El precursor que llevó la electricidad a Cafayate y alquiló parte de su casa para que hicieran una escuela, hoy es recordado por su bisnieto Ramiro Trunsky, y Paola Marcon, su compañera, a través de una bellísima casa cultural en la ciudad salteña.
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De Ramiro a Pedro hay un árbol genealógico con numerosas ramificaciones. Hay, además, historias que se construyeron en dos continentes y cuatro ciudades: Líbano, Salta capital, Buenos Aires y Cafayate. Y, sobre todo, hay dos personas que se aventuraron en la bella y ardua labor de traer al presente el nombre de alguien que construyó gran parte del pasado. Ramiro Trunsky y Paola Marcon se conocieron en 2001. Los dos vivían en Buenos Aires, tenían veintipico y habían llegado, a través de conocidos, a un espacio de meditación. Se vieron y se gustaron. “Vos de meditación tenías poco”, es el chiste que él siempre le hace. “Pao es un volcán. Es una hacedora, una máquina de hacer cosas. Una tana que se pone al hombro todo”. Es arquitecta y la que ideó parte de la reforma de la casona que Pedro Lavaque le había comprado a un comerciante chileno. Ramiro es músico y poeta, tal vez por esa transmisión que se da entre las personas amadas, por algo que hubiera heredado de su madre adoptiva, la cantante lírica Dorabla Trunsky.
Los dos, Paola y Ramiro, decidieron armar un proyecto juntos. Él pasaba sus vacaciones en Cafayate, en la casona familiar, el año en el que se conocieron, viajó con Paola. Tenían un “plan” bajo el brazo. Un master plan, como dice él. El proyecto integraría posada boutique, arte, tertulias literarias, workshops de yoga y gastronomía. Fue un proceso que llevó veinte años y demasiado trabajo, planificación. De algún modo diversificaron lo que había iniciado aquel hombre que había llegado de Líbano a “echar luz sobre Cafayate”, que se dedicó a la viticultura, a las curtiembres, al negocio eléctrico cuando aquello podía resultar –y resultó– una verdadera travesía. Pedro Fortunato Lavaque, alguien que tuvo un “quehacer intenso y fructífero” –como describe un artículo de El Tribuno, del 78–, y que dejó una importante descendencia.
Genealogía familiar
Empezamos –casi– por el principio. Nació en Líbano un 16 de agosto de 1878 y tuvo cuatro hermanos: Manuel, Félix, Salomón y Elías. En 1882, viajó en barco a la Argentina con su padre y su hermano Manuel que, en la década del 30 (1930), fue uno de los dueños de la bodega que hoy se conoce como Vasija Secreta. Luego llegarían al país la madre y el resto de los hermanos. Se establecieron en Cafayate cuando aquello era un paraje, se contaban pocas familias –entre esas Michel Torino, Peñalva Frías, Nanni, Etchart–, y no había luz eléctrica. Alquilaron, y luego compraron, una tienda de ramos generales frente a la plaza principal. Una mañana, Pedro –ya adolescente– estaba detrás del mostrador cuando entró al almacén Isaura Aramayo, una muchacha que lo flechó, “parece que la vio entrar en el negocio que tenían y se enamora a primera vista”, dice Ramiro. Con Isaura tuvieron cinco hijos varones y tres hijas mujeres: Humberto, Rogelio, Pedro, José Víctor, Orlando, Lidia, Sara, Isaura.
Lidia Lavaque, la primera de las hijas, se casó con Salomón Trunsky, un mecánico dental que también había sido Senador Nacional por la UCR en la presidencia de Arturo Frondizi. Lidia y Salomón tuvieron cuatro hijos: Orlando, Hugo, Juan Carlos y Doralba. Juan Carlos, hijo de Lidia y Salomón, se casó con Lilia Adriana Diguero, y así nacieron Gonzalo y Ramiro Trunsky. Pero al año de edad de Ramiro, Juan Carlos y Lilia murieron en un accidente y los hermanos quedaron bajo la tutela de Doralba Trunsky, la hermana de Juan Carlos, una de las personas más importantes en la vida de Ramiro, “Nos dio tanto amor esa persona que yo la quiero con toda mi alma”, dice él. Así es el hilván genealógico desde Pedro Fortunato Lavaque a Ramiro Trunsky.
Todo comienza con la luz
Quien hace una travesía, puede hacer dos. Probablemente, y aunque tuviera cuatro años en aquel entonces, el haber hecho un viaje de Líbano a Argentina, le dio osadía suficiente para emprender un negocio que cambiaría la vida de un pueblo: llevar luz eléctrica a Cafayate. En 1920, Pedro compró un grupo electrógeno en Buenos Aires. Una vez que el enorme aparato estuvo en Salta capital, necesitaron veinte días para sortear el río Calcahquí, siguiendo su cauce, hasta llegar a Cafayate, “era ir cruzando el río todas las veces que sea necesario hasta llegar acá. A caballo, ¿no es cierto? A caballo, a carreta, ese tipo de cosas... él hace toda una gesta desde Salta para acá, en esa época donde no había camino”, dice Ramiro. El Tribuno lo narra de modo épico, “...llegó con la usina portátil transportada en una tropa de carros tirada por bueyes y mulas, siendo entusiastamente recibido por la población. Lo hizo portando una bandera argentina en una mano y la árabe en la otra, montado en un brioso corcel”. La usina eléctrica se instaló frente a la casona que Pedro había comprado -hoy corazón del proyecto de Paula y Ramiro-. Funcionaba entre las seis y media de la tarde y las ocho y media. “Eso es muy importante”, dice Ramiro, “mi abuela Lidia, una de sus hijas... ella siempre contaba que qué lástima que en Cafayate no hay un lugar que lo nombre, una calle, porque había sido muy importante eso”.
La escuela y las tertulias
Pedro Lavaque, el padre de ocho hijos, sufrió la muerte temprana de su esposa Isaura, en el parto de la octava hija. Entonces, Pedro le alquiló a la Municipalidad de Cafayate parte de la casa en la que vivían para que el municipio hiciera una escuela. Escuela a la que, oportunamente, fueron sus hijos. “Mi abuela Lidia, me acuerdo que decía, “Yo acá estudiaba, este era el patio, lo que es la despensa ahora, era el salón de actos”. Esa casa, que había sido escuela, que también había funcionado como tejeduría, se transformaría en un lugar de tertulias culturales. Doralba Trunsky, una de las nietas de Pedro, vivía en Buenos Aires, trabajaba en la biblioteca del Congreso de la Nación, era parte del coro polifónico de la ciudad y se formaba como cantante lírica. En el año 77, sus sobrinos Ramiro y Gonzalo se van a vivir con ella a la gran ciudad, y en el 92, cuando ellos fueron más grandes, Dorita -así la llama Ramiro-, regresó a la casona de Cafayate, con su trayectoria y belleza lírica, con repertorios en francés y en alemán. Fue ella quien hizo la primera reforma de la casa y empezó a organizar una serie de tertulias musicales donde se podía escuchar ópera, tango, boleros y música de cámara. “Era el placer de ella”, dice Ramiro. “Fue una persona muy influyente en nosotros. Ella no se casó, tuvo muchas parejas, muy noviera. Pero no se casó. No sé si fue por nosotros.” A los veintidós años, Ramiro habrá escuchado cantar a su madre, y es probable que aquellas melodías fueran inspiración para los versos que él escribió, y que publicó en el 2021, en su libro de poemas “Sintonía”: “¡Canta, Alba..! / ¡Canta..! / ¡Como a vos / te gusta cantar! / Entre arias y canciones / la cabecita se te va.
La apuesta integradora de Paola Marcon y Ramiro Trunsky
En el 2002, cuando Ramiro viajó a Cafayate con Paola, decidieron abrir una hostería ahí donde Dorita había hecho las tertulias, donde habían funcionado la escuela y la tejeduría. A Paola aquello le pareció la mejor conjugación de todas: el futuro perfecto. “Me encantó la idea. Veía todo por hacerse en Cafayate”. La enorme casa se fue refaccionando en un proceso que llevó dos décadas y una buena idea, la de hacer un multiespacio. Un “ramos generales” aggiornado a Ramiro y a Paola. Ella se encargó de la parte arquitectónica, el diseño de interiores y de objetos. “Empezamos con el hotel Vieja Posada, y empezamos a abrir, abrir, abrir”, dice él. Hoy, es un predio que tiene entrada por dos calles de Cafayate: Calixto Mamaní, el ingreso a Vieja Posada, y Camila Quintana de Niño, para llegar a la Casa Cultural Pedro Lavaque, la gran apuesta y homenaje al bisabuelo precursor.
La propuesta ofrece un hospedaje boutique entre jardines y galerías, en el que también se pueden vivir experiencias de diferentes tipos -work shops, retiros de yoga, relax y disfrute-; el restaurante La Despensa, “porque tiene que ver con esta despensa que tenía el bisabuelo, con el abastecimiento de conservas”, un espacio que innova, pasando por una cocina que utiliza diferentes harinas, panes con masa madre, talleres de gastronomía y eventos culturales; y por fin, la Casa Cultural Pedro Lavaque, donde se exponen obras de arte y se ofrecen artesanías seleccionadas y bellísimas. Una casa, a la memoria del gran hacedor, Pedro Fortunato Lavaque.
Datos útiles
Casa Cultural Pedro Lavaque. Es el núcleo de este multiespacio. Artesanías de calidad, obras de arte y muestras se pueden ver y comprar en la casa cultural. Abre los días martes, miércoles, jueves y viernes de 17 a 21 hs, sábado y domingo de 10 a 13 hs, lunes cerrado. Camila Quintana de Niño 82. T: (0540387) 412-8174. @casaculturalpedrolavauque.
Vieja Posada. Es un hospedaje 11 habitaciones; además está la Casa Lavaque, un espacio boutique con 5 habitaciones. Todo comparte galerías, jardines y piscina. Calixto Mamaní 87. @viejaposadacafayate.
La Despensa, cocina y cultura. Es un restaurante que ofrece diferentes propuestas gastronómicas, eventos culturales y talleres de cocina. Ahí también se sirve el desayuno de Vieja Posada. Calixto Mamaní 87. T: (0540387) 15 410 7337. @ladespensacocinaycultura
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