que, desde aquí arriba, alcanzan desde el Mediterráneo hasta la lejana Serra de Tramuntana, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La catedral tiene un exterior imponente, pero su interior esconde otro prodigio: la capilla del Santísimo. Unas paredes que parecen derretirse, una inmensa piel cerámica, casi orgánica, un espacio inquietante es el que creó el genial artista balear Miquel Barceló para este inusual sitio de culto. Para su realización, Barceló se dedicó en cuerpo –literalmente, usando sus puños– y alma durante siete largos años. Esta decoración tiene un referente cercano en el espacio y en la controversia: el arquitecto Antoni Gaudí, quien ya consiguió que muchos mallorquines se llevaran las manos a la cabeza ante su extravagante intervención en la misma basílica mucho antes, en 1914.
De hecho, la creatividad inusitada de sus habitantes (y visitantes) es algo de lo que siempre ha presumido la isla. Además de Miquel Barceló, que es uno de los artistas españoles vivos más cotizados, y del arquitecto Gaudí, también Mallorca fue el lugar escogido por el catalán Joan Miró, quien mantuvo una relación de amor con la isla que se perpetuaría a lo largo de toda su vida. El genial pintor estableció aquí su residencia definitiva, así como sus dos estudios: el Taller Sert y Son Boter, una casa típica mallorquina del siglo XVIII, destinada a la creación de esculturas y obras de gran formato, que hoy puede visitarse junto a la sede de la Fundación Pilar y Joan Miró, que atesora unas 5.000 piezas del artista. Casi nada.
Highlights rurales
El rostro menos conocido de Mallorca se esconde en ese interior campesino y tradicional al que no llegan la movida de la capital ni el bullicio de las playas. Hay que adentrarse por rutas estrechas que se dirigen hacia la imponente Serra de Tramuntana o cruzar el Pla de Mallorca para comprobar que esta es tierra de poblaciones rodeadas de árboles frutales, de señores que circulan sobre un tractor y de antiguos molinos que nos recuerdan que este siempre fue terreno agrícola. Quizás estén aquí aquella “isla de la calma” a la que se refería Santiago Rusiñol, el lugar sereno donde se retiró el místico mallorquín Ramón Llull y los paisajes que inspirarían a tantos poetas y artistas que lo visitaron.
Si desde las murallas de Palma uno se dirige hacia el oeste, dejando atrás el castillo de Bellver –una fortaleza de planta redonda y ubicación estratégica que se construyó en el siglo XIV–, llegará a Andratx, una coqueta población de casco antiguo empedrado que constituye la puerta de entrada al pausado interior mallorquín. Desde ella, sin perder la vista de la Serra de Tramuntana, una carretera revirada que discurre entre olivos y naranjos conduce hasta la muy pintoresca Valldemossa, el exilio perfecto para muchos mallorquines adinerados que en los meses calurosos huyen de las multitudes de la costa. Encaramada sobre una colina y siempre embellecida por el color de las buganvillas, Chopin fue uno de sus visitantes más ilustres: pasó aquí un año sabático acompañado por la mencionada escritora George Sand. Hoy, la Real Cartuja que se levanta en el centro de Valldemossa guarda celosamente algunos recuerdos de este músico ilustre y, en su honor, se celebra todos los años el Festival Chopin de música clásica. Pero la bella Valldemossa también fue el lugar escogido por Jorge Luis Borges para sus encuentros con el poeta local Jacobo Sureda, con quien trabajaría en el manifiesto ultraísta, así como en otros textos de la vanguardia literaria que se publicaron en la prensa española de su época.
Artesanías milenarias
Sóller es la siguiente escala en el mapa de localidades que convocan a los turistas; parte de su popularidad le viene dada por la permanente presencia en guías y revistas de viajes, pero también por sus muchas opciones de ocio. Es una villa bicéfala con un núcleo urbano en el interior y un puerto deportivo ya en la costa, donde los muchos visitantes hacen cola para comprar helados o para pasear a bordo de un histórico tranvía turístico.
Y es que Andratx, Valldemossa, Sóller... cualquier ruta por Mallorca suele incluirlas, pero lo cierto es que las más arraigadas tradiciones artesanales se esconden en otras villas que no son tan sonadas para el público en general. Ahí están, por ejemplo, Inca y Lloseta, que perpetúan un arte zapatero artesanal muy antiguo y de cuyos talleres proceden en la actualidad algunas de las más respetadas firmas de calzado español, como Albaladejo, George’s, Barrats, Bestard o la muy internacional Camper (cuyo nombre, en catalán, la lengua que se habla en Mallorca, significa ‘campesino’). Además del arte zapatero, en llenLloseta también se conserva uno de los tres últimos telares artesanos que perviven en Mallorca. Aquí, la familia Riera lleva cuatro generaciones dedicada al tejido de las telas de llengües o llengos, un arte que llegó a Italia y Francia en la época de la Ruta de la Seda. Estos tejidos son la variación local de los ikats orientales, una técnica milenaria de teñido y tejido que desapareció de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, pero que permanece vigente en países como Uzbekistán, Afganistán o Yemen. Y también en Mallorca. El ikat era un objeto foráneo que los isleños hicieron suyo y que acabó formando parte de las artesanías mallorquinas más preciadas; antaño, las familias nobles tapizaban sus butacas, cubrían sus camas y las paredes de sus palacios con estos llengos, que por aquel entonces únicamente podían permitirse las clases sociales más acomodadas.
Otra de las artesanías mallorquinas por excelencia es la cerámica y, en poblaciones como Pòrtol o Marratxí, se puede ver a los alfareros trabajando sobre los tornos tal como antes. Entre toda la panoplia de cuencos, platos y jarras de loza hechas a mano hay una pieza que es el símbolo indiscutible del arte en barro mallorquín, los siurells, unas figuritas-silbato modeladas en arcilla y encaladas en blanco que se venden por toda la isla. Hay algunos historiadores que sostienen que estos silbatos antropomorfos llegaron a Mallorca desde Creta en época de la civilización minoica, entre el 3000 y el 1450 a. C., y eso los convierte en un souvenir con solera como pocos.
Sabor mediterráneo
En el centro geográfico de Mallorca, hay otras localidades a las que muchos visitantes llegan pedaleando en bicicleta entre almendros y campos de cítricos. Ahí está Muro, que atesora una curiosa plaza taurina excavada en la roca; o Sineu, una antigua “villa real” con numerosas casas nobiliarias, palacios y monasterios color miel y un imponente campanario, el de la iglesia de Santa María, que en tiempos de piratas fue utilizado como torre defensiva. Más al sur están las fotogénicas Felanitx –villa hermana de la argentina San Pedro–, o Santanyí, refugio de numerosos escritores, que tiene unas cuantas calas escondidas, orgullo de los isleños.
Esta parte de Mallorca conserva algunos rincones de litoral intocado, sin atisbo de ladrillo ni hormigón en ninguna parte, a los que se llega andando, subiendo y bajando pedregales o cruzando vallas que alguien puso ahí para que no se escape el ganado. Son playas como las de Cala Figuera, Santanyí, Llombards, s’Almoina, Caló d’es Moro, Es Pontàs... verdaderas delicias mediterráneas fuera de temporada, pero que, por desgracia, están muy desbordadas en verano por obra y gracia de Instagram.
Otro paisaje de agua en esta parte del litoral sur es el Salobrar de Campos, un paraje de humedales que se extiende al norte de la playa de Es Trenc, donde ya los fenicios asentados en la isla extraían sal hace más de 2.000 años. En esta extensa área de humedal protegido, retozan los flamencos y, con sus balsas salineras, aún se extrae la Flor de Sal d’Es Trenc, uno de los referentes gourmet de la isla. Y, no muy lejos de aquí, el extremo más meridional de Mallorca es uno de esos finis terrae mágicos que siempre son un colofón perfecto para un viaje. Desde el Cap Salines y su magnífico faro, en los días claros se puede atisbar la vecina isla de Cabrera, la más desconocida del archipiélago de las Baleares. Hay que venir a primerísima hora o a última de la tarde, cuando las luces crepusculares tiñen de rosado el paisaje y uno se da cuenta de que esta isla merecerá otro viaje, o muchos. Si es que tenía razón Jorge Luis Borges cuando decía que Mallorca es un lugar parecido a la felicidad.
- La ciudad gótica. En las angostas calles del casco gótico de Palma, hay que adentrarse con los ojos bien abiertos. No hay que limitarse a las fachadas y a los recovecos de sus plazas, hay que fisgonear un poco más, ser curiosos y descubrir qué hay detrás de tantas puertas medio abiertas. Los patios palmesanos son todo un tratado de arquitectura de los siglos XIII al XIX; espacios que durante mucho tiempo permanecieron ajenos a las visitas y que hoy fascinan a quienes recalan en ellos. Los hay fastuosos, como Can Bordils o como el Palau Olesa, que es gótico, pero también renacentista y barroco; y los hay con un papel clave en la historia, como el de Can Vivot, donde se tramó la conspiración en favor de los Borbones durante la guerra de Sucesión. También hay patios que un día dejaron de serlo, como el de Can Fontirroig, que adquirió su techumbre en el siglo XIX; o Can Marcel, que hoy alberga un elegante local nocturno decorado al estilo de las películas de Visconti.
- Mediterráneo en estado puro. Las playas no son sólo para el verano. Fuera de temporada, los arenales de Mallorca liberados de las multitudes invitan a los paseos, a las tardes con un buen libro o a la simple contemplación. Entre los múltiples refugios de arena que tiene la isla, la costa occidental circundada por la Serra de Tramuntana presenta un paisaje de paredes vertiginosas y pequeñas calas abiertas al mar. Una de las más espectaculares es Sa Calobra, un minúsculo reducto de arena y guijarros flanqueado por muros verticales. Otras bahías recónditas en este litoral son Cala Tuent, Cala Sant Vicens, Port de Valldemossa y Port des Canonge. En la costa meridional, las playas tienen otro sabor: Es Trenc forma parte de una vasta área protegida frecuentada por numerosas especies de aves, aunque otras playas amplias y espaciosas son Sa Coma, Es Dolç o Es Caragol. En la zona norte y partiendo de Artà, se accede a Cala Torta, una playa de más de 140 metros de longitud en la que se practica el nudismo. Otros lugares para tomar el sol sin tapujos: Cala Bella Dona, Son Real o Cala Moltó.
- La cocina. Les pasa a todas las islas del Mediterráneo y Mallorca no es una excepción: por ella pasaron muchos pueblos, desde los fenicios y los romanos de la antigüedad, que legaron a la isla el tan mediterráneo placer por el vino y el aceite de oliva, hasta los hebreos y los árabes, que en la época medieval introdujeron un buen número de dulces al recetario mallorquín, entre ellos, la omnipresente ensaimada. Las influencias posteriores llegaron con los europeos que se asentaron en las islas Baleares, como italianos, alemanes o británicos, entre otros; la mallorquina es, en definitiva, una cocina de encuentros culturales. Entre los platos más populares están las sopas, una herencia medieval –ya las mencionaba el místico Ramón Llull en sus escritos– que hoy se puede degustar en forma de sopas escaldades o bullides, que tienen como base pan, ajo, verduras de temporada y aceite de oliva, a las que también se puede añadir carne o pescado. Por otro lado, las sopas de caldo con pastas (macarrones, fideos, etc.) fueron traídas por los italianos en el siglo XVII. En cuanto a las carnes, el cordero es el rey de Mallorca y se suele servir en guiso, frito –conviene probar el frit mallorquí–, al horno o en empanada. Respecto del cerdo, en la isla se cría una especie autóctona que se come en asados y con cuya carne y tocino se elabora el embutido más típico de Mallorca: la sobrassada, que tiene origen medieval.
- Vuelo en globo. Observar el despertar de Mallorca desde lo alto de un globo aerostático es una de las experiencias visuales más impactantes y románticas de todas las que pueden vivirse en la isla. El sutil vuelo está a cargo de pilotos altamente experimentados –fueron campeones de España y, actualmente, están terceros en el ranking nacional–, por lo que el visitante sólo tiene que preocuparse por fotografiar los primeros rayos de sol que acarician los campos de cultivo, las villas encaladas en blanco y las costas pedregosas que caracterizan este paisaje balear. Si bien no produce vértigo y el vuelo es muy suave (la cesta no se mueve ni balancea), si hay miedo a las alturas, la opción de contemplar la puesta de sol desde un velero también está disponible.
Datos útiles
Se puede llegar en avión o en barco a Palma. Ibiza, Menorca y Formentera también tienen conexión marítima. Evite la temporada alta.
Dónde dormir
Convent de la Missió. Este hotel de lujo se encuentra en pleno centro histórico, en lo que fueron las dependencias de un antiguo convento del siglo XVII de los padres misioneros paulinos. El anterior refectorio de paredes abovedadas es hoy el espectacular Art Bar y la vieja bodega se convirtió en un coqueto spa subterráneo. Las habitaciones son amplias, luminosas y decoradas con cierta sobriedad monacal. Desde € 250 la doble. Carrer de la Missió 7 A, Palma. T: +34 971 227 347.
Es Figueral Nou. Ubicado en una histórica finca rural mallorquina del siglo XVIII, este ecohotel a los pies de la Serra de Tramuntana fue concebido para ofrecer una experiencia sostenible y respetuosa con el medio ambiente. Su restaurante ofrece cocina casera con productos locales, algunos de los cuales proceden de la propia huerta propia. Desde € 245 la doble. Carretera de Montuiri a Sant Joan Km 7, Montuiri. T: +34 660 370 364. FB: Es Figueral Nou
Finca Dalt Murada. Pocas familias locales tienen la suerte de trazar su árbol genealógico desde los tiempos de la Reconquista de Mallorca en época medieval. Sí pueden hacerlo los Moragues, que transformaron la vieja hacienda familiar del siglo XIV en un alojamiento rural muy auténtico y colmado de antigüedades –retratos al óleo, espadas, mapas– que pertenecieron a sus antepasados. Desde € 150 la doble. Camino del Raiguer S/N, Binissalem. T: +34 696 404 929.
Finca de agroturismo Sa Carrotja. Pilar y Guillem decidieron convertir la casa familiar, una casa pairal de piedra del siglo XVI, para ofrecer 12 habitaciones con encanto que se extienden hasta lo que fueron los antiguos establos. Trato familiar, cocina casera y un patio rodeado de cítricos y buganvillas perfecto para olvidarse del mundanal ruido. Dobles desde € 145. Sa Carrotja 7, Ses Salines. T: +34 971 649 053.
Dónde comer
Gastroteca Mauricio. En el Mercat de l’Olivar, hay puestos de toda la vida que venden cerámica o esparto, fruterías y pescaderías, pero también espacios gourmet como este restaurante rústico donde se sirve la mejor cocina del mercado. El chef decide cada mañana lo que servirá ese día en el menú, como pescados de lonja recién sacados del mar y carnes kilómetro cero. Buenos productos y un horno de leña dan como resultado una cocina deliciosa y sin artificios. Plaça de l’Olivar 4, Palma. T: +34 971 213 808/ 619 71 91 05.
Cuit Bar & Restaurant. Es uno de los restaurantes del momento: con producto local de alta calidad y un chef con mucha creatividad. Miquel Calent logró adaptar la cocina tradicional mallorquina a las nuevas tendencias y, entre sus creaciones estelares, figuran el arroz cremoso con camarones rojos y la espalda de cordero asada. Situado en la planta octava del Hotel Nakar, ofrece vistas espectaculares de Palma. Hotel Nakar, Av. Jaume III 21, Palma. T: +34 871 510 046.
Marc Fosh. El cocinero británico fue uno de los pioneros en Palma que apostó por la alta cocina y obtuvo una estrella Michelin en 2014. Sus creaciones se basan en los productos de altísima calidad que le brinda Mallorca e incluso el aceite de oliva procede de su finca agrícola particular. Carrer de la Missió 7 A, Palma. T: +34 971 720 114.
Dins Santi Taura. Otro ejemplo de que en Mallorca se hace alta cocina con producto autóctono, esta vez de la mano del reputado Santi Taura, gran embajador de los sabores mallorquines que acaba de recibir su primera estrella. Su menú degustación en 11 pasos es todo un viaje por la isla. Plaça de Llorenç Villalonga 4, Palma. T: +34 656 738 214.
Adrián Quetglas. El chef nació en Buenos Aires y, después de trabajar en Londres y Moscú, llevó su creatividad hasta Palma de Mallorca, donde está al frente de un local en el que se fusionan los sabores internacionales con filtro mediterráneo. En su voluntad de acercar la alta cocina a todos los públicos, ofrece dos menús de precio razonable de cinco y siete pasos. Passeig de Mallorca 20, Palma. T: +34 971 781 119.
Zaranda. Cocina muy visual unida a sabores que fusionan lo local con lo exótico. El responsable de estos platos es Fernando Pérez Arellano, uno de los chefs de la nueva vanguardia culinaria española, con dos estrellas Michelin desde 2016. Ofrece tres menús –Hipodermis, Dermis y Epidermis– que son pura fantasía creativa. De julio a septiembre, de martes a domingo, de 19 a 21.30. Resto del año, de martes a sábado, en el mismo horario. Hotel Es Princep, Carrer Bala Roja 1. T: +34 971 722 000/ 680 60 25 80.
Paseos & excursiones
Mallorca prerromana. Antes de la llegada de los romanos a lo que hoy es España, las islas de Mallorca y Menorca estaban habitadas por los talaiots, una civilización contemporánea a los íberos que salpicó el archipiélago de construcciones en forma de poblats (poblados), talaiots (atalayas) y taules (espacios ceremoniales). En el levante mallorquín, quedan algunos vestigios de esta cultura en Son Bauló, Son Real, Cova de Sa Nineta, Ses Païsses o Son Olesa.
Vinos con denominación de origen. El vino se elabora en la mayor de las islas Baleares desde hace milenios y en la isla existen dos denominaciones de origen, la DO Binissalem-Mallorca y la DO Pla i Llevant de Mallorca. Ambas utilizan variedades de uva autóctonas, como el Manto Negro para los tintos y el Prensal Blanc para los blancos. Muchas bodegas abren sus puertas a los visitantes para conocer el proceso de elaboración y participar en catas o degustaciones con productos locales.
Fundación Es Baluard. El rastro del artista Joan Miró y de otros genios plásticos como Miquel Barceló se puede seguir por varios rincones de la capital y también en el interior del imponente baluarte de Sant Pere –la antigua muralla renacentista de la ciudad–, donde se encuentra este museo de arte contemporáneo de Palma. En sus salas conviven ilustres del siglo XX, como Pablo Picasso, Antoni Tàpies o el argentino Francisco Bernareggi, con otros artistas de vanguardia, como Rebecca Horn o Marina Abramovic. Plaça de la Porta de Santa Catalina 10, Palma. T: +34 971 908 200.
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