Con la misión de cumplir el sueño del abuelo que instaló a la familia Manzur en la Quebrada de Humahuaca, la bodega El Bayeh creó un vino sobre la base de la producción de uvas de parras de pequeños productores. En su quinta vendimia, los Manzur volvieron a apostar por un gran evento que combinó arte, gastronomía y vinos, con el objetivo de seguir instalando una nueva tradición en la zona.
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“Ahora van a conocer el patio más lindo del mundo”, avisa Daniel Manzur, a bordo de su camioneta, mientras estaciona en una esquina de Maimará. Ahí nomás, cruzando el Río Grande, se levanta el bellísimo cerro Paleta del Pintor, exactamente el paisaje que Don Egidio Sajama mira todos los días desde hace 80 años. El parcelero aparece desde una terraza, donde está acomodando unas cañas secas para hacerle un techo nuevo a su galería repleta de malvones florecidos y plantines de todo lo que crece por acá. Don Egidio camina por entre su Edén, testimonio de otra época: pequeñas plantaciones de maíz, un viejo nogal, una higuera y un ciruelo, flores de conejo y claveles -que vende para llevar al cementerio-, una huerta con morrones, cebollas, locotos, sandías y cayotes. “Qué sería de mí sin esta tierra”, se pregunta, sin esperar la obvia respuesta. Daniel lo abraza y lo anima a mostrar su vieja parra, de donde este año sacaron entre 400 y 500 kilos de uva criolla. “Esta planta tiene como 150 años”, arriesga Don Egidio. “No sé si voy a llegar a esa edad, pero… ¿sabés por qué estoy tan bien? Planto ruda en todos lados, siempre tengo un perro negro y todos los días tomo sopa de frangollo”, receta este hombre de familia numerosa: nueve hijos, 18 nietos y 12 bisnietos.
En historias como esta está el secreto del vino que lograron en El Bayeh, la bodega de la familia Manzur, que este año celebró su quinta vendimia con un festival (por segundo año consecutivo) que está sentando las bases de un nuevo atractivo de la Quebrada de Humahuaca: una experiencia enológica, artística y gastronómica, que incluyó menús de la reconocida chef Dolli Irigoyen, junto a cocineros referentes de diversas regiones del país: Florencia Rodríguez (Nuevo Progreso, Jujuy), Daniel Hansen (Flor del Pago, Jujuy), Vanina Chimeno (María Antonieta y Orégano, Mendoza) y Toti Quesada (Néctar, Buenos Aires). Un evento que se repartió entre la finca familiar de Maimará y el hotel El Manantial del Silencio, en Purmamarca, pero que tuvo que privarse de una visita a Casa Mocha -ubicada en Huacalera-, también propiedad de los Manzur, por las inclemencias climáticas.
El legado libanés
“El sueño de mi abuelo Pedro era tener un viñedo”, cuenta Daniel, parado entre las hileras, en el comienzo de un recorrido por la hermosa bodega inmersa en la inmensidad y los colores de las montañas humahuaqueñas. Pedro era hijo de Boutros El Bayeh, un comerciante originario de El Líbano que había llegado a la Argentina en 1926. “El apellido es una deformación de ‘Mansour’, que era el nombre de mi tatarabuelo”, explica.
En 1971, los Manzur compraron la Finca Ollantay, en Maimará, y se convirtieron en productores hortícolas y también en distribuidores. Con los años, la familia se abrió también al negocio de la distribución de bebidas de la mano de Daniel y Fernando, hijos de Pedro. Los sueños vitícolas del abuelo seguían latentes: con ese anhelo incumplido a cuestas, fue la cuarta generación de los Manzur la que se propuso concretar el deseo de quien había sentado las bases de esta familia en la Quebrada, 60 años antes.
Fue en 2018 cuando Daniel -hijo- y Rocío decidieron finalmente plantar uvas Malbec, Cabernet Franc, Chardonnay y Sauvignon Blanc. “Pero la verdad no teníamos mucha idea de qué estábamos haciendo, ni qué iba a salir, fue todo de manera intuitiva”, reconoce Rocío. “Hasta que dimos con el enólogo Matías Michelini, que nos ordenó todo”, agrega.
Michelini camina con ritmo cansino por entre un sendero flanqueado por álamos que desemboca en una tranquera. Del otro lado de la calle, en la última sección de la finca antes de toparse con el Río Grande, está lo que quiere mostrar: la parra que dio origen a todo esto y que encendió “la lamparita”. Cuando Michelini llegó hasta la Quebrada de Humahuaca para asesorar a los Manzur, lo atribulaba un pensamiento: ¿para qué hacer malbec acá? Por eso, cuando se topó con esta vieja parra que había plantado el abuelo Pedro -el mismo que soñaba con los viñedos-, no tuvo ninguna duda: el vino tenía que salir de los parceleros de la Quebrada. Una idea disruptiva, arriesgada, pero llena de vida y de respeto por un concepto sacro en el mundo del vino: la fidelidad máxima con el terroir.
“Nos pidió que saliéramos a buscar parceleros, vecino por vecino… ¡era una locura!”, recuerda, entre risas, Daniel. A pesar de la dificultad logística que representaba este pedido, los Manzur se calzaron el traje de emprendedores empedernidos y exprimieron al máximo esa condición: pronto consiguieron 10 mil kilos de uva criolla. Michelini no lo podía creer. “Cuando me dijeron que tenían esa cantidad para trabajar, ¡me quería matar!”, agrega, complementando la anécdota. “Queríamos hacer pruebas, pero con esa cantidad ya teníamos que ponernos a hacer vino”, dice.
¿Cómo hicieron los Manzur para quebrar la desconfianza de los parceleros que solían vender sus uvas en el mercado local para consumo? Para responder esta pregunta, Daniel saca su celular, busca en el archivo de audios y pone el volumen al máximo: “¡Atención familias de la Quebrada de Humahuaca! Si usted tiene uvas en casa, negras o blancas, de diferentes tamaños, escuche bien: familia de Maimará busca y quiere comprar uvas criollas de cualquier tamaño. Nosotros llevamos la gente, los cajones, las cosechamos y retiramos de su domicilio. Un cajón… ¡o mil cajones! Escuche bien: pagamos de contado al mejor precio. Señor, señora: esta es su oportunidad de ganar dinero, ¡antes de que se la coman los pajaritos!”. Así, con este aviso que pasaban en las radios locales y también en un altoparlante que iba recorriendo cada una de las localidades, los Manzur lograron de hacerse de un caudal de uvas que provienen de unos 70 parceleros y que dan origen al vino emblema de la bodega: un blend al que denominaron “Pequeños Parceleros”, con sus distintivos de Purmamarca, Tilcara y Maimará, pero que pronto quedarán unificados bajo la referencia de la Quebrada de Humahuaca.
“Matías (Michelini) nos abrió la cabeza, nos permitió entender esta tierra y el viñedo de otra manera”, explica Daniel. “Las uvas criollas fueron predominantes hasta que llegaron las cepas europeas, por eso nosotros queremos recuperarlas y revalorizarlas”, añade. La reconocida sommelier Agustina de Alba celebra esta decisión. “Son vinos con una personalidad única”, sentencia, todavía conmovida luego de una visita a parceleros, como Don Florentino y Don Pilar.
Además, la familia Manzur aprovechó la oportunidad para recuperar y honrar su apellido original, El Bayeh, que además fonéticamente resuena como “el valle”. Todo un círculo que empieza a cerrarse gracias al plan de cumplir deseos postergados de generación en generación.
La vendimia
Los festejos de la bodega comenzaron el viernes 15 de marzo, en el hotel Manantial del Silencio, con la gastronomía como coprotagonista de un atardecer adornado por una pared de flores de cosmos, con las montañas de fondo y la música en vivo de El Cuarteto Divergente, el conjunto de cuerdas liderado por Alejandro Terán. Sobre una larga mesa hubo un despliegue pantagruélico -denominado Mesa Encantada- de productos frescos de la zona, platos típicos -elaborados por Toti Quesada, Vanina Chimeno, Daniel Hansen y Florencia Rodríguez con maridaje de Matías Michelini y Daniel Manzur- y quesos de La Huerta Tambo.
Las actividades continuaron al día siguiente con una visita conceptual en la bodega El Bayeh: un paseo que comenzó por las viñas y terminó, justamente, donde el vino toma su forma final. Allí, Daniel contó detalles sobre cómo es producir vinos en este lugar atípico para la cultura vitivinícola de la Argentina, reveló los arduos trabajos para cuidar religiosamente el agua (“acá, el que manda, es el Río grande”, señaló) e indicó que, una vez en bodega, el vino de El Bayeh recibe “una mínima intervención”. “Todo se produce de manera orgánica, con levaduras nativas, para luego estacionarse uno o dos años en barricas de roble francés o en ánforas”, agregó.
Durante la experiencia guiada por Agustina de Alba, llamada “Hola Cata”, hubo un momento para reflexionar acerca de las particularidades de este vino, producido en un terroir único por su mezcla de suelo, clima y cultura. Luego fue el momento para degustar, en el patio del hotel que la bodega inaugurará pronto, un almuerzo elaborado por Dolli Irigoyen -en conjunto con Florencia Rodríguez-, que incluyó un cocktail previo (mini causa de trucha, hojas de parra con queso, tamalitos de maíz con alioli, entre otros), amuse bouche (niños envueltos con quinoa, tahine y granada, maridado con un Pequeños Parceleros Criolla de Maimará 2021), un primer plato (humita, chutney de tomates, pickle de cebolla y pan de papa, junto a un Don Pilar 2021), y un plato principal (cabrito arrollado con papines andinos, gremolata de limones en conserva, con un malbec de la bodega, cosecha 2022). De postre, una selección de quesos de cabra con dulces regionales y un exquisito helado de cayote. Como cierre de la jornada, y con la Paleta del Pintor de fondo, El Cuarteto Divergente, Rocío Manzur y Re-White musicalizaron un atardecer imperdible.
Para el cierre de la triple jornada hubo una gran feria de vinos, tapas y fiesta electrónica donde los bodegueros y productores de Jujuy -en especial de la Quebrada de Humahuaca- compartieron sus proyectos y los sabores auténticos de la región.
“Estamos profundamente agradecidos y felices por haber realizado el Festival de Vendimia de El Bayeh 2024. Nos llena de alegría que nos hayan acompañado tantos talentos. Compartir nuestro Jujuy y la magia de la Quebrada de Humahuaca es muy especial para nosotros. Muchísimas gracias por la cálida acogida, la gran convocatoria, la alegría y la compañía que hemos recibido”, culminó Rocío.
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