Diego de Risi Camardón y Constanza Dozo Moreno son los dueños de María Justa, un lugar que no solo ofrece exquisita gastronomía, sino también la oportunidad de sumergirse en la belleza natural de Pueblo Edén, con senderos, aguas cristalinas y una propuesta artística que captura la esencia misma del entorno.
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No es fácil cumplir los sueños, pero Diego de Risi Camardón y Constanza Dozo Moreno tienen una posible receta: no sobreanalizar demasiado y mandarse, tirarse a la pileta, nadar en la incertidumbre. “Si te ponés a hacer un estudio de factibilidad de todo, no terminás haciendo nada”, dicen, sin dudarlo. Sobre esa base, lograron reinventarse después de los 50 para darle forma a un sueño que había nacido 28 años atrás, cuando se conocieron y decidieron formar una familia. Hoy, esta pareja (ella, escultora y artista plástica; él, arquitecto y chef) está al frente de un hermoso restaurante, María Justa, ubicado en Pueblo Edén, en medio de las sierras uruguayas y a 45 minutos de Punta del Este. “Queríamos tener un lugar donde cada uno pudiera volcar sus obsesiones y deseos”, resumen.
El arribo a la llamada “toscana uruguaya” estuvo atravesado por una serie de hechos fortuitos. O no tanto. La búsqueda los había llevado por distintos lugares de la Argentina. Pasaron por Córdoba, San Luis y gran parte de la Patagonia. Pero “el agua no aparecía”, dice Diego. “O, si aparecía, no se terminaba dando”, aclara. Hasta que, un día, Constanza vio en Internet una imagen de una cascada en Uruguay. Le llamó la atención. Doble click y aparece un paisaje inesperado, un “verdadero Edén”. Sintieron en el cuerpo que, tal vez, podía ser la oportunidad. Se subieron al auto, viajaron durante siete horas y llegaron dominados por la incredulidad. El flechazo fue inmediato. “Nos encantó”, recuerdan.
Luego de la compra, el proyecto quedó un poco en stand by, durante cuatro o cinco años, mientras Diego continuaba con su trabajo como arquitecto y diseñador de stands para ferias en todo el mundo, y Constanza con sus muestras en distintas galerías. Hasta que llegó la pandemia. De un mes para el otro, se instalaron en Pueblo Edén, contrataron a un constructor y encararon la obra. El parate generalizado, a contramano de lo que suele pensarse, fue el combustible necesario. Claro que nada estaba librado al azar. Durante años habían recolectado retazos de cada lugar que visitaron, rincones y restaurantes, decoraciones y visuales que los inspiraron a lo largo de la vida.
El homenaje a una abuela
Arrancaron la obra el 1 de agosto del 2021 y cinco meses después, el 10 de enero del 2022, María Justa abría sus puertas en una construcción de wood framing, completamente integrada al entorno: madera, hierro, vidrio y chapa. ¿De dónde provenía este sueño tener un restaurante propio? En el mismo nombre del espacio está la respuesta. “María Justa era mi abuela por parte materna y ella materializó mi amor por la cocina”, cuenta Diego. De hecho, todo el espacio (y parte del menú, como una ensalada llamada “María Justa”) es una suerte de homenaje a ella.
Pero además, según comenta Constanza, Diego nunca había dejado de crecer como cocinero, aún sin saber que terminaría al frente de una cocina: “Pasaban los años y cocinaba cada vez mejor, entonces siempre era un comentario recurrente de amigos y familiares: ‘Dieguito, ¿cuándo vas a abrir tu propio restaurante?’”. Constanza tenía un plan en mente y lo ejecutó en sigilo. Aprovechando un viaje de trabajo de Diego, decidió inscribirlo sin que él supiera en la escuela del Gato Dumas. “Lo llamé un día y le conté, ¡no entendía nada!”, revela. “Pero bueno, la traba era que él sentía que no estaba capacitado para ser un chef profesional, así que ya no había excusas”, agrega, entre risas. Constanza estaba tan convencida que, incluso, le propuso reemplazarlo en las clases que se perdiera por viajes de trabajo. “Al final trataba de no perderse ninguna…. y cuando fuimos a buscar el diploma, fue una linda sorpresa: le dieron una medalla de honor al mejor promedio de la Argentina. Disfrutó mucho el proceso, para él esta carrera es una pasión, la arquitectura tiene más que ver con un mandato familiar”.
En la cocina de María Justa -donde sólo reciben a clientes con reserva- hay una combinación de “todas las experiencias que incorporé en el mundo”, según explica Diego. Su fanatismo por la comida lo llevó a probar todo: desde carritos en la calle hasta restaurantes exclusivos. “Todo eso se vuelca en el menú”, enfatiza, y pasa a detallar la propuesta: “Tenemos un menú fijo de varios pasos, que va mutando, pero algunos son más o menos fijos: recibimos a la gente con un trago que se llama elixir, basado en un almíbar de naranja, vino blanco y algunas frutas. Después, una focaccia con humus, con chorizos ahumados; un plato de mariscos y frutos de mar, basado en gravlax con una salsa agria y ciboulette; unos langostinos al ajillo; una espuma de palta, con un aire de lima; luego, un gazpacho; y cerramos con un cordero al curry con arroz basmati; también tenemos un risotto de setas con azafrán. De postre: mousse de chocolate o peras al bourbon. Por supuesto, siempre hay café, té, y alguna bruschetta de morcilla con miel fusionada en romero o buñuelos con acelga de la huerta”.
Paisajes inesperados
Pueblo Edén lugar es tan inexplorado que, cuando los clientes llegan, quedan imantados por el paisaje. En la propuesta de María Justa también hay senderos para bajar hasta el arroyo de aguas cristalinas, donde es posible bañarse, y donde hay una gran mesa para grupos grandes que quieran disfrutar de un asado campero a la cruz. “Lo que termina pasando es que mucha gente viene a comer, pero también a pasar el día para recorrer la sierra o dormir una siesta en las hamacas paraguayas que tenemos en el bosque nativo”, cuenta Constanza. “En invierno hacemos propuestas de senderismo con recolección de hierbas nativas y medicinales. Tenemos una huerta y gallinas que nos dan unos huevos espectaculares”, agrega.
Para ella, este sitio fue la confirmación de un rumbo que había elegido para su orientación artística, más vinculada con el entorno y la naturaleza. De los senderos y el bosque, Constanza recolecta flores, hongos y cortezas. Su atelier se transformó en una suerte de laboratorio, donde comenzó a investigar los líquenes para poder hacer sus propios inventos y lograr colores únicos, y de donde extrae sus acuarelas y óleos. De los troncos de coronilla que juntó hace ocho años cuando llegaron a este sitio, y que intervino a partir de una técnica de quemado japonesa, nació una muestra llamada Alquimia de la Tierra, que presentó en su propia galería. “También hay vertientes, donde hay una arcilla roja que la utilizo para hacer mis pocillos de cerámica. Lavanda, carqueja, marcela, romero. Hago mis sahumos… es increíble”, comenta, entusiasmada por el cambio de vida.
Para Diego, esta transformación, esta consumación del deseo que había crecido en ellos a lo largo de los años, fue “inevitable”. “Antes o después, iba a pasar”, dice. Constanza añade que lo que “más ruido siempre hace de nuestra historia es que logramos reinventarnos a los 50 y pico: encontramos la energía, la fuerza y la voluntad porque nos seguimos sintiendo jóvenes y vitales”. No hay duda de que fue un sueño bien intencionado, orientado y con un sentido particular. “Cuando miramos hacia atrás, no lo podemos creer: es un sueño hecho realidad, nos provoca muchísima emoción y estamos agradecidos”, aseguran. Pero lejos de quedarse quietos, van por más: pronto comenzarán a darle forma a la casa de huéspedes y cabañas para completar la experiencia. Porque “los proyectos hay que concretarlos”, cierra Diego.
Datos Útiles
María Justa está ubicado Sierras de Pueblo Edén, a 45 minutos de Punta del Este.
Durante la temporada alta, abren todos los días, mediodía y noche. En baja, viernes, sábados y domingos, sólo mediodía. También tienen otras opciones más flexibles para grupos grandes.
Sólo trabajan con reserva previa (ideal, hacerlo con 72 horas de anticipación).
W: 11- 54679754
IG: @mariajustaeden
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